La noche me supo a vacío sin él.
¿Cómo hace la mente para obligar al cuerpo a acostumbrarse rápidamente a lo equivocado?
Era una interesante pregunta que me hacía, durante las largas horas de la interminable noche sin él.
La misma mente que sabe con total certeza, que lo que sucede es equívoco y erróneo, nos hace adictos de manera franca pero inexorable.
Puro desconcierto sodomizaba mi mente.
Esperaba ansiosa porque amaneciera. Supe, por casualidad, que Mónica vendría a evaluar a mi amiga, cosa que me pareció extraña, pues ella misma me había dicho que la llevara en un mes a examinar. Pero, si ella venía a verme a mí, con la excusa de Patri, pues mejor aún porque yo también tenía preguntas para ella.
Creo que conseguí dormir, una media hora antes de despertar nuevamente.
Con mi pierna abrazando mi almohada, analicé lo incómodo que es el insomnio. Sobre todo el auto infundado.
Finalmente dejé de analizar todo y me perdí en una ducha mañanera, caliente. Me vestí de rojo, un vestido largo, pero abierto en mi muslo, que mostraba unos carísimos botines que utilizaría luego para montar un rato a caballo.
¡Cómo extrañaba al comprador!
Me gustaba montar con él, porque aún me daba miedo hacerlo sola, pero con el paso del tiempo estaba empezando a gustarme estar en altura y soltura sobre aquellos potentes animales.
Desayuno. Sobremesa. Sonrisas, y un hermoso ramo de flores enviado por Alexander para mí después, llegó Mónica.
Ella no vino a verme directamente, pero esta vez no perdería mi oportunidad.
— Mery — llamé la atención de la señora — ¿Puedes llevarme un jugo y frutas a la terraza de la parte de la piscina?
Ella asintió extrañada y yo no le resolví su intriga. Ya me vería ella con Mónica y que sea lo que tenga que ser.
Sabía que Mónica conversaría temas sensibles con Patri y por eso no entraría, no quería que mi amiga se pusiera a llorar y tener que dejarla sin consolar para hablar con la preciosa doctora.
Ajusté el cinturón de cuero que cerraba mi cintura y me fuí hasta la casita en su busca.
— Hola Loreine — me sobresaltó la voz de Joseph, pisandome los talones. Era tan misterioso ese hombre que a veces me asustaba.
— Dentro de la casa no tienes que seguirme, por favor.
Le hice una seña para que se fuera, pero ese hombre no obedecía a nadie más que a su jefe.
— Dentro de la casa es justo donde no estás ahora, aquí tengo que seguirte, es mi trabajo. En la calle no estarías sin él.
Joder. Que pesado era a veces. Parado, todo guapo, de brazos cruzados, marcando músculos y achicando los ojos. Asustaba de veras.
— Tenemos que hablar Joss, está sanando mal — la voz de Mónica nos interrumpió el duelo de miradas.
— Me haré cargo y en dos días estará distinta. Ahora vete — le respondió fríamente a la doctora y me quedé intrigada.
Ambos no dejaban de mirarme y concluí — ¿Estás curando tú a mi amiga?
Él asintió y sin dar más detalles guardó silencio.
Se hizo a un lado, haciéndome un ademán para que pasara pero lo que hice fue, pasar de él.
Sabe ser gentil. Te lleva a hermosos lugares y sabe cómo encantar a una mujer.
El problema está, en que sabe lo que quiere y no pide más que aquello por lo que firma. Generalmente.
No puedo saber Loreine, que es lo que te compró a tí, pero sé desde lejos, que te destruirá como no podrás soportar y luego de conseguir su compra y su término de tiempo, no lo pensará dos veces antes de dejarte rota, y si no sabes lidiar con tu ruptura, será en extremo doloroso cuando tengas que dejarlo y él te obligue a hacerlo.
Lo conozco demasiado bien y con el tiempo supe, que no puede controlar como es, ni aunque quiera puede hacerlo y lo peor es... Que no suele querer controlarse»
La oía hablar y no podía dejar de analizar, lo hermosa que era. La veía moverse en cada palabra y no llegaba a comprender como pudo él, negarse a una mujer como esa.
— ¿Y no pasaron más que de los besos? — no pude evitar no interrogarla un poco más.
— Él no se sale de su propio guión, no te pedirá más que lo que le has vendido — dijo sonriendo tristemente.
— Yo ni siquiera sé que quiere comprar — no pude decir nada más ni ella tampoco desde que su móvil sonó y me mostró la foto de Alexander en toda su pantalla.
Hablaron y más bien, debería decir que fue él quien habló hasta que ella colgó y Josep se acercó, haciendo notar que era su hora de irse.
Mientras mi guardaespaldas me entregaba su teléfono con alguien ya en la línea esperando a que atendiera, Mónica y yo nos levantamos para ella irse.
Se acercó a mí, y con una franqueza que posteriormente agradecería me susurró al oído mientras se despedía de mí...
— Oniomanía — arrugué mi frente desconcertada — ese es el trastorno que domina al comprador... en una escala inhumana y poco vista.
Y así se fue. Dejándome con toda su verdad, dándome vueltas en la cabeza y con un móvil en la mano esperando a que atendiera la línea.
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