Alexander y yo, llevábamos un corto espacio de tiempo juntos, pero no podía negar nadie, que todo había sido y lo seguía siendo, demasiado intenso. Íbamos a una velocidad tremenda y saltábamos de etapa en etapa, como si estuviéramos previendo que el tiempo no nos iba a alcanzar. Que nos iba a faltar vida. O quizás, que lo íbamos a echar todo a perder en algún momento, y para no dejarnos vivencias a medias, corríamos entre los tempos de nuestra historia.
Amanecí otra vez entre sus brazos. Ya me estaba acostumbrando a despertar así, y cada vez lo amaba más. Era una sensación inexplicable de seguridad, de confort... alegría y felicidad, mezclada con la novedad de lo que significaba tenerlo en mi vida, y estar en la suya de manera tan enorme. Una sensación que no se describía con justicia y sentirla era sublime.
Mis ojos poco a poco se adaptaron a la luz que se colaba entre las cortinas de la suite con vista al mar y cuando fuí consciente de él, tan protector y relajado a la vez a mi lado, no pude evitar sonreír al aire y agradecer internamente al señor, por darme aquella oportunidad que nunca pensé tener, en mi vida.
Quitando con suavidad su brazo enroscado en mi cintura desnuda, me puse de costado para él, apoyando mi cabeza sobre una mano y mi codo en la almohada,y le retiré el flequillo rubio que se esparcía por su frente, con mi mano libre y mordiendo mi labio por una esquina, saboreando la sensación de saberlo mío.
La acompasada respiración que antes tenía, se descontroló en el momento exacto en que mis dedos trazaron la línea de su pómulo y no se detuvieron hasta llegar a sus labios dibujándolos hasta que llevé los míos hasta los suyos para unirlos en un beso suave y sentido.
—Buenos días mi amor —su voz ronca me acarició el alma con aquel "mi amor".
—Buenos días mi vida —me incliné nuevamente y poniendo mi mano en su cabeza, dentro de su pelo, lo besé con furor. Sentía que lo deseaba pero no quería renunciar a pasar aquel tiempo solamente mirando su hermoso rostro y besando lentamente sus labios, sin la euforia del sexo.
—Por primera vez en mi vida siento que existo Lore —la suavidad con que hablaba no hacía juego con la amargura de sus palabras —que me levanto con un propósito en la vida más allá de los negocios, y eso nena, lo has conseguido tú —me obligó a acostarme y se cernió sobre mí,colando sus manos bajo mi cuerpo hasta que besó mis labios con candor y estiró mi labio inferior con sus dientes —gracias por permitírmelo —comentó jugando con su nariz en la mía.
A pesar de mis planes de apartar el sexo de nuestro amanecer, él tiró por tierra esa predisposición en dos besos.
Poco a poco fue retirando las sábanas de nuestros cuerpos y se acomodó entre mis piernas, sin dejar de besarme en ningún momento ignorando la ausencia de aseo que ostentabamos ambos, y repartió el peso de su cuerpo entre sus dos antebrazos que yacían a los lados de mi cabeza permitiendo a sus dedos enredarse en mi pelo.
Mis uñas se perdieron por los espacios de su espalda y mis dientes se hundieron en la carne de su cuello, haciéndonos gemir a ambos entre caricia y caricia.
—Te deseo Lore, déjame tenerte. No puedo parar de hacerlo —rogó embriagado,lamiendo mis pechos y encorvando mi cuerpo bajo el suyo para profundizar sus atenciones a mis pezones.
—Entonces no pares Alexander —jadeé embobada, aferrándome a su pelo y apretando mis piernas a los bordes de su cintura, conectando nuestros sexos con ansias locas de tenerlo dentro de mí y sentirlo profundizar en mi cuerpo, el suyo tan viril —no dejes de amarme nunca... Tómame siempre... No pares de hacerlo.
Dimos unas vuelta por la cama y las sábanas que estorbaban, él las lanzó al suelo con sus pies.
Nos devorabamos como si de un holocausto se tratara.
Volvió a dominar el espacio encima de mí y fui incapaz de negarme a nada de lo que fue conquistando por el camino de mi cuerpo y mi placer.
Me regaló dos orgasmos que grité con su nombre en mis labios. Fue tierno y brusco, desesperado a la vez. Su elegancia extrapolaba incluso al sexo y eran excitante oírlo tan perdido en lo que yo le provocaba, que llegaba a pronunciar improperios y maldiciones en sus momentos cumbres mientras me hacía suya.
Dedicó la mañana a amarme.
Lo hicimos en todas las partes que nos cruzábamos de la habitación. No había manera de detener las ganas y el trecho fisiológico entre el deseo y la pasión, nos había dejado con dolores en el cuerpo de tanto hacerlo. Embriagados en placer. En amor. En nosotros.
Cuando finalmente nuestros cuerpos estaban en rompan filas, decidimos entre risas y jadeos de agotamiento sexual y corporal, irnos a algún sitio público, donde la muerte por éxtasis sexual,no fuera una opción tan a punto de materializarse.
—Te prometo que siento que me tiemblan los músculos de los muslos —le confesé mientras subíamos al carrito de golf, para ir a almorzar a la playa. Me había preparado una sorpresa.
—Hay que hidratarte mucho mi amor —sonrió besando mi sien —necesitas recuperar el tono muscular para esta noche —ambos sonreímos mientras él daba la vuelta hasta la parte del conductor y se sentaba a mi lado tomándome una mano y dejándola reposar sobre su muslo fibroso —necesito dejar de desearte tanto. No puedo vivir con el miembro semiduro todo el tiempo.
—Dios, Alexander cállate. Hasta apretar las piernas para controlar las ganas me duele —nos reímos cómplices. Parecía que no podíamos parar de hacerlo.
Salimos en dirección hacia donde solo él sabía, y nos reímos tanto, que fue la primera vez que sentí, que por fin me estaba encontrando con una parte de mi comprador, que ni siquiera pensé que conocería o que incluso, poseía.
Era él, siendo espontáneo y libre. Siendo simplemente un hombre sin traumas, sin oscuridades y sin miedos. Dejando que la vida le regalara momentos alegres y en paz, sin pensar en lo negro que dibujaba su pasado o incluso parte de su presente, disfrutando simplemente de los primeros destellos coloridos de su futuro.
Y mientras lo encontraba a él, sentía que me conocía más a mi misma. Una zona de mi personalidad que tampoco sabía que podía sacar a flote. Esa dónde solo él y yo, podíamos dejarnos ir, y encontrarnos mutuamente con todas aquellas novedosas cualidades que íbamos extrayendo de lo más profundo de ambos, con la ayuda y presencia solo del otro.
La sorpresa consistía en un almuerzo a pie de playa que él mismo había ido a organizar mientras yo dormía, ajena a sus primeros destellos de romanticismo,y que parecía un oasis en medio de un desierto.
Una mesa de manteles de encaje y un bufete exquisito con vino para brindar. Velas decorativas, pues a esa hora del día no había más necesidad que el sol para alumbrar y un ramo de flores naturales, que rivalizaban con el resto del ambiente, tremendamente hermoso. Todo bajo una carpa de tul y telas blancas de lazos rojos que ondeaban al viento, resguardando nuestros cuerpos en dos cómodos sillones de playa y una hamaca para dos, en la que disfrutábamos después del maravilloso almuerzo, de más momentos a solas donde encontrarnos.
—Ayer ibas a preguntarme algo, pero nunca lo hiciste —me recordó él, enredando sus pies descalzos con los míos ídem —¿quieres hacerlo ahora?...
La disposición que mostraba a conversar me encantaba, pero me resultaba extraño. Alexander siempre te se había mostrado renuente a comentar cosas al azar y el simple hecho de mencionar algo como eso, ponía en evidencia su inclinación a responder lo que fuera que yo quisiera saber,pues él no podía controlar lo que había en mi mente por mucho que a veces lo pareciera.
Estábamos meciéndonos en la hamaca, ambos mirando el mar y abrazados en la soledad de nuestras únicas presencias.
Él llevaba un short de lino blanco, a juego con su camisa polo de igual color y unas gafas de sol que lastimaban mis deseos de observar siempre sus azules ojos.
—Joss te adora Alexander, no puedes negarlo y deberías dejar que se acerque más a tí.
—Lo que siente es una gratitud inmensa, por algo que no puedo contarte porque es su vida, no la mía para hacerlo. Pero amor, nadie nunca me ha dado... —escondió su mirada bajo las gafas de sol y le tomé el mentón para besarle, luego dijo —hasta que llegaste tú.
—¿Qué le pasó a Luca?—después de lo que me había dicho no podía dejar de preguntar al menos eso.
Todo lo que recibía de Alexander era laberíntico.
Si bien era cierto que él nunca me mentía, si sabía manejar muy bien las verdades que decía o las cosas que contaba.
Una palabra suya se podía interpretar de tantas maneras, que en realidad nunca llegabas a saber más que los datos sueltos que quedaban detrás de sus puzzles geroglíficos.
—Lo tuvimos por capricho mío...otra de mis compras —controlé un jadeo de pasmo de mi garganta —había comprado a su madre, quería comprar mi hijo —recostó la cabeza y cerró los ojos,incluso por debajo de las gafas podía verlo apretando sus párpados —mi perversidad no conocía límites, creo que el primer límite lo está conociendo contigo, justo ahora —me apretó contra él y terminé de oír la negra historia recostada en su pecho —pero el día en que nació, fue la primera vez que sentí que de verdad tenía algo, una verdadera pertenencia, un verdadero amor... a los cinco años mi padre quería hacer lo mismo que ahora —confesó en mi mejilla, llorando —acercarse a mí y sabía como sabe ahora, que tenía un medio importante para hacerlo y se llevó a Luca, el día de su cumpleaños a navegar, sabía que iría por él, como sabe que iré por tí, ese maldito viejo aún tiene poder sobre mis actos, me quita todo lo que amo, saquea lo que tengo... y luego vino la pelea, los gritos, la tormenta... pasar a mi hijo pequeño de un bote a otro y perderlo para siempre en las profundidades de un mar encabritado, que nunca lo devolvió —mis ojos lloraban casi tanto como los suyos y me aferraba a él con una fuerza que no sabía que tenía, quería consolarlo, devolverle a su hijo, arrancarle su dolor y matar a todo aquel que lo lastimara, pero no podía hacer más que amarlo. Que estar a su lado y cuidar esa distancia que tan celosamente había marcado con su padre. Y evidentemente conmigo.
—¡Perdóname!—me aferré a su cuello y hablé en sus labios compartiendo lágrimas —no volveré a t oh car este tema y no dejaré que tu padre vuelva a estar entre nosotros. Lo siento mucho. Deja que te abrace y quedémonos callados... Solos tu y yo. Encontrándonos.
No dijo nada. Tampoco hizo mucho más por hablar de aquello y secó mis lagrimas a besos, que se tornaron amargos pero eran nuestros. Teníamos repertorio para todos los momentos que compartíamos y aquellos, esperaba que no se dieran muy a menudo.
La miel se había vuelto hiel, y ya no estábamos en el mismo punto en el que habíamos iniciado el día.
Aquella confesión lo había estropeado todo y a pesar de sentirnos el uno al otro, nos habíamos aislado en nuetras propias mentes.
En la tarde, al final de esta, íbamos volviendo a ser la pareja apasionada de las horas antes de las confesiones y nos encontramos con Patri y Joss en la piscina del hotel y pasamos del estrés en pareja, al relax en familia.
Por algún motivo extraño, aquella conversación había dejado una estela de sentimientos en Alexander y se le veía muy cercano a su hermano en las horas que compartimos luego.
La tarde pasó rápida, alegre y más calmada y cuando llegó la noche, había recuperado al marido fogoso con el que me había despertado y volvimos al mismo sitio, del que no quería salir jamás. Allí, donde yo era suya y el mío y nos volvíamos a encontrar solo nosotros.
Y la mayor muestra de que la luna de miel había acabado, la dió mi móvil en la mañana siguiente, cuando me hizo saber a través de un mensaje de mi otro cuñado, que mi suegro pretendía verme como fuese necesario y el preso que debía identificar me acaba de marcar a mí, como la autora del crimen que nunca quise cometer y del que parecía que nunca podría escapar.
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