Mientras caminaba por aquellos caminos desconocidos para mí, pensaba en lo absurda que es la vida. En lo rápido que se esfuma todo lo que nos hace medianamente felices y en lo mucho que tardamos en conseguirlo.
Y es que somos tan ciegos, que no conseguimos ver lo que de verdad nos hace estarlo. Pequeños detalles que lo significan todo, aún cuando parecen nada.
En estos últimos días, había tirado una cortina imaginaria encima de los muebles que decoraban mi vida.
Había entrado en una cápsula protegida que se ha abierto de pronto y me soltó todas las verdades de golpe.
¿Cómo demonios me dejé meter en aquel lío?
Había firmado un contrato absurdo, sin siquiera comprobar su validez legal. Me había mudado a la casa de un hombre que bien podía ser un loco, o un violador o un traficante de mujeres. Y un montón de opciones más, entre las que de seguro estaba su verdadero interés y no creo que estuviera muy lejos de aquellas antes mencionadas.
Me había dejado seducir por un tío bueno con aspecto elegante pero actitud bizarra y que ahora me había demostrado, lo miserable que podía llegar a ser y eso, que no me pensaba quedar a ver cuántas cosas negativas más sumaba en la lista.
Horas y no sé cuántos minutos caminé, pero salí del intrincado camino y llegué a un pueblo que ni sabía cuál era ni que hacer.
Estaba bastante conseguido mi aspecto como para no parecer una indigente. Solo polvo en mis zapatos y un agotamiento tanto físico como mental, me habían acompañado.
— ¡Hola señora buenos días ! — saludé a una anciana que venía de comprar el pan, evidentemente por el paquete que sobresalía de su carrito de la compra.
Eran las primeras horas de la mañana y yo tenía cada vez menos tiempo a mi favor.
— Buenos días niña, ¿Eres de por aquí? — me miró extrañada y negué con mi cabeza, no sabía muy bien que decir.
— Estoy de paso y necesito regresar a mi casa.¿ Puede decirme dónde hay una estación de autobuses?
La señora, amablemente me dió una clara indicación y me dijo que ella tenía una pensión, por si quería quedarme allí en caso de que no saliera mi bus enseguida.
Tomé su ofrecimiento porque en caso de necesitar de ella, ya sabía dónde podía encontrarla.
Continué rumbo al sitio que me dijo y resultó, que al lado de la estación había una comisaría.
Oportunamente ví el cartel y sorpresivamente decidí denunciar a Alexander Mcgregor...
No sé si era el madrugar, o la caminata o definitivamente, se me había fundido un bombillo en mi ingenio, porque en realidad, no tenía motivos para denunciarlo, a menos que me auto denunciara.
Más bien necesitaba un notario, que me confirmara si el contrato era válido o no.
Pero es que tampoco tenía dicho contrato.
¡Que desastre!
Deseché todas mis absurdas e impulsivas teorías de posibilidades para librarme de él y volví a mi intención original.
Llegué a la estación y finalmente pedí un boleto para donde primero saliera un autobús y gracias al cielo, me lo dieron para esa misma noche, ni entendí a dónde.
Valoré la posibilidad de quedarme allí las próximas horas pero no lo creí conveniente. Él iría a buscarme allí, en cuanto notara mi ausencia, pues de alguna forma tenía que salir de aquel sitio tan apartado. Dije yo. Cualquiera lo pensaría también.
Salí de allí rumbo a dónde me había indicado la señora y encontré el sitio, fácilmente.
El pueblo era bonito, pero un poco solitario. O sería tal vez, el horario.
Me venía de lujo que pocas personas me hubiesen visto, así sería una dificultad más para encontrarme.
La pensión de la dulce señora me recibió en una esquina elegante de una de las pocas calles del sitio.
Pensé que sería un lindo paseo, de no encontrarme en la situación que me tenía aquí, justo ahora.
— El dueño del pueblo es un poco renuente a los extranjeros, pero es tan benévolo con los lugareños que encontramos placer en seguir sus normas — me ofreció un platico de galletas de chocolate y me tembló la mano cuando hice un ademán por tomar una. Me arrepentí a última hora.
¡Dios ayúdame con su repuesta!
— ¿El pueblo tiene un dueño? — pregunté temerosa de su respuesta. Y completamente anonadada.
— Así es niña — bebió un poco más de su tasa, desesperandome en ese acto — todas estas tierras le pertenecen y somos como sus inquilinos, aunque debo decir — miró hacia arriba como buscando el cielo de manera imaginaria — que gracias a él, vivimos bien y en paz hace muchos años. Nadie nos habría ayudado tanto como el señor Mcgregor...
Ahí mismo pegué un salto sobre mi asiento en el mismo instante en que sonó un teléfono fijo que no había notado, ni pensé que sería mi pase al pasado tan cercano.
— Contesta por mí cariño, enseguida vengo — dijo ella saliendo apresurada hacia la cocina, evidentemente algo se estaba quemando en aquel fogón.
Yo también sentía que me quemaba.
El hombre de mis pesadillas reales, era dueño de todo el espacio que parecía pisar, los últimos tiempos de mi vida.
No pude evitar el sonido molesto del teléfono y me detuve frente a él, levantando el auricular, pronunciando un cuidadoso... ¡ Hola!
— Adoro la melodía de tu voz corazón. Despertar sin tí me supo a infierno...
Y justo en ese momento sentí, que había llegado al final; a un muro figurado que me impediría seguir.
Sentí, que mi vía de escape, era más bien... Una vía sin escape.
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