Después de que Joseph hiciera aquella llamada, todo fue ruido.
Mis gritos. El sonido de los monitores desesperados por encontrar estabilidad en el cuerpo de Patricia y poder silenciar sus propios sonidos estridentes, las constantes maneras de hacerme callar del personal especializado allí y el pánico en mi interior que no paraba de gritarme, lo sola que quedaría si ella se iba.
Lo llamé. Llamé a Alexander. Fuí débil. Pero lo necesitaba. Quería sentir esa certeza que él daba a mi vida de que todo se iba a solucionar.
Desde que había entrado en mi mundo, ese era su rol. Darme soluciones, aunque luego me las cobrara. Pagaría lo que hiciera falta por la vida de mi amiga, la única persona que me quedaba.
En mis momentos más desesperados había estado él, y esta no sería la excepción.
Todos a mi alrededor notaron, que yo no salía de mí estado de shock y no paraba de llorar, recostada en una esquina. Mis manos cubriendo mi rostro y bañándose en lágrimas.
— Ven Lore — su voz, fue lo que siguió al ruido de un helicóptero que había aterrizado en alguna parte de la propiedad y que lo había traído de regreso a mis brazos. O me había devuelto a los suyos que ahora me cargaban sobre sus piernas. Estaba de vuelta a casa... La casa de su cuerpo.
Me aferré a su traje y conectamos nuestras miradas, bajo el sonido de otro ruido... Una ambulancia.
— ¿No va a morir verdad? — temblorosa mi voz y mi barbilla, pregunté nadando en sus ojos azules.
— Abrázame — fue todo lo que dijo y me hizo hacer. Mis brazos se cerraron en su cuello. Y su rostro se pegó a mi cuello hundiendo su nariz en mi pelo.
Él era tan raro. Yo estaba loca. Y juntos éramos tan perfectos, que dolía reconocer, que no éramos nada, porque él estaba casado y yo sola.
Pero lo hice. Me aferré a él y me abrazó tan fuerte, que terminó cargandome como si fuera un bebé y me llevó hasta la casa grande. Todo el camino sentada en lo alto de su cuerpo, justo entre sus brazos y pegada a su pecho, sentía que incluso un día pagaría por estar así con él, cuánto tiempo pudiera recibir.
Directo a su despacho, sin detenerse a nada más que fijarse en sus propios pasos, nos encerró en la privacidad y nos sentó, en el sofá que una vez fue testigo de una intimidad que compartimos y terminó en el inicio del ahora que tenemos.
— Gracias por volver — susurré en sus labios y mirando de cerca sus lagos azules— Solo la tengo a ella, necesito que viva — yo lloraba y él me hacía mimos en la espalda, mientras seguía recostada contra su pecho en su sofá.
— Siempre estaré para tí Loreine, hasta que dejes de estar.
No entendía porque me dejaba tratar por él como si fuera una niña. Su niña.
Pasé de estar entre sus brazos siendo consalada, a estar sobre su cuerpo siendo yo, quien lo besaba.
Me impulsaba sobre su cuerpo en cada choque de nuestras bocas y me prendía de su pelo con lujuria.
Él no supo que hacer al principio, se quedó perdido en el camino correcto a elegir, pero luego se metió bien bajo mi piel y se abalanzó sobre mí, para gobernar el beso.
Caímos al suelo. Rodamos por la alfombra y uno sobre el otro nos devoramos como fieras, delante de su sofá.
Besó mi cuello que yo encorvaba para que lo hiciera suyo, volvió a mi boca y gruñó en mi barbilla mientras la mordía y yo gemía su nombre. Y en ocasiones lo gritaba porque perdía la razón bajo su deseo, pervirtiendo al mío.
Un ruido enorme se adueñó de la habitación y no fue suficiente como para frenarnos. Simplemente lo ignoramos y seguimos entregándonos a aquel beso tan apasionado que se estaba convirtiendo en más que un simple beso.
Pero un segundo estruendo nos hizo romper agitados nuestro momento de más que besos y ambos, él encima de mí, yo con mis piernas a su alrededor y mis manos en su pelo, mientras sus manos acunaban mis senos, miramos la figura femenina y boquiabierta que llenaba la entrada del despacho.
El ruido, había sido ella...
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