Diego no podía creerlo, pero los hechos estaban frente a él.
¡Pum!
Sus piernas cedieron y cayó de rodillas ante Jaime.
—¡Lo siento, Señor Casas! ¡Por favor, perdóneme! —Diego suplicó piedad con desesperación mientras se arrastraba.
Si fuera tan solo el novio de Josefina, no se habría quedado tan petrificado. Al fin y al cabo, el hecho de que se atreviera a deberle dinero a la Familia Serrano dejaba claro que no les tenía miedo. A pesar de ser la familia más rica de Ciudad Higuera, los Serrano solo se dedicaban a negocios legales, por lo que alguien de los círculos clandestinos como él no se sentía intimidado en lo más mínimo. Por desgracia, Josefina no solo había reconocido a Jaime en público como su novio, sino que Tomás y Arturo lo habían tratado como su invitado de honor. Como tal, no era alguien a quien pudiera permitirse ofender.
Al ver el patético comportamiento de Diego, Jaime resopló y pasó a su lado.
Cuando se fue, Diego se desplomó en el suelo; se había formado un charco debajo de él.
Cuando Jaime salió a la calle, con la intención de llamar a un taxi para volver a la oficina, vio de repente a Hilda corriendo desde la calle de enfrente.
—¡Jaime!
Hilda corrió hacia él emocionada cuando lo vio salir del edificio. Una gran calidez invadió a Jaime al ver que ella no se había marchado, sino que lo esperó.
Justo cuando cruzaba la calle, un auto a toda velocidad se dirigió hacia ella. Se sorprendió al ver aquello y se quedó inmóvil en el sitio. Por un momento, su mente se quedó en blanco.
Cuando el conductor se dio cuenta de que alguien se había cruzado, frenó de golpe. El chirrido desgarrador y el humo de los neumáticos hicieron que el ambiente se volviera tenso de inmediato.
En el momento en que Jaime vio la inminente colisión, hizo circular su energía y salió disparado. Protegiendo a Hilda detrás de él, golpeó con sus manos el automóvil.
Pronto, el auto se detuvo.
Hilda permaneció de pie, con los ojos llenos de espanto.
—Ya estás bien… —Jaime tomó su mano y la dirigió al otro lado de la calle.
—¡Jaime sí que es osado por tener las agallas de ir a cobrarle la deuda a Diego Munguía! ¡Seguro que no sabe que todos los que lo hicieron en el pasado volvieron con la cara amoratada!
—¡Exacto! Hilda no debería haber ido con él. Diego es un libertino que quiere acostarse con todas las mujeres hermosas que ve. La vendedora que antes fue a cobrar su deuda acabó renunciando cuando volvió. Me enteré de que incluso estaba embarazada después, ¡y el niño no era otro que el de Diego!
—Vamos a esperar y ver. ¡Seguro que está todo golpeado!
Mientras todos murmuraban entre sí, María tenía el ceño fruncido por la preocupación que le producía Hilda.
A ella no le preocupaba Jaime, ni siquiera si acababa lisiado.
«Sería una pena que Diego ensuciara el nombre de Hilda cuando es apenas una jovencita que no ha visto mucho del mundo». El arrepentimiento la inundó.
«¡Ah! ¡Debería haber evitado que se fuera con él!».
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