—Tobías, en serio, no te estoy mintiendo. El Señor Casas...
Antes de que Marco pudiera terminar de hablar, el hombre lo empujó.
—Si no se arrodilla hoy, nadie podrá salvarlo. No lo perdonaré.
Luego de eso, miró a su subordinado y le hizo una señal para que atacara.
Al notar eso, Marco rápidamente lanzó una mirada a la asociada de ventas, diciéndole que llevara a Santiago y al resto lejos. Era mejor tener menos testigos. Si se corría la voz o si alguien grababa un vídeo, la reputación de Bahía Dragón quedaría arruinada.
Al ver eso, la vendedora llamó a Santiago y se fue. Sin embargo, se mostró reticente porque quería ver cómo golpeaban a Jaime.
—Es una pena que no me dejen ver una escena tan divertida —se lamentó Santiago con decepción.
—¡Sí! Jaime se estuvo comportando de forma arrogante. Ahora, se encontró con un duro oponente. Qué mala suerte tiene —se burló Lidia.
Solo María frunció el ceño, preocupada.
«Si lo matan, será un problema».
—María, no estás preocupada por Jaime, ¿verdad? ¿No lo odias? —preguntó Lidia al notar la reacción de María.
—Sí lo odio, pero no puedo verlo morir...
Había una expresión de preocupación en el rostro de María.
—¿Por qué no llamamos a la policía?
—¿Llamar a la policía? ¿No viste lo feroz que era ese hombre? Si se entera de que llamamos a la policía, ¡podría matar a nuestras familias! —Santiago amenazó a María.
Como era de esperarse, María estaba tan asustada que ya no se atrevió a mencionar la posibilidad de llamar a la policía.
Mientras tanto, en la entrada de Bahía Dragón, Jaime ya había derrotado a todos los subordinados de Tobías. Como solo eran un puñado de pistoleros, solo tardó poco más de diez segundos.
Cuando Tobías vio lo hábil que era Jaime, una expresión de miedo cruzó su rostro. La mujer se puso aún más ansiosa.
—Estás buscando tu propia perdición...
El aura asesina que rodeaba a Jaime se intensificó. Cuando Marco se dio cuenta, se puso delante de Jaime.
—Olvídelo, Señor Casas. No hay necesidad de pelear. Esto es solo un asunto trivial.
Marco no quería que nadie muriera en su distrito. Además, no podía permitirse el lujo de ofender a ninguno de ellos, ni quería que ocurriera nada malo.
Guardando silencio, Jaime sacó su móvil y llamó a Tomás.
—Ven a la entrada de Bahía del Dragón en diez minutos.
Luego de eso, Jaime colgó.
Al ver que Jaime pedía refuerzos, Tobías sonrió.
—No esperaba que pudieras pedir refuerzos. Estoy esperando a ver qué tipo de ayuda consigues.
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