La felicidad se resume, a lo que somos capaces de disfrutar.
En la medida que disfrutes algo, serás feliz.
No importa si ese algo es inexplicable, si no pueden entender otros lo que a tí te llena. No importa si eres incomprendido... Tu felicidad, solo la percibes,la entiendes y la disfrutas tú.
Aquella mañana amanecí feliz, plena. Una noche exquisita había desembocado en una mañana espléndida.
No podía entender porque él me hacía feliz, pero el hecho de sentirme a gusto en algunas ocasiones entre sus manos, me confirma lo efímera que la felicidad, es a su lado. Pero que sea fugaz, no significa que no la reconozca.
Él, a su manera extraña, me regalaba momentos puntuales de felicidad.
— Amanecer delante de tus ojos, es la sensación más exquisita que he podido sentir, jamás — estaba en la puerta del baño, envuelto en una toalla y de cuerpo semidesnudo, mirándome sonriendo y acomodando su húmedo cabello con sus dedos. Aquellos ojos azules en los que podía nadar y es que, dios... que lindo era aquel hombre y que ojos tenía.
— No sé que decir — respondí sincera.
Me senté en la cama y se descubrió mi cuerpo bajo su escrutadora mirada.
— No sé cómo lo hago, Lore, pero me ahogo en tu presencia, te huelo dentro de mis sentidos hasta cuándo no estás cerca, estás anclada en mí — se perdió en el vestidor evitándome claramente y me levanté para bañarme.
Había aprendido que Alexander, era una persona cuando me llamaba Lore, y otra abismalmente distinta cuando me llamaba corazón.
A pesar de eso, me estaba perdiendo en sus dos facetas.
La ducha tenía un cristal que daba a un valle a lo lejos de la casa, darse una ducha allí, era como mirar dentro del cielo. Si no te relajabas en ese momento, difícilmente lo conseguirás en algún otro, dentro de aquel sitio.
Abrí el grifo y los disímiles chorros me bañaron el cuerpo. Busqué mi gel, ese que olía a él, me lo había comprado y lo sentía en su cuerpo. Supongo que lo usaba también.
Luego de lavar mi pelo, enjabonaba mi cuerpo, cuando sentí sus manos en mi espalda.
Me había acostumbrado tanto a este hombre, que inconcientemente deseaba su tacto.
Tomó mis dos manos, las colocó sobre los cristales que daban al valle y se mantuvo fuera de la ducha, pero cuando regresó por mi piel hacia los hombros, sus manos deslumbraron a mis vellos y los hicieron alzarse, mientras se cerraban mis ojos.
— Solo un poco — susurró en mi oído con sus manos haciendo suave presión sobre mis hombros — deja que te relaje, quiero que tengas un lindo día sin mí — bajó sus manos por mis costados, pasando por mis costillas y dibujó mis pechos desde atrás, con sus enloquecedoras manos. Gemí. Besó mi hombro y gruñó, apretando suave mis senos. Mi cuerpo ignoraba a la razón, que me gritaba que era casado. Sus manos se sentían solteras sobre mi piel, y mi conciencia se fue a paseo — te extrañaré estos dos días que voy a estar ausente. Dejaré tu móvil para que me escribas cuando quieras. Estaré pendiente de si me necesitas — bajó hasta mi abdómen y rodeó mis caderas, enjabonando mi piel — contaré cada segundo que he estado sobre tu piel — bordeó mis nalgas y subió lentamente a mi cuello, me giró el rostro y nos miramos — tu recuerdo, esos ojos que me dominan, tu piel que me castiga y tu boca entre abierta, serán lo que creeré que me espera aquí, solo para sentir que debo correr y volver.
Besó mi frente y se detuvo unos segundos que casi me hacen lanzarme a su boca.
Me derretía entre su cordura y su deseo. El mío, iba in crescendo.
Cuando noté que me observaba desde la puerta del baño, como despedida, conecté mi vista a la suya y le dije...
— Espera mi llamada — sonrió con cuidado y lo miré embelesada — sé que voy a necesitarte.
Alexander se había ido.
Cuando salí del baño, se había ido.
Me senté en la cama, viéndome desde allí en un espejo y pensando... ¿Que diablos estoy haciendo?
Mi cabeza era un mar de sentimientos encontrados. Estaba rodeada de incoherencias en cada uno de mis actos y ni yo misma, lograba encontrar el rumbo de mi camino.
Me sentía como un ave de paso. Migrando hacia lo desconocido. Sin rumbo fijo, sin destino definido y sin final visible. Estaba perdida en él, en mí y en lo que se veía venir, pero que yo me cerraba los párpados para no verlo.
Aquella mañana me sentía, bastante más feliz, de lo que últimamente había experimentado.
Joseph observaba, sin dejar de manejar su móvil, todo lo que sucedía.
Los médicos examinaban a mi amiga y me dijeron, que debía tener paciencia. Que ella estaba muy adolorida por las heridas ya que su garganta estaba inflamada y algo lastimada por el tubo endotraqueal que había usado por varias horas.
Volví a sentirme feliz, porque ella estaba volviendo poco a poco.
Mi Patri, regresaba a mí y yo estaba allí, para cuidarla. Otra cosa que le agradecía a Alexander Mcgregor.
Unas cuatro horas pasaron y le había comunicado a él, que mi amiga estaba despierta y aunque ella no podía hablar bien, ya nos estábamos comunicando.
Él se mostró cercano y cálido y me hizo sonreír alguna que otra vez con sus mensajes.
Sin embargo, como ya había aprendido y mencionado... La felicidad es efímera y bastante fugaz, generalmente.
De un momento a otro me ví envuelta en más caos.
Los monitores que controlaban las constantes vitales de Patri, se volvieron locos y comenzaron a pitar sin descanso.
El personal en aquella casa, enloqueció y pude ver, como ella entraba en parada cardíaca.
Sangre salía de entre sus sábanas y me ví, sumida en los gritos más altos que alguna vez he dado.
Mi guardaespaldas parecía un especialista más, me ignoraba para acercarse a evaluar a Patri y de la nada tomó su móvil y me sorprendió lo que dijo...
— ¡Mónica, soy Joss... Necesito que vengas a la casa ya !...
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