Tobías hizo una llamada mientras decía eso, evidentemente pidiendo también refuerzos.
Pronto se acercaron unas furgonetas y salieron más personas, todas armadas.
Cuando Tobías vio que sus hombres habían llegado, preguntó regodeándose:
—¿Dónde están tus hombres? ¿Están demasiado asustados para venir?
—Están aquí... —respondió Jaime con calma.
Un auto se acercaba a ellos desde lejos a gran velocidad.
Cuando Tobías vio el pequeño auto, soltó una carcajada.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Solo convocaste a un auto? ¿Cuántas personas puede llevar? Aunque puedas luchar, puedo seguir pidiendo refuerzos. Morirías de agotamiento...
—Espero que puedas seguir sonriendo después de ver a la persona —respondió Jaime con una fría sonrisa.
Pronto, el auto llegó hasta ellos. Un hombre fornido abrió la puerta y salió del auto.
Cuando Tobías pudo ver con más claridad a la persona, su sonrisa se congeló en su rostro.
Todos los demás jadearon de forma brusca.
La persona no era otra que Tomás. No había nadie más con él.
Después de caminar hacia Jaime, saludó de forma respetuosa:
—Señor Casas.
Cuando Tobías vio lo respetuoso que era Tomás con Jaime, se quedó boquiabierto. Su cuerpo empezó a temblar sin control alguno.
—Deshazte de él —le ordenó Jaime mientras miraba a Tobías.
Tomás asintió antes de girar y enfrentarse a Tobías, que se estremecía de miedo.
Tomás recorrió con la mirada a los demás hombres. Con los rostros pálidos por el miedo, los subordinados de Tobías arrojaron sus armas al instante.
—¡Piérdanse! ¿Quieren quedarse aquí y morir? —gritó Tomás.
Los hombres de Tobías estaban tan asustados que se escabulleron.
Sin embargo, no podía entender por qué alguien tan importante como él conducía un Ford destartalado.
Después de que Tobías le diera una bofetada, su cara se hinchó demasiado.
Sin embargo, sabía que, si no era lo suficientemente duro, ambos podrían morir.
—Señor Lamarque, ella no piensa antes de hablar. Por favor, no se enfade... —Tobías se disculpó con Tomás.
Sin embargo, Tomás no lo reconoció en absoluto. Agarró el cuello de Tobías y le dio un puñetazo en el estómago con tanta fuerza que se desplomó en el suelo de dolor.
Jaime se acercó de a poco a Tobías y lo miró con desprecio.
—¿No me dijiste que me arrodillara y me disculpara? ¿Por qué te arrodillas ahora? —preguntó Jaime de forma burlona.
Sin atreverse a levantar la cabeza, Tobías se arrastró y dijo:
—¡Por favor, perdóname la vida! Soy un tonto. No me di cuenta de quién eres… —Tobías seguía pidiendo clemencia.
—No quería matarte, pero amenazaste a mi familia.
Ignorando a Tobías, Jaime se subió al auto, estrelló el Maserati y se adentró en el distrito.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón