Francisco también recibió a Santiago con una sonrisa.
—¡Santiago, todo es gracias a ti! Ahora mi compañía está a salvo. Deberíamos tomar unas copas juntos para celebrarlo.
Santiago se estaba volviendo arrogante al ver cómo había cambiado la actitud de Francisco hacia él.
—¡Es solo un pequeño asunto, Señor Salcedo! Como dijo la señora Salcedo, ¡ahora somos familia! —Santiago se sentó junto a Francisco con orgullo.
Aunque Santiago sabía que no tenía nada que ver con el cobro de la deuda para Francisco, aceptó el reconocimiento de todos modos. Tenía que aprovechar la oportunidad para causar una buena impresión de sí mismo.
—¡Santiago, no tenía idea de que conocieras al Señor Lamarque! ¡Tendrías que haber visto la cara del dueño de Diseños Glamorosos cuando vino con mi dinero! Estaba tan asustado que casi se arrodilló ante mí. Fue tan satisfactorio verlo.
A lo largo de los años, Francisco nunca había sido tratado con tanto respeto.
—Solo hágame saber si su empresa necesita ayuda con cualquier cosa a partir de ahora, Señor Salcedo. Aunque solo soy un gerente de departamento, no hay nada de lo que no pueda ocuparme en todo Ciudad Higuera —habló Santiago sin pudor. No le preocupaba quedar en evidencia porque sabía que nadie en la mesa conocía a Tomás.
—Muy bien. A partir de ahora, confiaré en ti para todos los asuntos de la empresa. Como María es mi única hija, todo lo que tengo ahora te lo pasaré a ti en el futuro. —La admiración de Francisco por Santiago había crecido mucho.
—No se preocupe, Señor Salcedo. Mi amor por María es incondicional. —Santiago asintió con entusiasmo.
—Basta de hablar. ¡Me muero de hambre! ¿Podemos comer ya, por favor? —María hizo un gesto.
—En un momento más, ¿vale? También he invitado al Señor Casas y a su familia. Deberían llegar pronto —exclamó Francisco.
—¿Por qué invitas a gente ajena a nuestra cena familiar? —El rostro de María se tornó sombrío al saber que Jaime estaba invitado a la cena.
—¡Eh, Jaime, nos encontramos de nuevo! ¿Sabías que María y yo tuvimos que presentar excusas en tu nombre ante el personal? Todo porque desobedeciste la norma de la empresa.
Al oír eso, Gustavo miró con furia a Jaime y le preguntó:
—¿Qué sucedió, Jaime?
—Exacto, Jaime. ¿Qué sucedió? —añadió Elena.
Francisco también estaba desconcertado.
—Tras el éxito de su entrevista, ¡se suponía que iba a invitar a todos a cenar! Es una antigua tradición del departamento. En cambio, Jaime dijo que no tenía dinero y se fue. Fue muy vergonzoso para Santiago y para mí. —Se enfureció María.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón