— Desde el primer día te he dicho que solo te pediré mi compra el día después de mi cumpleaños — se levantó y me quitó del medio de su camino, no estaba siendo gentil en ese momento — no es algo que quiero que me des antes de tiempo y ya sabes que te daré la opción de negarte. Pero eso es todo.
Concluyó así todo diálogo, y se metió al baño, como si minutos antes no me estuviera dando pequeños detalles de importancia y como si yo no quisiera saber más.
¡Era todo tan cíclico con él!...
Sentí el sonido de la ducha activarse y me senté sobre la cama a esperar que saliera del baño. Crucé mis piernas con impaciencia, así como me sentía por dentro.
Lo había visto desnudo más de una vez y desde luego él se sabía mi cuerpo de memoria pero no podía dejar que esas influencias, dominarán mis instintos y me alejaran de mis objetivos.
Es tan desgastante tratar de avanzar hacia alguna parte con Alexander, que de pronto, así como venido del cielo aquel impulso, me levanté y salí en busca de Mónica que podía ser una pieza clave en esta información que me faltaba y que Alexander no terminaba de atreverse a proveermela. Cambié todo rumbo que pensaba tomar y me pudo la impaciencia.
Con cuidado, abrí la puerta sin dejar de vigilar la entrada del baño por si él decidía venir de pronto, saqué mis pies descalzos fuera de la habitación y la cerré con sumo cuidado.
Cerré los ojos alegre por mi hazaña y me dispuse a subir hacia la habitación de Cristel. No podía dejar que nada me detuviera y no podía seguir esperando que el destino hiciera lo que se le antojara a Alexander.
Salté por aquellos escalones de dos en dos y por fin me sentía más cerca de algún tipo de información. Cada paso que daba me hacía sentir más cerca de algo, que no sabía que era, pero que podía darle a mi vida, una pequeña luz al final del túnel en penumbras por el que avanzaba tétricamente.
Pero como en los constantes ciclos en los que vivía al lado de Alexander, me encontré otra vez, como si fuera un déjàvu, frente a una habitación vacía.
¡Maldito!
¡Maldito!
¡Maldito!
Grité para mí misma y golpeé el marco de la puerta, entrando a revisar el lugar.
Habían pasado un par de horas al menos, pero poco más. Eso no era tiempo suficiente para desmontar aquel sitio y sacar a Cristel de allí. Y no lo había soñado todo. Así que no sabía dónde habían metido a Cristel tan rápidamente. Así como tampoco podía tener constancia de quién apoyaba las esquizofrénicas decisiones de Alexander.
Busqué por todos lados. Me movía como una loca por la habitación, pasando las manos por el mínimo espacio que podía resultar sospechoso, esperando que alguna puerta enmascarada apareciera y llegar hasta donde sea que estuviera ella y todos los que hacía horas, estaban aquí... Pero eso nunca sucedió.
Allí no había nadie más que yo y nada más que preguntas sin respuestas.
Era como volver al punto de reinicio y recomenzar en la pesadilla esta, cual laberinto en el que no consigues avanzar y encontrar la salida.
Miré incluso por las ventanas. Mi traicionera mente llegaba incluso a proponer que una mujer en tan precarias condiciones llegaría a escapar por las ventanas. Estaba perdiendo la perspectiva y el andar cíclico de mi vida me había divagar dentro de mí propia mente, llevándome a ninguna parte.
No podía entender por dónde habían salido cuando yo no me había separado de la ventana de mi habitación. La frustración se apoderaba de mí y el enojo avanzaba por mis venas, controlando mis sentidos como si solo pudiera razonar en mi estupidez y falta de carácter para imponerme ante él.
Desistí en aquel absurdo empeño de encontrar repuestas. Una vez más me dejaba ganar y en el fondo creía que tal vez, era una especie de mecanismo de defensa hacia él. En el fondo quería que fuera el comprador quien me dijera todo lo que no conseguia averiguar. Y eso, me hacía abandonar siempre y le daba ventaja a él.
Me dí la vuelta y salí de allí enfadada. Conmigo por ser tan poco visionaria, con él por el constante engaño y con la vida por darme siempre la espalda y no permitirme nunca obtener saludables fines en mis empeños.
— No sé que decirte cariño — aseguraba Patri, que ya podía sentarse y hablar con más soltura física — es todo tan empantanado y confuso que no sé que decir.
Eso era justo como yo definía la realidad a la que estaba siendo sometida.
— Y yo no sé que hacer.
Había ido a ver a mi amiga y a escapar un poco de Alexander. Ella me hacía muy feliz por su mejoría y el simple hecho de tenerla tan cerca y él me enloquecía con todos y cada uno de sus movimientos.
— Voy a apoyar lo que decidas nena, pero también debo defender en ese hombre, por las conductas positivas que ha tenido conmigo y eso es algo que soy incapaz de olvidar — me daba su mano y me apretaba la mía.
Entendía que no todo en él era malo, pero sí bastantes cosas.
No me había quedado claro el porqué de su actitud conmigo sabiendo que no tenía nada que ver con la situación de su mujer y que no era más que otra víctima del infernal destino.
Aproveché mi tiempo con ella para aparcar mis dramas y pasar un rato con mi amiga. Esos ratos que hacen que te olvides de tu entorno y disfrutes y agradezcas la posibilidad de tenerlos.
Varias conversaciones después, pude notar que se hacía de noche, que él no me había salido a buscar y que estaba más calmada aunque igual de intrigada.
El bendito de Joseph seguía cada paso que daba y a veces era hostigador pero ya casi no lo notaba, me había acostumbrado a su presencia casi ausente.
Cuando volví a la casa, lo ví nada más entrar y se me aceleró el pulso.
Era tan fácil que mi cuerpo lo notara y reaccionara a él, que si pudieran verlo los demás, sería hasta vergonzoso.
— Ven a cenar Lore — me llamó desde la mesa del comedor, señalando la silla a su lado.
Estaba soberbio. Un abrigo de cuello alto rojo que hacía juego con el color de sus labios y las mangas recogidas hasta los codos lo hacían más irresistiblemente sexi. Sus ojos azules brillaban sin el miedo que reflejaban los míos verdes.
Miedo a caer en su control nuevamente. Miedo a perderme en él y jamás encontrarme.
Miedo, a qué mi voluntad se viera anulada por la suya y ganara en esta batalla que lidiabamos sin ningún destino certero.
Caminé despacio y me senté a su lado. Me acarició el brazo y mis ojos se cerraron solos. Él me dominaba y ambos lo sabíamos.
Esquivé su toque y dejó caer su mano triste sobre la mesa.
— ¿Dónde está? , Alexander — le pregunté poniendo mis codos maleducadamente sobre la mesa y mirándolo calmada. Sabía que me refería a Cristel.
— Lejos de tí.
— ¡Sigue! — lo insté a decir más, antes de que tuviera que preguntar yo.
— No quiero que te sientas como una amante porque no lo eres — nos mirábamos sin comer y le hizo una seña a Mery para que saliera de allí, dejándonos solos.
— ¿Y que soy Alexander? — se me quiso cortar la voz pero logré mantener el tipo.
Ignorar todo lo que le he preguntado y que nunca me ha querido decir y apartar de mi vida, la posibilidad de irme de su lado algún día, pues nunca me ha abandonado la sensación de que terminaré destrozada si sigo con él.
Pero joder... Es que lo amo. Me hace falta. Me enferma y a la vez me cura y siento, que no seré nunca, nada más que suya.
— Por favor — suplicaba — hablaremos lo que quieras y prometo que será idilico mi amor, dime que sí y apuesta por nosotros.
El insistía y yo sentía que no iba a negarme pero había tanto sin saber, que no podía dejar escapar está oportunidad.
— ¿Me lo dirás todo?, Incluso lo que querías comprarme.
Me miró asustado y supe, que no lo haría.
— Te lo diré todo menos eso. No me amarías si lo hiciera y no me perdonaría el perderte.
— Vas a perderme igual si no lo haces porque mi repuesta será no — concluí desafiante.
— Romperé el contrato. Olvidemos todo. ¿Que más quieres que haga?
Se había puesto un poco nervioso porque caminaba y se revolvía en pelo sin descanso. Alzaba las manos al cielo en algunas de sus palabras y me miraba con súplica.
La pregunta que me hacía en la mente era, básicamente, si sería capaz de estar sin él o con él.
Una pregunta de repuesta abismalmente extremista. De una punta a otra, pero importante para mí.
Si me quedaba y descubría demasiadas cosas hirientes, no podría estar con él. Y si me iba y me faltaba no podría seguir sin él.
¿Que podía hacer?
— No sé que más hacer para que te quedes, pero sí hay algo que puedo hacer para que decidas lo que quieres — levanté la vista hacia él y se acercó a mí. Me acarició la barbilla con sus enormes dedos desde su altura y paseando por el borde de mis labios dijo — a partir de este momento eres libre de tomar la decisión que quieras... Dame tu corazón o llévate el mío, te voy a amar igual.
Y con una lágrima saliendo de sus ojos y muchas llenando los míos, lo ví entrar a la casa y perderse en las escaleras que conducían a las habitaciones.
¿Cómo se supone que encuentre la respuesta correcta?
¿Dónde quedaría el comprador y dónde la vendedora?
¿ Dejaría de ser cíclico todo a nuestro alrededor si decido quedarme?
¿O tal vez sea una ruleta rusa si decido irme?
Solo podía dejar que fuera otro, quien decidiera por mí... Dejaría que mi destino lo marcara mi corazón.
Sin embargo en ese momento no creía que pudiera marcarlo tanto.
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