El comprador (COMPLETO) romance Capítulo 10

No sé si aquello sería una cita. Solo sé que necesitaba un poco de normalidad en al menos, un día de mi vida. Un solo día de lo que estaba empezando a ser mi vida con él.

Desde que lo conocí, todo lo que me rodeaba era obligación y obediencia. No tenía un solo minuto de autonomía y libre albedrío.

Por lo menos por en aquel viaje, por corto que fuera, me gustaba pensar que podría  sentirlo. La sensación de libertad, de bajar la guardia y dejarme llevar.

— Sube a bordo — me indicó y aunque no respondió mi petición, se comportó bastante normal.

El bote era de una clase acorde con la suya.

Todo estaba impoluto y lujoso, era una nave de ensueño. Se sentía mágica, al menos para mí.

Pasaba mis manos por los pasamanos de diseños que  imitaban la madera, y el brillo del barniz hacía que resbalara en la textura. Cada mueble que pide observar era del mayor lujo y se veían mucho más allá de lo confortable.

Nos moviamos al compás del mar y la sensación era extraña, pero no me afectaba mucho, para ser mi primera vez a bordo de algo así.

Me había puesto un vestido, abierto entre las piernas , pero largo hasta el suelo, fresco y sencillo.

Él sin embargo, tenía un pantalón blanco de raya diplomática y un poulover polo de Ralph Lauren blanco , que lo hacía ver muy sexy.

También llevaba una gorra azul prusia. Gafas de sol y ese aura imponente que poseía, lo hacían lucir hasta peligroso, en varios sentidos. Verlo aferrado a las barandas, dejando que sus músculos de los antebrazos se marcaran con firmeza, era abrumador de ver, si era sincera.

— ¿Te gusta mi Luca? — preguntó avanzando hacia mí poniendo sus manos en mi cintura, mientras mirábamos el horizonte marino. Me había girado permitiendole así aquella postura íntima que para nada me molestaba en aquel entonces, dónde solo me sentía seducida.

— Es precioso. Casi mágico — contesté evitando sentirme invadida por sus manos en mi cuerpo.

Era cierto que la vista era hermosa, algo increíble que no podía expresarse en palabras justas.

— Tengo una flota entera que uso para diferentes placeres míos, pero mis empresas son constructoras de estas excelentes naves. A esto me dedico. — me incliné hacia un costado  para verlo a los ojos y el azul de ellos, casi me hace atorar, eran muy intensos — Luca es mi yate más personal, diseñado por mí y expresamente hecho por mí.

Me giré nuevamente entre sus brazos para verlo en esta ocasión de frente, la postura que nos quedó era demasiado íntima, pero él la mantuvo y yo llevé mis manos a sus antebrazos para marcar alguna distancia en el corto espacio.

— ¿En serio lo hiciste tú? — asintió encogiendo los hombros.

— Por supuesto con un equipo de apoyo, pero todos los botes que ves aquí, son hechos por mí. En ciertos momentos de mi vida, necesito evadirme en ellos. Me ayuda. Conservo los que construyo. Es como una terapia de recordatorio de ciertos eventos... Complicados de mi vida.

Su mirada perdida en el mar, me hizo sentir que era un hombre atormentado por cosas que callaba muy bien.

Me salí de entre sus brazos y me senté sobre unos cómodos colchones que había en una zona del barco. Él me siguió y se acomodó sobre su codo, inclinando su cuerpo con la ayuda del apoyo en su cadera y mirándome. No paraba de hacerlo.

— ¿Harás uno cuando me vaya de tu vida? — no sé porqué había peguntado aquello. No creo que fuera suficientemente importante como para marcar una etapa así en su vida, pero ya la pregunta estaba hecha.

— No lo dudes.— no sé porque me sentí feliz de su confesión— Ya estoy diseñándolo. Se llamará corazón.

— ¿Aquí traes a muchas de tus conquistas? — quise ponerle un poco de humor al día y restarle seriedad a la pregunta anterior y su sorprendente respuesta, pero se molestó y lo estropeamos todo.

— ¿Por qué eres tan básica en un momento como este? — se levantó molesto y me dejé caer agotada en el respaldo — yo no conquisto mujeres, mucho menos traigo a nadie aquí, y la verdad no debí traerte. No sé cómo pensé que valía la pena.

Aquello último lo dijo más para si mismo que para mí, pero yo me lo tomé muy a pecho y me levanté de allí herida y molesta.

— Pues ya nos podemos ir. Tú y yo no tenemos porque salir a pasear ni compartir una vida que no tenemos en común. Yo soy tu compra, pues espera el maldito día de tu cumpleaños y toma lo que quieras para que me dejes en paz y consiga seguir bien lejos de tí. No eres más que un cretino, que disfruta viéndome perdida entre el laberinto que supone ser tú — lo empujé por el pecho y salí prácticamente corriendo de allí.

Sabía que venía detrás de mí, pero la furia dentro de mí no le daba ventaja y no pudo alcanzarme lamentablemente.

No me dí cuenta que estábamos zarpando y solo ví el otro lado del bote, tierra firme a la que irme para alejarme de él y cuando salté, justo en ese momento el yate se separaba del muelle y perdí el equilibrio.

— ¡¡Loreine!! — lo sentí gritar y mi instinto de supervivencia, me hizo agarrarme de algo para no caer al mar.

El resultado fue, que cuando tomé el pasamanos improvisado de la esquina del bote, me resbalé por la acción poco estudiada y quedé suspendida en el aire, colgando de mis propias manos. Mi cuerpo se sostenía solamente de mis enclenques muñecas y no sabía cuántos minutos aguantaría así. Probablemente caería al mar y las helices del yate terminarían con mi decadente vida.

Él llegó casi al instante y me tomó de los brazos, tiró de mí y me salvó de caer al agua  y probablemente morir.

El tirón fue tan fuerte que caímos sobre la baranda y mi cuerpo quedó sobre el suyo.

Tomó mi rostro entre sus manos y dejé salir lágrimas de miedo, por lo extremo del momento.

— ¡Dios, casi te pierdo! ¿Cómo hiciste algo así?... Si te pasa algo por mi culpa, no me lo perdonaría — unió nuestras frentes y ambas bocas estaban demasiado cerca, con respiraciones demasiado agitadas entre miradas confundidas de ambos.

¿Pero es que hay algo más letal, que el deseo?...

Cuando deseamos algo, no somos capaces de razonar. Es como la caja de pandora que no podemos dejar de abrir.

— Lo hago, porque no puedo evitarlo. Me dejas porque no puedes evitarlo y no lo aguanto corazón, no puedo aguantar lo que me produces — dejaba rastros de besos en mi nuca y sus manos estaban justo en la base de mis senos, a punto de enloquecerme y de gritar porque los tomara, porque me tomara y que dios me castigara luego, pero lo deseaba — lo evito, más no lo aguanto.

Y así como llegó se fué. Me dejó con vergüenza por dejar que me tocara. Con ganas por sentir mucho más que su toque y con más incertidumbre, por lo que resultaría del resto de ese paseo.

Media hora después, cuando estuve menos acalorada, decidí subir.

Me había dado un baño y tenía incluso el pelo húmedo. Suelto y libre como yo no estaba en auwel momento.

Lo encontré en una amplia sala que contenía varios muebles cómodos, una mesa para comer supose, y una vitrina en la pared, con diversos premios que asumí serían ganados por él.

— Ven. Siéntate conmigo — caminé hacia él y tomé la mano que me ofrecía. — ¿Te gusta la música clásica?

Se escuchaba una orquesta de fondo. La música salía por los altavoces del bote, y él la disfrutaba con los ojos cerrados. Perdido en los sonidos instrumentales.

— Tienes cara de psicópata — sonrió sin abrir los ojos — incluso esa música los identifica. Pero me encanta, así que supongo que yo también lo soy, un poco quizás.— respondí, sentándome a su lado y adoptando si misma postura.

— No planeo matarte. Espero que tú a mí tampoco — cerré los ojos para disfrutar de la elegante música y no le respondí. No sabía si le creía o si desconfiaba hasta de mi y lo que sería capaz de asimilar, en el futuro con él.

No sé cuánto tiempo pasó, ni cuántos suspiros después abrí mis ojos.

Solo sé que estábamos en aquellas cómodas butacas de cuerpo entero, estirados y perezosos, justo uno al lado del otro.

— Duele que seas tan hermosa — confesó mirándome fijamente y casi acostado de lado sobre mi cuerpo —  Es doloroso verte y saber que has llegado mi vida demasiado tarde. Que no puedes ser mía y que no tengo derecho a tomarte. Duele saber que no puedo hacer, algo que tanto deseo... Me dueles corazón. Y me dueles mucho.

No dije nada. No tuve tiempo. Él pasó, de estar sobre mí, diciendo aquellas difusas  palabras, a estar invitandome a comer, con una mesa excelente delante,  dejándome pensando, si quizá, había soñado aquello que dijo.

Él acabaría volviendome loca.

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