Jaime lo ignoró, pasando la mirada por los cigarrillos que había sobre la mesa. Luego, tomó uno y lo olió un poco.
—Es un buen cigarrillo, ¡qué desperdicio! —Tras decir eso, encendió uno y dio una pequeña calada antes de exhalar un círculo de humo. A juzgar por su expresión, parecía estar disfrutando.
Al ver la expresión de indiferencia y embriaguez en su rostro, a todos casi se les revienta un vaso sanguíneo.
—¡Mocoso, hoy te quitaré la vida por tener la osadía de herir al Señor Munguía! —Con un rugido, Luis le lanzó un puñetazo.
El golpe no solo fue en extremo contundente, sino que además emitió un zumbido al cortar el aire, lo que hizo evidente que era un luchador entrenado.
Jaime permaneció impasible ante el golpe. Dio otra calada al cigarrillo y exhaló hacia Luis, que arremetía contra él. Tras esa bocanada de humo, este, que al principio avanzaba a la velocidad del rayo con el brazo extendido, se congeló de repente como si estuviera inmovilizado. Su puño estaba a escasos centímetros de Jaime.
Al mismo tiempo, todo el mundo se quedó boquiabierto. Bajo sus incrédulas miradas, Jaime pateó al hombre y lo mandó a volar. El cuerpo robusto salió volando de la oficina y se estrelló contra el suelo con fuerza.
—¡Luis! —La expresión de Diego cambió drásticamente y corrió a ver cómo estaba el hombre.
Después de todo, Luis era su luchador más hábil y había entrenado kickboxing durante más de diez años.
Cuando se acercó a él, se quedó atónito al ver que el pecho de Luis se había hundido y que le salía sangre por la comisura de los labios. Tenía los ojos muy abiertos y yacía en el suelo inmóvil, sin que se pudiera saber si seguía vivo.
—¡Mátenlo! ¡Ahora! —La rabia se apoderó de Diego y se volvió loco.
—Claro que lo soy. Compañía Sentimientos Químicos pertenece a Josefina Serrano, la hija de la Familia Serrano. Y es mi mujer. Dicho esto, ¿no me debes dinero? —contestó con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Tu mujer? —El desconcierto estaba reflejado en su cara. De inmediato, sus ojos empezaron a abrirse de par en par, y el terror se apoderó de ellos—. T… tú eres…
Se quedó boquiabierto, pero estaba tan aterrorizado que no le salió ningún sonido.
Había sido un gánster en el pasado, así que sabía de muchas cosas, aunque no tenía derecho a asistir al banquete ofrecido por Arturo. Por supuesto, había oído hablar de Jaime, pero nunca se le pasó por la cabeza que fueran la misma persona.
«¿Qué? ¿La persona que derrotó a Esteban Figueroa y a la que tanto Arturo Gómez como Tomás Lamarque veneraban resultó ser este joven, al parecer insignificante, que tengo delante?».
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