—Señor Casas, no sabía que era usted. Si lo hubiera sabido, no habría aceptado el trabajo. —Lo único que pudo hacer fue agachar la cabeza y disculparse.
—¿Me conoce? —Jaime se extrañó.
Félix sonrió con torpeza.
—Lo vi en el banquete del Señor Gómez, donde derrotó a nuestro líder en su momento.
—Ya que sabe que fui yo quien apaleó a Esteban, ¿no debería vengarse? ¿Por qué sigue siendo tan cortés? —Estaba desconcertado.
Durante todo este tiempo, el Regimiento Templario y la Banda del Dragón Carmesí estaban enfrentados. Dado que había golpeado a su líder, deberían haberlo tratado como el enemigo. En cambio, Félix se mostró tan respetuoso con él que rayaba en lo adulador.
—Señor Casas, debe estar bromeando. Teniendo en cuenta lo capaz que es usted, debería tener ganas de morir antes de que la venganza se me pasara por la cabeza —explicó con honestidad.
Sonriendo, Jaime se sorprendió de la franqueza del hombre y de cómo maniobraba con habilidad en la situación.
—En ese caso, ¿puede decirme ahora quién me quiere muerto? —preguntó.
—Javier, me pagó un millón por hacerlo. —No se atrevió a ocultar la verdad. Las reglas ya no importaban cuando su vida estaba ahora en peligro.
Jaime respondió con una risita, ya que sus sospechas eran ciertas.
Cuando se fue, Félix se dio cuenta de que estaba empapado de sudor.
—Señor Laiva, ¿de verdad derrotó ese hombre a nuestro líder? Se ve demasiado joven —preguntó asombrado uno de sus hombres.
La expresión de Félix se volvió sombría.
—Que ninguno de los nuestros se atreva a siquiera tocar a ese bast*rdo hasta que nuestro líder regrese.
—¡Entendido! —Tras asentir, los cuatro hombres se dirigieron a difundir el mensaje.
Mientras tanto, en el salón privado, Javier y los demás bebían con entusiasmo. Tanto él como Santiago se alegraron en especial al ver cómo se llevaban a Jaime.
Dado que el director general y el gerente del departamento estaban disfrutando, todos los demás siguieron su ejemplo.
Sin embargo, justo cuando todos estaban a punto de salir, la puerta del salón privado se abrió y entró Jaime.
—¿Jaime?
Todos se quedaron atónitos. Habían asumido que ya lo habrían molido a golpes.
Javier, en particular, se quedó perplejo.
«¿No acordaron deshacerse de Jaime? ¿Por qué está aquí?».
—Jaime… —Al verlo, fue corriendo hacia él.
—¿C…cómo regresaste? —preguntó Javier incrédulo.
—Ya que el asunto está resuelto, es lógico que regrese. Señor Llano, ¿esperaba que no lo hiciera? —se rio.
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