EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 10

Cuando Salomé salió de la casa de su amiga, no tenía idea donde ir, comenzó a caminar por la calle sin siquiera pensar en algún lugar, mirando a todos lados, pidiendo al cielo un milagro para su vida.

No entendía por qué su camino siempre había estado marcado por tanta tragedia, unos padres que la abandonaron en un orfanato, siendo una bebé recién nacida y no tuvieron nunca más que ver con ella, una vida llena de maltratos, carencias y justo cuando pensó que había logrado su felicidad con Joaquín, él sale diciendo que Fabiana no era su hija.

—¿Cómo no va a ser su hija? Nunca he estado con nadie… quien sabe lo que hizo la urraca de su mamá —dijo en voz alta.

Su cabeza estaba llena de pensamientos, no sabía cómo iba a salir de esa situación desesperada. No tenía dónde vivir, las perspectivas de encontrar un trabajo estable eran escasas, y tal vez le tocaría dormir con su hija en un banco de una plaza.

De pronto unas gotas de lluvias comenzaron a caer.

—¡Ay no diosito! Lo que me faltaba —dijo cuando una Hummer negra, de vidrios tintados, se detenía a un lado en la acera, justo por donde ella iba caminando.

Eso lo asustó y decidió caminar más de prisa, luego sintió que la puerta de la camioneta se abrió y alguien descendió, de inmediato en su mente se hizo una película.

“¿Si es un secuestrador? ¿Un violador? ¿Un ladrón de niños?”, se dijo y pensar en eso, la hizo soltar la maleta y salir corriendo como alma que lleva el diablo, jamás dejaría que nadie atrapara a su hija.

Escuchó que el hombre le gritaba algo, pero ni loca se detendría, empezó a correr desesperada, luego escuchó unos pasos fuertes persiguiéndolas y comenzó a gritar.

—¡Auxilio! Me quieren robar a mi hija, por favor ayúdenme.

Conrado adelantó más el auto para alcanzarla, y vio que sus hombres, en vez de buscar la manera de calmarla, la estaban asustando más, la mujer corría como si fuera una liebre, no había visto nunca a alguien corriendo tan rápido, se pasó las manos por la cabeza sintiéndose frustrado.

La lluvia arreciaba con fuerza mientras Salomé corría desesperadamente. Su corazón latía con tanta fuerza que pensó que saldría de su pecho en cualquier momento. No sabía cuánto tiempo más podría seguir así, pero lo único que tenía claro era que no permitiría que le arrebataran a su hija, estaba dispuesta a luchar como una fiera, con uñas y dientes.

De pronto vio una patrulla policial y corrió hacia ellos haciendo gestos de todas las maneras posibles, los agentes se detuvieron, y bajaron para ver que le pasaba a la mujer.

—Por favor ayuda, me están persiguiendo unos secuestradores para arrebatarme a mi hija —susurró en tono suplicante.

Uno de los policías la metió rápidamente a la patrulla, mientras el otro al escuchar comenzó a pedir refuerzos.

Los hombres de Conrado al ver a la policía se detuvieron lo que hizo que las palabras de Salomé fueran creíbles, en menos de un minuto el lugar se llenó de agentes policiales y de carros patrullas.

Mientras la primera patrulla se alejaba de la escena, llevando consigo a Salomé y a su hija hasta la delegación, la lluvia arreciaba y la ciudad se veía gris y desolada.

Salomé se encontraba temblando por el susto y la adrenalina que le provocó la persecución. Su hija, por su parte, estaba llorando y aferrándose a su madre con fuerza, dándole a entender que ella también había percibido el peligro.

—Tranquila, cariño, estamos a salvo ahora —le susurró Salomé al oído mientras la abrazaba con ternura.

Uno de los policías le dio una manta para que la cubriera, mientras esto pasaba Conrado y sus hombres eran detenidos, al mismo tiempo que el agente le leía los derechos.

—Tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga podrá ser usado en su contra en un tribunal, tiene derecho a un abogado, si no lo tiene el estado se lo proporcionará —dijo el policía mientras los esposaba.

—Usted está equivocado ¿Sabe quién soy yo? Soy uno de los empresarios más prominente de este país. ¡No soy ningún delincuente! —explotó Conrado furioso.

Apretaba las manos tratando de contener su enojo, con ganas de ponérselas en el cuello a la problemática mujer que lo había metido en ese lío, si no es por su hija, hace tiempo la habría mandado al diablo.

Al escuchar sus palabras, Salomé se sorprendió.

—¿Acaso era usted el propietario de la camionera que se detuvo? —inquirió apenada, sintiéndose que se sonrojaba, hasta la raíz del cabello, llevándose una mano a la boca— ¡Oh por Dios! ¡Qué metedura de pata! —exclamó, pero segundos después soltó la carcajada, desconcertando al hombre y produciéndole más molestia.

—¿Puedo saber que le causa tanta gracia? —inquirió.

—Que lo hayan detenido, lo siento mucho.

Justo cuando ella se estaba disculpando, entre el mismo jefe de la policía, avergonzado por la situación.

—Señor Conrado Abad, vengo a disculparme personalmente por el error de mis hombres, de verdad lamento haberle hecho pasar un mal momento… y usted señora, —giró la vista hacia Salomé—, no puede estar haciendo acusaciones infundadas —la reprendió—, señor Abad, lo que pueda hacer por usted solo pídamelo.

Conrado se quedó un momento pensativo, y luego emitió una sonrisa de maldad, ya tenía la forma de hacerle pagar a Salomé el mal rato, quería venganza.

—Solo quiero hacerle una pregunta ¿Qué se hace con una niña cuya madre no está en condiciones para cuidarla y casi está en situación de mendicidad? ¿Acaso el estado no debe hacerse cargo de un menor en riesgo? —inquirió con inocencia, mientras el rostro de Salomé palidecía entendiendo muy bien la amenaza del hombre.

Salomé tembló al entender la amenaza de Conrado. Estaba segura de que él iba a llevar a cabo su venganza, y sabía que ella no tenía ninguna forma de detenerlo. Quizás pudiera tratar de calmarlo o apelar a sus mejores intenciones, pero ¿cuáles eran esas intenciones? No era como si Conrado fuese una mala persona o eso creía, pero estaba claro que estaba furioso porque lo habían maltratado.

Así que Salomé solo podía quedarse allí, paralizada por el terror, tratando desesperadamente de pensar en alguna manera para salir del embrollo.

—Por supuesto, ese niño debe ser protegido por los servicios sociales, y debe ser traslado a un sitio donde puedan brindársele los cuidados. ¿Acaso conoce algún caso que debamos atender? —inquirió el jefe de policía, mientras Conrado sonreía y Salomé lo miraba con una expresión suplicante.

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