¿Cómo puede alguien pasar de una personalidad a otra a tanta velocidad, sin estar declarado por un psiquiátra como bipolar o algo incluso más grave en cuanto a diagnósticos de trastornos de la personalidad?
No podía entenderlo.
Lo miraba y pensaba, que estaba en otro mundo, frente a otra persona bajo otras circunstancias absolutamente a siglos luz de distancia de las cortas cinco o seis horas atrás, en las que estábamos abrazados, confesándonos cosas profundas y apoyándonos el uno al otro con nuestros planes a futuro en pareja.
Una pareja que ya no éramos y una pareja que parecía que nunca fuimos.
Dolía demasiado sabernos rotos. Otras personas en otros mundos donde yo no era , y él no era .
A pesar de que lo sentía como mi vida aún. Y me sabía como su amor.
No era ninguna estúpida como para no ver el abismo de distancia que supuso la confesión inconfesada por mi parte, respecto al tema de su padre.
Quizás le había dolido de más, el hecho de que me lo callara unas horas y eso, lo había hecho detonar en montones de pasos hacia atrás pero; nada justificaba la crueldad de sus palabras y ni por todo el amor del mundo que le tuviera, podía permitirme el justificarlo.
Me había hecho daño. Y por el dolor en mi pecho, el ardor en mis ojos bordeados en lagrimas y el calor abrasador de su fría mirada sobre mí, el daño podía ser irreparable y él de seguro lo sabía.
Llegar a la casa fue fácil. Mantenerme a distancia de él lo fue todavía más, teniendo en cuenta que salió corriendo en su auto solo y en cuanto los demás bajamos de el, incluso dejando las maletas dentro; pero,...¿ Cómo sería dormir a su lado esa noche?
¿Sin el calor de su cuerpo dentro del mío. Sin sus ganas saciándose en las mías, sin poder ser nosotros, porque ya "nosotros", parecía que no existía más?
¿Cómo demonios íbamos a existir después de aquello?
Nuevos mundos se cernían sobre nuestra vida y la principal ruta hacia el final de esa encrucijada, era el inicio que supondría mi visita a su hermano, la policía y su padre.
—¿Te importa que hablemos un rato? —le pedí a Joseph que se había quedado mirando como yo, como su hermano se alejaba de nosotros a alta velocidad.
—¿Sobre...? —su hermetismo era molesto y su mirada jodida. Era un tipo de hombre que no hablaba a menos que lo quisiera y no parecía querer hacerlo. Como para variar.
—No finjas que no entiendes Joseph, sabes perfectamente que quiero saber de qué demonios iba el numerito de tu hermano en el avión.
Cuando Alex cruzó la verja y esta volvió a cerrarse tras su salida acelerada, el guardaespaldas me miró indescifrable.
—Voy a pedirle a Kyle que preparare al testigo y en cuanto te vistas nos vamos a comisaría. No tengo tiempo de hablar. Por favor cámbiate y toma tus cosas.
—Mis cosas están en el auto de Alexander, no puedo tomar nada, como podrás adivinar.
Me puse sarcástica caminando detrás de él, que entraba en la casa y guiaba a Patri a la cocina.
—Es cierto —estuvo de acuerdo y sin soltar el codo de mi amiga, me dijo —date un baño, ponte ropa cómoda y encuentrame en la habitación de Patricia para irnos cuando estés lista. Cómete algo también.
Era la primera vez que me daba tantas órdenes juntas. Supongo que como era un ejercicio más que estudiado de ambos hermanos, Alexander le había comunicado sus intenciones y le había dejado muy bien ordenado todo lo que a su vez, debía ordenar me hacer a mí.
Recibiendo un guiño de mi amiga, inspiré hondo y a ojos cerrados y comencé a subir las escaleras hacia mi cárcel otra vez.
Aquello no se sentía igual. Nada, en mi vida se sentía igual pero si algo estaba claro, era que no se podía confiar en Alexander ni en lo que creía tener con él, porque en el mismo segundo en que te besaba te mordía y la sangre que te extraía te drenaba el alma.
Evitando sentirme más miserable por su ausencia y me deseo de su presencia, me bañé, tratando de limpiar al menos, un poco de cansancio de mi cuerpo.
Un vestido recatado, de flores pequeñas y colores oscuros, justo como me sentía en aquel momento, mangas largas y botas cómodas, me vistieron la piel, con poco maquillaje y una única joya en mi dedo, que me sacaba pucheros de pena de vez en vez.
Para cuando bajé a la cocina, habían pasado unos cuarenta minutos y con ningún tipo de aditamento que pudiese necesitar, me senté en un taburete de una esquina desolada del lugar.
Dejé que mi vista se perdiera en los verdes prados que se veían por la ventana, y pude ver como mi guardaespaldas venía hacia mí, que no tenía apetito de nada tampoco había visto a Mery para que me preparara un té que me calmara los nervios al menos.
—¿Estás lista?...
Habia aprendido a ejercer muy bien la postura de Alexander, incluso,la de su hermano presente en el coche conmigo. Esa que consistía, en permanecer callada.
No contesté si estaba lista porque no me sentía lista, pero tampoco podía dejar de estarlo así que para una vez más, imitar la conducta del comprador, callé antes que mentir.
En aquella ocasión el pueblo se sentía más cerca de la propiedad de lo que lo había hecho la última vez.
Pasar por la pensión me recordó que aún no habíamos ido a ver a Cristel y eso, me sembró la duda de que tal vez, él había preferido, dada la nueva situación entre los dos, ir solo a verla y dejarme al margen de la intrigante visita. No pude evitar, celosamente debo admitir,mirar hacia la pensión buscando su coche pero no estaba allí. O ya había ido o se había tomado la molestia de ocultarlo de mi vista, siendo conocedor de mi visita a la comisaría.
Finalmente llegamos allí,y fue muy extraño verme sobre observada por más de uno, sobre todo, por la compañera de Kyle, chica de la cual no podía recordar el nombre. La agente aquella que había dejado más que en claro que le gustaba mi marido, y que sabía cosas de él, que tal vez no debía, pero no podía decirse que su actitud indicara que estuviera en disposición de compartirlas. Y por otro lado a mi no me interesaba hablar de mi marido con ninguna otra mujer, a no ser que fuera Mónica, de quien no debía permitirme apartar de mis posibilidades.
Se levantó y mis acompañantes no pudieron evitar comenzar a abandonar la sala, dejándome a solas con el capitán y sheriff del pueblo, que a su vez vestía una sonrisa de suficiencia que no podía con ella.
Mi marido me dió un beso profundo sin lengua, pero demorado que no sabía porqué, pero me sabía a deseo, a nostalgia, a tristeza y alegría a la vez. Tan confuso como lo era su portador.
Cuando sentimos la puerta cerrarse detrás de mí, me indicó con un gesto que me sentara y señaló un bandeja de agua y café, de la que acepté la bebida transparente. Estaba nerviosa y a la expectativa. Necesitaba hidratar mis neuronas para escoger muy bien mis palabras.
—Usted dirá.
Esa frase ponia el balón en su campo y a la vez era una ventaja para mí, para ver por donde venían los tiros.
Asintió y de acomodó en su sillón de cuero, que resonó en la silenciosa estancia.
—Puedo ver que el matrimonio está algo enfriado. ¿Problemas...?
Volví a beber mi agua y me incliné para dejar sobre la mesa el vaso y la botella y dije, apoyando mi antebrazo en la madera crujiente y algo vieja:
—Los detalles de mi relación con Alexander no son relevantes ahora. No pienso compartirlos y espero que los pasos que hemos conseguido avanzar no se deshagan en un chisme morboso...Capitán.
—Tienes toda la razón. Me disculpo —le regalé una inclinación de cabeza y me recosté cruzando las piernas y las manos sobre mi regazo —quiero proponerte un plan para salvarte del enfermizo control de mi hermano.
Aquellas palabras, dichas un tiempo atrás me habrían sabido a gloria bendita. A salida. A escape.
Pero en aquel momento, me sabían a traición. A dolor y a desapego de un hombre, que amaba profundamente y que por motivos que se escapaban a mi comprensión había cambiado en cuestión de segundos y me obligaba a extrapolar hacia la decepción y la supervivencia,con todo aquello que había sucedido desde el arriba al avión.
—Te escucho...
Después de descubrirme a kilómetros de las intenciones que había tenido días antes, en una playa de una isla donde fui feliz, me volví a describir cuarenta minutos más tarde dándole la mano a mi cuñado, para cerrar un trato escabroso contra un hombre que no me había dejado más opción que la de escapar de él.
La mayor sorpresa me la llevé, cuando descubrí que había una tercera persona involucrada en aquel proyecto un tanto suicida en contra de Alexander y de la que no esperaba para nada que pudiera recibir apoyo en algo como aquello.
Y es que a veces aquello que creemos que nos puede destruir es justo nuestra única salvación.
Así como la salvación, a veces nos destruye. Y allí, con mi marido del otro lado de la puerta que lo separaba de mis nuevos planes, acepté dar lo que sería el primer paso, hacia lo que nos dejaría a ambos... completamente destrozados.
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