Si este momento no me sentía con una enorme curiosidad hacia aquel hombre, ya me daba por perdida.
Pero es que la respuesta era positiva... Me sentía más que curiosa, inquieta. Quería saber que podía provocar que un hombre que lo tiene todo, tenga una compulsión por las compras. Pero no por cualquier compra, sino por unas bastantes peculiares hasta donde había podido saber.
Era quizás un poco triste que me hubiese sumado a una difusa lista de compras, de las que aún no llegaba a concretar los detalles escabrosos. Aunque en esta historia, todo era escabroso.
Me quedé tan traspuesta que ni siquiera preste atención al momento en el que Joseph se llevaba a Mónica.
Me recosté sobre el sillón en el que estaba y llevando las manos a mi pelo, contesté la llamada.
— Te escucho — fue todo lo que dije. No hacía falta que dijera mucho y él sabía que estaba a su merced.
A diferencia de esta mañana, no me sentía muy nostálgica con él, más bien me alegraba de la distancia que existía ahora entre ambos. El teléfono, me hacía sentir segura. Cuando estaba entre su espacio personal, me podía la sensación que él era capaz de proyectar y yo incapaz de evitar.
— ¿Quieres hacerme alguna pregunta? — dijo en tono preocupado y comedido. ER extraño sentirlo dar pasos de ciego conmigo y mostrarse asustado.
— Muchas Alexander, pero no vas a responder ninguna y de hacerlo, no serás todo lo transparente que me gustaría que fueras. Así que no Alexander, no quiero hacerte ninguna pregunta — estaba siendo tremendamente sincera y ya lo conocía lo bastante como para saber qué esperar de él.
Él suspiró. Yo resoplé y ambos tratamos de iniciar la continuación de la conversación, pero entre los dos nos interrumpimos y ambos guardamos silencio.
Me estaba convirtiendo en él. Sentía que en ocasiones podía prever todas y cada una de sus reacciones y había llegado con él, a tal punto de complicidad que ya tenía conductas que había ido heredando de su personalidad.
No sabía si eso era bueno o malo.
Pero Loreine estaba volviéndose cada vez más fiel a la versión femenina exacta de Alexander.
— Te extraño Lore — dijo bajito y no pude evitar sentir mi estómago revolucionarse de la emoción.
¡Era tan idiota!¡Estaba tan enamorada!
— No puedo negarte que me siento igual; pero luego suceden cosas, que me traen de regreso a la realidad que supones en mi vida y quiero retroceder y escapar de tí — le dije, respirando pausadamente y viendo como volvía Joseph — y lo peor es sentir y darme extrema cuenta, de que probablemente ya nunca pueda huir de tí. ¿Estás con tu mujer ahora?
No sé si fue la realidad o los celos que no merecía tener de él, pero esa pregunta escapó de mi boca y de mi control.
Estaba tan metida en su mundo, en el que teníamos juntos, que iba dando zigzagueos contantes de aquí para allá en nuestra relación. Eso quedaba más que claro en este momento.
— Que tengas linda tarde. Nos veremos pronto...
Su manera de esquivar la respuesta me hizo inundar mis ojos en lágrimas.
La posibilidad de que estuviera con ella me dolía. Quemaba. Ardía en mi pecho y me mataba.
Era un atrevimiento por mi parte, pero no pude evitar cometerlo.
El resto del día lo pasé melancólica. Cabizbaja. Extrañandolo.
Estaba con mi amiga, pensando en lo trágica que había sido mi vida casi todo el tiempo y en lo poco distinta que era ahora.
Patri dormía, serena y hermosa. Estaba bastante mejor, al menos para mí que no estaba evaluando de manera médica su estado y mientras yo, miraba por la ventana de cristales hacia el enorme prado por dónde los animales de la propiedad, corrían libres y protegidos por las cercas delimitantes.
— Si no dejas de suspirar pensaré que le extrañas — la voz de mi amiga me hizo girarme a verla, sin dejar de abrazar mi cintura con mis manos.
— Es que le extraño Patri, no quiero hacerlo pero lo hago — me encogí de hombros y bajé la cabeza, caminando a sentarme en la esquina de su cama.
— No has tenido una vida fácil Lore — reconoció ella, sentándose con cuidado en la cama y le acomodé las almohadas, dejando que luego me tomara las manos — siempre has hecho lo correcto, sufriste la enfermedad de tu padre en carne propia y valoraste la posibilidad de quitarte la vida para darle tu corazón de haber sido compatible y aunque nadie sepa eso, para mí que sí lo sé, es de lo más admirable que he visto en mi vida.
Mis ojos se aguaron pensando en mi papá. En lo cerca que estuve de salvarle la vida y en lo rápido que se me fue.
Ella tenía razón, me hice los exámenes para saber si era compatible y firmar un testamento con mi propio órgano, para quitarme la vida y dárselo a mi padre. Así de enfermo y tóxico, es mi expresión del amor.
— No me sirvió de nada eso Patri, mira como he acabado — le señalé con obviedad y me limpié la lágrima que logró escapar de mis ojos.
— Pues por eso lo digo cariño — me dijo ella, tomando un sorbo de agua — vive la vida de una vez y como venga. Ya te ha pasado demasiadas facturas. Cóbrale tú algo ahora y si te ha puesto en esta mansión, con un hombre super sexi que se muere por llegar a más contigo y que te puede dar un mes de cosas de lujo que no conoces ni probablemente vuelvas a ver en tu vida, pues disfruta y piensa que estás de vacaciones. Ya está. No analices tanto todo, que de todas maneras, en esta vida, las cosas son como son y nada ni nadie las puede cambiar.
Tenía un traje mal colocado, se podía ver qué había estado tirando de su pelo y de su corbata, estaba todo deshecho y hasta su camisa se veía por fuera de su pantalón. No llevaba saco. Un Rolex dorado en su mano y no pude evitar notar, que no llevaba anillo de compromiso.
— ¿Te quitas la sortija de matrimonio para verme? — me arrepentí enseguida de mi conducta tan infantil y cuando me fuí a bajar, él se acercó.
— Desde que te tengo no lo uso y lo sabes. ¿Por qué ibas a dejar que tocaran tu cuerpo? — ambas frases las dijo con furia.
Desvíe mi mirada y él se acercó a controlar al caballo que parecía querer irse y yo no me bajaba.
De pronto sus manos subieron por mis piernas abiertas hacia arriba y ambos mirábamos el recorrido que hacían. Aguanté la respiración cuando siguió subiendo sus palmas sobre mi piel y llegó a mi cintura. Me miró. Lo imité. Relamió sus labios y me hizo fuerza, haciendo notar que me bajaría.
— Abre más las piernas Lore — su orden me puso muy caliente y cuando me bajó, obedecí su orden y me colocó sobre su cintura, escondiendo su cara en mi cuello. Abrazando mi cuerpo.
Podía quedarme allí toda la vida.
La hebilla de su cinturón me tocó la entrepierna y casi jadeo. Estaba muy tocada por sus palabras, los celos, la sopresa de verlo y el placer de sentirlo cerca, que me sobrepasaban las sensaciones.
— No sabes como quería hacer esto, y mucho más — confesaba ronco en la piel de mi mejilla, cerca de mi oído.
No me atreví a opinar nada, porque no confiaba en mí misma en aquel momento en el que él me cargaba como si no pesara y me comenzaba a mirar a los ojos como perdido en mí.
— No debiste hablarle así a Joseph — le reclamé bajito, viendo cómo sus manos saboreaban mi piel. Y dejando que las mías tomaran su pelo.
— No quiero que te toque nadie Lore, lo que siento ahora mismo lo quiero solo para mí. Me volví loco cuando casi te carga.
Acaricié su pelo a profundidad y él cerró los ojos, me recostó contra una pared hacia la que no supe cuando había caminado y pasó su nariz, sin abrirlos por mis labios susurrando contra mí...
— Vámonos al yate esta noche — sonreí y entonces me miró — quiero que estemos solos tu y yo. No quiero a nadie más que a mí contigo y a tí conmigo. Dí que sí por favor. ¡Vámonos!
Y cuando casi podía besarme y sin embargo no lo hacía, decidí, que por primera vez en mi vida, actuaría pensando en mí, solo en mí y en lo que yo quería hacer conmigo y de mí, con él.
— ¡Vámonos!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El comprador (COMPLETO)