La noche se cernía sobre nuestros cuerpos, que yacían sobre un cómodo sofá de la parte plana del bote.
Era casi meditabunda nuestra conducta. Estábamos observando a la nada y siendo observados por una luna cómplice, que adoraba con su luz el negro mar.
— ¿Puedo preguntarte algo? — rompí el silencio escandaloso que nos arropaba.
— Lo que quieras — hizo una pausa que asumí pícara — la pregunta correcta sería, si voy a responderte algo...
Resoplé mientras me acomodaba de lado, para verle aquel perfil espléndido que poseía su rostro.
El se giró hacia mí, sin mover nada más que su rostro, dejando caer su cabeza sobre el sofá y yo apoyando la mía sobre mi palma sostenida por mi codo hincado en el mismo lugar.
— ¿Por qué tienes propiedades tan enormes y múltiples, si no las compartes con nadie? — me daba cierto temor que mi pregunta le incomodara pero necesitaba información, que al menos, me diera indicios de cualquier conclusión a mi favor.
— Ahora las estoy compartiendo contigo — sonrió y tomó una de mis manos, jugueteando con nuestros dedos entre sí. Examinando lentamente hasta el color de mis uñas.
— Estás siendo evasivo.
— Suelo serlo — despegó su mirada de mí y cerró los ojos relajadamente, devolviendo su cabeza a su posición inicial.
Sabía que no era esa la respuesta que quería, así como yo sabía que no me daría otra.
Era casi pacífico mirarlo en este momento de relajación aparente.
— No eres algo premeditado en mi vida Loreine — mencionó sin dejar de acariciar mis nudillos con su pulgar pero con sus ojos igual de cerrados — a pesar de ser consecuencia de mi destino, agradezco al cielo por concederme el pecado de tenerte.
Cada palabra que decía, se sentía sincera pero enigmática. Era como si quisiera que recibiera información codificada para el futuro que me sobre vendría.
— Siempre hablas en clave Alexander y me haces sentir al borde de un abismo, como si fuera una ciega que no puede mirar por donde pisa...
Abrió los ojos de pronto y movió nuevamente su cabeza sobre el descanso en la que estaba y fijó sus azules ojos en mí.
— ¡Repítelo por favor! — siendo un completo puzzle humano, besó la palma de mi mano, dejandome con ansias de que siguiera y no sé detuviera nunca.
— ¿Que cosa? — era tan confuso que me perdía en sus palabras.
— Mi nombre. Por favor repítelo...
— ¡Alexander...!
Dejé que mi lengua saboreara cada sílaba y el contacto indestructible de nuestras miradas intensificó el ambiente, volviendolo casi erótico.
— Puedo jurar desde este instante, que serás mi más grande pecado. Eres como la condena a un purgatorio que no tendrá tregua para mí, serás la única cosa que me arrepentiré de tener y de perder al mismo tiempo, aún sin haberte tenido — se acercó a mi rostro y me observó los labios, subiendo por mi nariz directo hasta mis ojos — eres la única tentación que me muero por tomar, lo único que empiezo a desear más allá de mi enfermiza conducta omiónama.
Me obligué a cerrar los ojos, cuando sus manos se cerraron en torno a mi cuello y su nariz olfateó en la mía. Estábamos de lado los dos, muy cerca el uno del otro, a tan poco de tocarnos que era como flotar dentro de una nube perfecta.
Era demasiado fácil sentirse atraída por él y demasiado difícil resistirlo.
— No hagas esto — susurré sabiendo que estaba mezclando mi aliento con el suyo — sabes que no eres resistible y juegas sucio.
Sin verlo sabía que sonreía, aunque no dejara salir el sonido de la risa.
Su caliente respiración se trasladó a mi oído y besando la parte baja de mi oreja susurró despacio — duerme corazón. Esta noche eres libre de mí, no puedo ir a tu lado o ...
Se detuvo sin terminar la frase y se apartó de golpe. Dejó escapar entre un suspiro y un gruñido y me quedé observando como volvía a su posición anterior de ojos cerrados y respiración difusa, cruzando las manos sobre su abdómen perfecto.
Esa noche casi no dormí.
Estaba inquieta, excitada y pensativa. O sinceramente lo extrañaba, no lo supe interpretar.
Era inquietante saberlo cerca y lejos. Saber que no debía ni podía extrañar su presencia en la cama, pero no podía evitar hacerlo.
Una semana había bastado para que me acostumbrara a su calor a mi lado, a su parte del colchón hundido, a su olor en mi costado y a sus manos sobre mi rostro mientras fingía que dormía.
Mientras fingía que no sabía que me acariciaba la cara, cuando asumía que no podía sentirlo.
Era extraño la cercanía que su bizarra conducta me transmitía.
Podía haber contado cada una de las vueltas que dí en la cama, de haber prestado más atención a las horas que lo extrañé, que a las horas que me regaló sin él, pero es que lo echaba de menos, aunque supiera que no debía hacerlo.
Aquel hombre incierto, me estaba llevando a sitios de dónde tenía que empujarlo hasta sacarlo, porque en el fondo, no era más que mi captor, mi verdugo y mi comprador.
Aunque no tuviese idea del alcance de aquella verdad.
Aquella mañana desperté sin apenas haberme dormido. Supongo que en algún punto me había ganado Morfeo la batalla por la supremacía.
Me senté en la cama de mi camarote y restregando mis ojos, me adapté a la luz solar que invadía mi espacio.
Mi pecho estaba agitado, mi respiración poco constante y mis ganas de verlo eran casi ofensivas.
Salí de allí, después de darme un baño matutino y un aseo básico del diario.
No sabía si ya regresaríamos a la mansión, así que me vestí con ropa cómoda, pero perfecta para el sitio en el que estábamos.
Un simple vestido y sencillo calzado. Biquini debajo por si hacía falta.
Me crucé con una camarera que me dió los buenos días y no tenía idea de donde había salido.
Cuando salí a cubierta, miré en todas direcciones y no ví más que mar.
Ni rastro de Alexander.
Su respiración me quedaba en el cuello y sus manos guiaron las mías hasta el manubrio del aparato, inclinando nuestros cuerpos pegados hacia adelante. Su barbilla aterrizó en mi hombro y algo entre mis piernas palpitaba.
— Te llevaré a conocer el paisaje que más admiro — deslizó su nariz por mi cuello y me estremecí — hasta que te conocí...
No tuve tiempo de recepcionar sus palabras en mi mente, cuando la velocidad de la moto se robó toda mi atención.
Cada salto sobre las pequeñas olas me hacía explotar en adrenalina y si dijera que no disfruté la sensación, mentiría.
El cuerpo de aquel hombre, rodeando el mío, saltando junto al mío y saboreando mi cercanía, me parecieron más de lo que esperaba sentir.
Me fuí relajando poco a poco y en algún punto de la nada marina, comencé a disfrutar del viaje.
No fué muy lejos del bote cuando pude ver a más de seis delfines saltando entre las olas y si alguna vez ví algo más bello que eso, no lo podía recordar en ese justo momento.
Enderecé un poco mi cuerpo y me pegué con mi espalda a su pecho y podría jurar que gruñó al sentirme. Pasé mis manos por sus antebrazos para no perder mi equilibrio y me sentí en la gloria.
Su tacto era poderoso y vigoroso, casi eléctrico.
Cuando giré un poco mi rostro y ví el suyo, sentí que podía perderme en ese hombre más rápido de lo que alguna vez quise o esperé.
Se detuvo de pronto y no pude dejar de verlo. Poco a poco la moto se dejó llevar por el ritmo del mar y nuestro contacto no se perdía...
— En este justo momento — soltó el timón y dejando mis manos libres y fuera de su piel, me tomó de la cintura como si no pesara y me levantó en el aire y me dió la vuelta, dejando mis piernas sobre las suyas, abriéndome sobre su cuerpo — me siento perdido en el paraíso.
Sus manos llegaron a mi cintura y no querían irse. Sus ojos bebían de los míos y nuestras respiraciones marcaban ritmos peligrosamente altos.
— No puedo Alexander. No debes — sabíamos que nos estábamos deseando de una manera que no deberíamos. Era como si ambos fuéramos conscientes del equivocado momento que vivíamos y las repercusiones del mismo.
— Tienes razón — dijo y pude ver por detrás de él, pues la moto se había girado con el movimiento del mar, el paisaje más hermoso que esperé encontrar.
Una pequeña isla en el medio del océano, decoraba mi vista. Aves sobrevolando el lugar y verdes palmeras anunciaban la orilla de una playa de aspecto idílico.
Un cristalino mar se veía debajo de nosotros y cuando me sentí demasiado inquieta, levanté la vista hacia los otros cristalinos océanos que me veían con intensidad y me perdí en el mar de sus ojos...
La postura que teníamos se hizo cómplice de nuestros deseos kamikazes y perdimos el norte hacia su sitio favorito...
— ¡Perdóname porque tienes razón! — ronroneó mientras apresaba mi cuello con sus manos y sus dedos llegaban hasta mí nuca — Ni puedo,ni debo pero quiero... Y quiero demasiado que tú también quieras.
Y me besó. Hundió su lengua entre mis labios que se abrieron sin medida para su endemoniada forma de besarme.
Lo tomé del espeso pelo con desespero y gemimos dentro de aquel beso que fue imposible detener, aunque nos costara respirar.
Jadeabamos entre mordida y lamida. Nos acercabamos y nos alejabamos cada vez que sentíamos que era poco lo que nos dábamos.
Los ojos cerrados, las bocas unidas, los labios mordidos y los cuerpos mezclados, eran el sitio perfecto para perdernos en la locura que estábamos cometiendo, cuál delincuentes de la pasión.
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