María buscó a Jaime después del trabajo.
—Jaime, tenemos una regla de la empresa que dice que el recién llegado debe invitar a todos a cenar. Así que, ¿dónde tienes pensado llevarnos?
En ese momento, todos en la oficina miraban a Jaime. Estaban ansiosos por escuchar su plan. Era una antigua tradición de la oficina.
—¿Existe algo así? ¿Quién lo ha impuesto? ¿El director? —Jaime estaba desconcertado.
—Jaime, en verdad existe esa norma. Cuando llegué aquí, ¡también tuve que invitar a todos a cenar! Si no me equivoco, ¡me gasté diez mil en esa comida! Si no obedeces las reglas, tu vida aquí será difícil —advirtió Tadeo a Jaime en voz baja.
—Jaime, como ahora estás en el departamento de ventas, tienes que cumplir las reglas. Es una de las reglas que establecí cuando me convertí en el gerente —dijo Santiago.
—¿Tú estableces las reglas? —Jaime se burló y continuó—: Lo siento, pero no tengo dinero para ello. Paguen su propia comida, no me lo pidan como si fueran unos mendigos.
A pesar de la expresión sombría de Santiago, Jaime se fue justo después de terminar su frase.
—¡Jaime es demasiado arrogante! Solo se aprovecha de que tiene una relación especial con el Señor Llano. No respeta a nadie, ni siquiera al Señor Cano. —Lidia apareció y defendió a Santiago.
—¡Exacto! Aunque tenga una relación especial con el Señor Llano, no debió contestarle así al Señor Cano. Además, ¡nos comparó con un mendigo! ¡No es como si fuéramos a morir de hambre sin él!
—Parece que subestima lo que podríamos hacerle. Ya llegará su momento.
—Tu padre preguntó por ahí y se enteró de que el Señor Lamarque había hablado con ellos. Se asustaron tanto que nos pagaron justo después.
—¿El Señor Lamarque? —María hizo una pausa y continuó—: Pero no lo conocemos. ¿Por qué nos ayudó?
—¡Yo me preguntaba lo mismo! ¿Recuerdas cuando te dije que Santiago quería utilizar sus contactos personales para ayudarnos? Creo que Santiago conocía al Señor Lamarque en persona. Por eso te llamé. Por favor, averigua si él tuvo algo que ver. Si es así, invítalo a cenar —respondió Frida.
—Oh, ya veo. De acuerdo, se lo preguntaré ahora —María terminó la llamada.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan contenta? —preguntó Santiago con curiosidad al ver la emoción en la cara de María.
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