El despertar del Dragón romance Capítulo 86

—Jaime, ¿es eso cierto? —Gustavo miró a Jaime con frialdad.

—Papá, yo estaba...

—¡Cállate! —gritó Gustavo—. Sí, somos pobres. ¡Pero aún podemos permitirnos invitar a otros a comer! Ahora tienes un trabajo porque otros te han ayudado. Muestra algo de gratitud y respeto a la tradición de los demás, ¿quieres? —Gustavo no le dio a Jaime la oportunidad de explicarse.

—¡Líder de escuadrón, Jaime lo hizo para ahorrar dinero! No es gran cosa. Felicitaremos a Jaime con una cena esta noche. —Francisco alivió la tensión.

—Señor Salcedo, en realidad a María y a mí no nos importa que no nos invite a cenar. Es que, si lo hiciera, el personal sería más acogedor con él. —Con eso, Santiago había vuelto a recalcar la mezquindad de Jaime.

—Estoy de acuerdo. Esto es culpa de Jaime. Haré que cumpla con la tradición para mañana —respondió Gustavo disculpándose.

—En realidad, no tenemos que esperar hasta mañana. Después de la cena, informaré al personal y organizaré una sesión de karaoke. Mientras Jaime esté dispuesto a pagar, estoy seguro de que los demás estarán agradecidos —sugirió Santiago.

—¡Eso servirá! —Gustavo asintió.

—Santiago, la familia del Señor Casas no es tan acomodada. No impongas demasiado a Jaime —aconsejó Francisco.

—No se preocupe, Señor Salcedo. Trescientos será más que suficiente. —Una sonrisa apareció en el rostro de Santiago.

—Francisco, ¿es el novio de María? No solo es atractivo, también sabe manejar muy bien las cosas. —Gustavo felicitó a Santiago.

—¡Claro que sí! Incluso había conseguido el dinero para mi empresa porque es un conocido de Tomás Lamarque, el rey clandestino de Ciudad Higuera. Con solo una orden, ¡he recuperado todo mi dinero! —Francisco no podía ocultar su alegría, ya que estaba muy satisfecho con su futuro yerno.

Aun así, Gustavo mantuvo la boca cerrada. Nadie podía cambiar su percepción hacia las personas como Tomás. Esa era una de las razones por las que Jaime nunca reveló a sus padres su relación con Tomás.

«Si mis padres se enteraran de lo de Tomás y yo, ¡podrían incluso repudiarme!».

En la mesa del comedor, Santiago se entregaba al alcohol mientras recibía los elogios de todos. Sin embargo, Jaime no había tomado ni un sorbo. A Santiago no le gustó que Jaime no le ofreciera un brindis.

—Jaime, ¿por qué no bebes? Te comportas como un tonto —se burló Santiago.

—No es que no pueda beber. Es que no creo que valga la pena lo que cuesta. Prefiero tomar té. —Jaime esbozó una sonrisa.