Jaime sabía que no había necesidad de que él hiciera un movimiento, mientras que Tadeo, de hecho, estaba paralizado del miedo.
—Ya basta, ignora a esos dos cobardes. Tomen una copa de vino Lafite cada uno y vámonos —dijo Santiago, mientras hacía una señal con su mano.
Muy pronto, algunos de ellos estaban saliendo con sus bebidas. Mientras que los demás, solo veían con frialdad a Jaime y a Tadeo, sin prestar atención a los otros.
Mientras tanto, en la oficina del gerente del Bar Dinastía, el hombre calvo de mediana edad estaba adentro, con sus dos guardaespaldas.
La oficina había sido renovada de manera lujosa y en el centro se encontraba un escritorio de tres metros de largo. Vestido con un traje había un hombre sentado, detrás de él, una mujer con un vestido entallado y revelador, además de un maquillaje muy recargado, estaba masajeándole la cabeza.
El hombre era el gerente del bar, Carlos Hinojosa, el cual también era considerado uno de los tenientes de Tomás. De otra forma, este último no le permitiría administrar el lugar.
—Señor Reyes, parece disgustado. ¿Qué le trae a mi oficina? —le preguntó Carlos entrecerrando los ojos.
—Señor Hinojosa, lo que sucede es que no hay orden en este lugar. Hace un momento, un grupo de jóvenes rebeldes golpearon a mi hombre. Vea, ¡incluso le dejaron una marca en su cuerpo! —dijo Josué Reyes, mientras apuntaba a uno de sus guardaespaldas.
En el abdomen del hombre podía verse con claridad una marca.
—¿De verdad? —Carlos se puso de pie con los ojos muy abiertos—. ¿Quiénes son? ¿Son de la Banda del Dragón Carmesí?
Desde su perspectiva, solo esta banda se atrevería a causar problemas en su territorio.
—No parece que sea así, más bien, solo son un grupo de jóvenes. Cuando escuché a varias jovencitas cantando muy bien en su habitación, solo quise invitarlas a cantar conmigo. Sin embargo, no esperaba que ellos se pusieran violentos. —Con una mirada fría en los ojos, Josué apretó los dientes—. Vine primero con usted, por respeto al Señor Lamarque, ya que es el propietario del lugar. Si decide no prestar atención a esto, ¡haré que mis hombres se hagan cargo con sus propias manos!
—¿Por qué está tan agitado por un grupo de niños? Haré que mis hombres lo acompañen —dicho esto, Carlos gritó hacia la puerta—: ¡Beto!
Al siguiente momento, un hombre con apariencia fiera y tatuajes en los brazos entró a la oficina.
Mientras tanto, Santiago y los otros estaban bebiendo Lafite dentro. Con los rostros enrojecidos, ellos estaban gritando eufóricos, cuando, de pronto, la puerta fue abierta de una patada.
—Señor Reyes, ¿quién fue? —le preguntó Beto.
—¡Él es quien golpeó a mi hombre! —dijo Josué, mientras señalaba a Santiago.
Después de examinar a quien señaló, Beto barrió con la mirada todo el cuarto. Con rapidez comprendió que no eran más que un grupo de gente ordinaria y de ninguna manera unos mafiosos.
Caminando hacia Santiago, Beto le preguntó con toda claridad:
—¿Acabas de golpear al hombre del Señor Reyes?
Al ver los enormes músculos de Beto y sus tatuajes, el miedo se apoderó de Santiago. No obstante, con valentía asintió por el alcohol.
—Es verdad. Yo le di un golpe porque estaba acosando a mi novia.
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