Salomé respiró profundamente, tratando de mantener la calma mientras pensaba en una manera de evitar que Conrado hablara, porque cualquier cosa que saliera de su boca sería para ir en contra de ella, por eso con una habilidad asombrosa, una idea brilló en su mente y antes de que él pudiera hablar lo hizo ella.
—Sí, conocemos un caso que podría ser atendido —dijo con seguridad Salomé.
Conrado pareció sorprendido por su respuesta, pero también intrigado por lo que ella iba a decir.
—¿De qué caso se trata? —preguntó, el jefe de la policía mirando de manera alternativa a Salomé y a Conrado.
Ante la pregunta del jefe de la policía, Conrado, dibujó una media sonrisa, mientras se encogía de hombros.
—Es una mujer que conozco, vive en una situación muy precaria, sin hogar y sin recursos para cuidar a su pequeño. Se llama María, su hijo se llama Juan y vive en la zona sur. Creo que deberían investigar su caso —explicó Salomé—, bueno como todo aquí fue una confusión, ya puedo irme.
Se levantó, alzando a su hija en brazos que todavía dormía y comenzó a caminar, pero el jefe de la policía la detuvo.
—Espere un momento, señora Hill, tanto usted como el señor Abad, y vista la preocupación por el bienestar del menor, que conocen, y como debemos asegurarnos de que las circunstancias sean adecuadas antes de tomar cualquier decisión. Deben presentar una denuncia formal para que podamos investigar adecuadamente —dijo el jefe de policía con firmeza.
—Me parece muy bien —comenzó a decir Conrado—, déjeme pensarlo para presentar denuncia formalmente. Y mientras tanto, quiero llegar a un acuerdo con la señora Hill, por la falsa acusación en mi contra de secuestro —comenzó a decir— ¿Se imagina si se llegase a filtrar algún vídeo o fotografía donde la policía me está esposando? Yo quedaría muy mal parado, y esa situación haría que me reportes grandes pérdidas económicas, de las cuales la señora aquí presente debe hacerse cargo ¿Es así, oficial o me equivoco? —declaró Conrado con una sonrisa de triunfo.
Salomé palideció, se sintió atrapada sin salida “¿Acaso este se la fumó verde? ¿Qué compensación económica le voy a dar, si yo no tengo ni un centavo?”, se dijo desesperada.
—Pero yo no tengo dinero —susurró Salomé con preocupación.
—No se preocupe, señora Hill, puede pagarme de otra manera —señaló burlón y con aparente doble sentido.
Sus palabras hicieron indignar a Salomé, quien arremetió contra el hombre, se levantó y lo abofeteó con tanta fuerza que la mano no solo le quedó ardiendo, sino también doliendo, ante la sorpresa de Conrado y del jefe policial que no se lo esperaban.
—¡Descarado! ¡¿Cómo se atreve a hacerme propuestas indecentes?! —exclamó.
Conrado se levantó avasallándola con su tamaño y fuerza, pero ella no se acobardó y lo encaró con determinación.
—Señor Abad, usted no puede hacer eso, es una falta grave que implica la cárcel. Si quiere presentar cargos por difamación lo puede hacer, pero no acepto sus chantajes y menos sus insinuaciones lascivas —respondió con firmeza Salomé.
Conrado la miró furioso, sin embargo, no pudo dejar de sentir admiración por ella, porque se mantenía allí, con su rostro enrojecido de la rabia, enfrentándolo sin temor, y aunque había malinterpretado sus insinuaciones, catalogándolas como lascivas, en ese momento un loco deseo de besar sus labios lo impactó haciéndolo retroceder.
Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, el jefe de policía intervino.
—Señor Abad, siéntese y controle su temperamento. Señora Hill, no se preocupe, su denuncia será atendida y en cuanto al tema de la compensación, hablaremos de ello en privado —explicó el jefe de policía con voz calmada.
—Estoy calmado, la señora Hill malinterpretó todo, ya quisiera ella que yo tuviera insinuaciones lascivas hacia su persona, lamentablemente no es de mi gusto —declaró mirándola de manera despectiva.
Salomé se quedó viéndolo con rabia, porque aunque debería estar agradecida de que no le interesara a ese hombre, se sentía ofendida, tanto que luchó con las lágrimas que pugnaban por salir.
—No se preocupe oficial, no voy a denunciar nada, pero tampoco voy a dar ninguna compensación. Así que con permiso.
Caminó de nuevo hacia la puerta con la dignidad de una reina, sin siquiera dirigirle la mínima mirada, como si él fuera un simple mortal, ella su majestad y él un simple súbdito.
Conrado frunció el ceño, frustrado con la actitud de Salomé, pero no estaba dispuesto a dejar las cosas así.
—Me despido de usted señor, debo conversar seriamente con la señora Hill.
—Tenga mucho cuidado, porque le puede emparejar la otra mejilla —dijo en forma de chiste y Conrado gruñó.
—¡Quítasela y ponla a un lado mientras jugamos con la damita! Ya después ocuparemos de la mocosa —respondió el primero de manera fría.
Salomé sabía que debía defenderse como pudiera, tenía miedo, pero también estaba furiosa. No estaba dispuesta a dejar que esos hombres le hicieran daño ni a ella ni a su hija. Con todas sus fuerzas, se aferró a su pequeña y lanzó una patada al hombre más cercano para intentar escapar, mientras gritaba con todas sus fuerzas.
—¡Suéltame! ¡Déjame ir! —Pero sabía que no podía hacer nada contra ellos, eran tres hombres y ella estaba completamente aturdida por la caída.
—No se acerquen más —advirtió Salomé.
—¡Oh, vaya! ¿Qué hacemos aquí? ¿No ves que estás sola en medio de la noche? —dijo otro hombre acercándose.
—Déjennos en paz, por favor —suplicó Salomé tratando de retroceder.
Pero los hombres no la escucharon y comenzaron a aproximarse más, cercándola cada vez más hasta que la tuvieron completamente rodeada, dos de ellos lograron arrebatarle la niña, mientras el otro la golpeó, la tiró al suelo y se le montó encima rompiéndole la blusa, ella cerró los ojos mientras las lágrimas rodaban por sus ojos, sin dejar de gritar.
Cerró los ojos esperando lo peor, cuando de pronto sintió cómo era liberada del hombre que la tenía aprisionada, parecía un muñeco en manos del hombre que impactaba una y otra vez en el rostro, cegado de la rabia, se dio cuenta de que se trataba de Conrado y respiró aliviada, pero comenzó a sentirse muy débil.
Los otros dos hombres se sobresaltaron ante la presencia del recién llegado, pero no se dieron por vencidos tan fácilmente. Uno de ellos intentó enfrentarlo, Conrado lo derribó de un golpe certero en la mandíbula.
El otro que tenía a la niña la soltó y salió huyendo del lugar, justo en ese momento llegaron sus dos guardaespaldas. Conrado tomó a la niña que yacía en el suelo llorando.
—¡Persíguelo! —le dijo a uno—, y tú —señaló al otro, lleva a estos dos a la delegación.
Salomé quedó en el suelo, con la blusa rota y las lágrimas secas en su rostro, y justo cuando Conrado se acercó para auxiliarla, ella perdió el conocimiento y se desmayó.
—¡Por Dios mujer! Parecieras que tuvieras un radar para meterte en líos —dijo con voz ronca, pero suave y calmada.
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