Hacía dos días ya, que habíamos vuelto de la playa y del paseo en su yate.
Aquella noche estuve a nada, de perderme en su cuerpo y dejar que tomara el mío, pero en un escaso pero efectivo momento de cordura, me hizo rechazarlo y recobrar la razón, evitando así, que mi captor, pasara a ser mi amante.
Aunque quisiera adornar en mi mente, la manera de ser de Alexander, mi sentido común sabía, que no era correcto y que no sería saludable para mí, y probablemente tampoco para él, el dejarme llevar y que me hiciera suya, más de lo que ya era.
En el fondo de esta historia, él, me tenía chantajeada a su lado. Era como una compra online que está pagada y ya es tuya, pero el producto aún no te llega y no estás completamente seguro de que te vaya a llegar como lo esperas. Así me sentía yo.
Había vendido algo, que ni siquiera sabía que era y por lo que que me habían pagado muy bien, pero sin embargo, el miedo al porvenir era cada vez mayor.
En estos dos días, habíamos pasado cada segundo juntos. El tiempo íntegro en que estábamos despiertos, lo habíamos compartido, incluso a la hora de dormir, lo sentía pegarse a mi cuerpo para compartir hasta eso... El espacio en la cama.
El hecho de haber compartido tanto tiempo juntos tenía dos interpretaciones...
Por un lado, eso nos acercaba, cosa que no entendía la necesidad pero que aceptaba.
Y por el otro, nos crearía un problema a la hora de volver a tomar distancia y separar nuestras vidas, que era la idea de todo esto, en un tiempo ya determinado.
— ¿Que tanto piensas? — preguntó él, desde detrás de mí, sobre el caballo en el que estábamos subidos paseando por los campos de su propiedad.
— En lo absurdo de mi vida Alexander — la calidez de su aliento me tocó la oreja. Le encantaba que lo llamara por su nombre. Sus suspiros lo delataban.
Estábamos sobre un prado, observando el hermoso paisaje, tratando de apagar las chispas que provocaban en nuestros cuerpos esa cercanía.
— No sé que responder a eso — su escueta pero sincera respuesta, era casi idéntica a la mía.
— Yo tampoco...
Dejó la riendas del animal sobre mis muslos y apresó mi cintura con sus manos. Deslizó su fuerza por mi cuerpo y me empezó a trastocar los sentidos más carnales.
Cerré mis ojos y me recosté sobre su torso que me recibía caliente y firme. Mostrándome entregada, que era como me sentía cada vez más.
— Vive el presente Loreine. Disfruta los paisajes que la vida te da y no anheles nada, que hay deseos que nunca se cumplen y otros que te vuelven esclavos de las ganas.
— Es tan molesto como le das a todo un sentido encubierto — afirmé irritada. Sintiendo como sus manos seguían adorando mi anatomía.
— Prefiero pensar que soy pragmático — es cierto que podía serlo, pero eso a veces, le dejaba parecer oscuro y siniestro.
— Tu pragmatismo minusvalora los sentimientos — acariciaba mi vestido con sus dedos y yo luchaba por no distraerme — quieres que te siga en conversaciones que parecen más bien problemas matemáticos de complicada solución. Pretendes que mis actitudes también pragmáticas opaquen lo que siento y es que todo en la vida, tiene ambas cosas... Lógica y sentimientos involucrados.
En este tiempo había aprendido de él, que era callado pero que no decía nada sin sentido ni que no aportara. Que odiaba la simplicidad de las conversaciones. Que disfrutaba de un buen silencio, aunque fuese en compañía. Sobre todo cuando era en mi compañía.
Sabía que amaba los animales y los cuidaba como tesoros. Era un tipo súper elegante y clásico. En ocasiones hasta esnob.
Pero sobre todo, me estaba llevando cerca, muy cerca de involucrar sentimientos peligrosos. Si en este corto tiempo ya me dominaba su tacto, ¿que sería de mí cuando pasara más momentos a su lado y bajo sus seductoras conductas?
Era muy difícil estar con él tantas horas y resistir la forma intensa en la que me miraba, la manera callada en la que me tocaba gritando con sus gestos, lo mucho que me deseaba y lo poco dispuesto que estaba a dejar que nos dejáramos llevar. Era tan paradójico todo a su lado que resultaba agotador en ocasiones.
— Hazme una pregunta directa y te daré una respuesta directa. Evitaré ser esquivo y pragmático como tanto me reclamas — me dijo, metiendo sus manos bajo la tela de mi vestido que caía sobre mis muslos, avanzando hacia zonas potencialmente peligrosas.
No sabía si jugaba sucio, o si yo me dejaba llevar con cualquier toque de sus dedos, pero cuando rozó mi ingle y bordeó el elástico de mi ropa interior, levantándolo despacio como esperando para entrar, jadeé sin poder evitarlo. Gesto que asumió como un permiso inconfesado.
— ¿Por qué pareces desearme y no hacerlo al mismo tiempo ? — supe en ese instante, que había hecho la pregunta equivocada y que él me tocaba justo en momentos puntuales, manipulando mi mente con sus manos.
Fue una pregunta que más bien escapó de mi mente, pues si no estuviera distraída, habría preguntado, qué demonios quería que le vendiera.
Por extraño que pareciera mi conclusión, así era. Él manipulaba mi mente con sus manos.
Sabía que su toque me desorientaba.
Había aprendido demasiado rápido a controlar mi cuerpo y desde luego tenía un tremendo poder sobre el suyo.
— Porque me observas mal — su otra mano subió hasta mi cuello, tomando mi mandíbula y me obligó a mirarlo a lo ojos, inclinándome hacia un costado y sintiendo como la que tenía entre mis piernas se colaba por mis bragas y detenía sus dedos justo en mi entrada — no hay un solo segundo en el que no te haya deseado desde que te ví — deslizó un dedo entre mis pliegues vaginales y abrí la boca exitada sin dejar de mirar su expresión enloquecedora — ahora — tocó mi protuberancia latente con su pulgar — justo así — dijo y me penetró con su dedo y me mordí los labios perdida en las sensaciones — eres mucho más de lo que deseo — entró otro dedo más dentro de mí y cerré los ojos doblegada ante él y sin poder evitarlo — y hacer lo que estoy haciendo, me hace más vil de lo que ya soy — no dejaba de masturbarme y yo seguía jadeando, con la boca abierta y sujeta por él, sintiendo como me derretía entre sus dedos — pero eres tan irresistible para mí — me besó rápido y húmedo — que solo sumas pecados a mi lista y errores a mis estadísticas perfectas.
Aquella mañana comprobé, a qué sabe un orgasmo, qué se siente perder la cabeza por un hombre que no pierde la cabeza por tí, que se sabe controlar al mismo nivel al que tú te descontrolas y comprobé, que Alexander Mcgregor, era un tremendo miserable, al que yo vestía de príncipe misterioso para ver lo que no sabía por qué, yo quería ver.
— Espero que mi ejemplo práctico te haya dejado claro, que si te deseara tanto como dices, puedo tomarte cuando y como quiera — afirmó seco en mi oído retirando sus manos de mí — esto solo te demuestra que eres tú quién me desea a mí — me bajó el vestido haciéndome sentir sucia y desechable — estoy seguro que la próxima vez, sabrás obsevar mejor mis actitudes y no equivocarte, aunque — dijo y detuvo sus dedos en su boca y saboreó mi bochornoso resultado a su manoseo — sabe muy bien tu deseo por mí...
Entré a la casa, queriendo abofetearme por idiota.
Por creer en los malditos cuentos de hadas, que no son más que pamplinas de los libros y películas nocivas de la Disney.
Mierdas que nos vuelven débiles y soñadoras, esperando príncipes que ni son azules ni saben ser principes. Esperando finales felices a vidas decadentes que nosotras mismas nos construimos con cimientos engañosos.
Él había sabido engañarme con su ir y venir de parrafadas engañosas, en las que me decía que me deseaba y luego demostraba en ejemplos prácticos que era yo, quién lo deseaba a él.
El viaje de regreso a casa, lo habíamos hecho al galope. Al parecer se había molestado por algo inexplicable y nada más llegar al establo se bajó del caballo, dejándome allí subida, sabiendo el miedo que tenía a subirme a esos magníficos animales y entró a la casa por la puerta trasera.
Tuvo que venir Joshep, el guardaespaldas, a bajarme del caballo y escoltarme furiosa hasta la casa, dónde se alejó de mí nada más entrar al salón y se fue hacia la cocina, mientras yo me dirigía hacia la habitación.
Solo subí dos escalones cuando una idea corrió a mi mente.
¿ Y si encuentro algo que me ayude a entender a ese hombre entre sus cosas?
Retrocedí el espacio andado y me dirigí a la cocina.
Me arrodillé sobre la tupida alfombra india y reposé el peso de mi cuerpo sobre mis talones, tomando la pequeña caja entre mis manos.
Tenía el logo de Tiffany's.
Casi a sabiendas de lo que podía ser, decidí soltar el broche que me reveló el desconcertador contenido.
¡Un anillo!
Mi asombro sumado a mi miedo fue tan grande que solté la caja y el anillo rodó por el suelo.
El pequeño estruendo me devolvió a la realidad.
Realidad en la que estaba hundida y en zona pantanosa. Aquella que amenazaba con tragarme.
Me desplacé por el suelo a gatas y logré tomar el anillo de debajo de una silla.
Lo giré entre mis dedos y pude observar la reveladora inscripción...
*Alexander y Cristel 2017*
Llevé mis manos a mi boca, completamente abierta, siendo plenamente conciente de la gravedad de lo que aquello podía significar... Él estaba casado o viudo.
Cualquiera de las dos respuestas, serían una herida a mi corazón.
En el caso de la primera opción, sobraba la explicación pero en la segunda, saberlo viudo sería una total certeza de que escondía aquel detalle enorme, por alguna gigante razón que de seguro no me gustaría saber.
Si era cierto que él no me debía explicaciones, el hecho de que fuera viudo y no lo comentara, dejaba entrever un nuevo misterio a su alrededor.
— ¿Has encontrado lo que buscabas?
Su voz me recorrió el cuerpo como una corriente devastadora.
Solo veía sus descalzos pies, a fin que estaba arrodillada debajo de su gloriosa figura.
Levanté mi vista hacia la respuesta a mi pregunta...
— ¿Eres casado o viudo? — pregunté sujetando entre ambos campos visuales el anillo.
Cómo siempre me sorprendió su rapidez y aplomo para responder cuando quería ser claro, cruel y conciso.
— Lo primero...
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El comprador (COMPLETO)