EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 13

—¡Conrado, por favor, cálmate! Yo no he ordenado ninguna prueba de ADN a tu hija. No sé de qué estás hablando —Ninibeth intentó mantener la compostura, sin dar su brazo a torcer, mientras Conrado se acercaba cada vez más, con los ojos llenos de ira.

—¡No me vengas con mentiras! El médico me lo confirmó ¡¿Acaso piensas que soy un idiota?! ¿Crees que no puedo enterarme de lo que sucede en mi propia casa? ¿O piensas que puedes hacer las vainas a mis espaldas y yo te lo voy a permitir? Déjame dejarte algo claro Ninibeth, ¡No eres nadie aquí! Solo eres una invitada a quien no he echado de aquí por consideración a mi difunta esposa y a tu padre que fue un apoyo para mí, pero principalmente porque pensé que Grecia necesitaba una figura materna y tú podías servirle, pero como estoy viendo el panorama, al parecer estás empeñada en sacarla de mi vida y no te lo voy a permitir… o cambias la manera en qué estás llevando el asunto respecto a Grecia o me vas a obligar a echarte de aquí ¡Es la segunda vez que te inmiscuyes respecto a mi hija y yo! Y no sé si pueda tolerar una tercera intromisión. ¡Y ahora apártate de mi camino!

Ninibeth retrocedió con miedo, sabía que su cuñado era malhumorado, muchas veces hasta intransigente, pero nunca esperó que reaccionara de esa manera en contra de ella.

La mujer suspiró, intentando buscar una excusa creíble para calmar el enojo de Conrado, sabía que había cometido un grave error al hacer eso, pero no pensó que se enteraría tan pronto. Ya Conrado había empezado a caminar cuando Ninibeth lo detuvo.

—Lo siento, Conrado. Me equivoqué, solo quería asegurarme de que la niña era realmente tu hija, te juro que no era mi intención molestarte… si lo mandé a hacer, pero no es porque quisiera que cambiaras tu forma de ser con la niña, sino porque yo necesito saber la verdad —pronunció con un sollozo—, ¿Quiero saber qué pasó? ¿Por qué Grecia no tiene el tipo de sangre de nosotras? ¿Y si algo pasó? Yo tengo derecho saberlo, no quise decírtelo… porque sé cómo te ibas a poner, te cegarías y malinterpretarías mis razones ¿Por qué no puedes confiar en mí? ¿Por qué siempre debes pensar lo peor? Lamento no ser tu perfecta Laura —espetó ofendida.

Conrado comenzó a contar hasta diez, buscando tranquilizarse, porque Ninibeth, tenía la capacidad de sacarlo de sus casillas.

—Querida cuñada, ¿Sabes? —le dijo girándose hacia ella, bajando la voz y acercando su boca a su oído como si le fuera a contar un secreto—. No me chupo el dedo.

La expresión en el rostro de Conrado mostraba rabia. Se detuvo frente a Ninibeth, mirándola intensamente, y ella negó con la cabeza, dejando que sus lágrimas corrieran por su rostro.

—Lo siento ahora, veo que no debí haberlo hecho —pronunció buscando conmover a Conrado, pero este solo la miró con desdén.

En ese momento, apareció la señora Cleo con una expresión de preocupación en su rostro.

—¿Qué pasa? —preguntó molesto.

—Es que la niña se ha despertado llorando y su madre aún sigue mal, todas hemos tratado de calmarla, pero nadie puede… pensé que usted podría hacer algo —informó la señora Cleo con voz temblorosa.

—¿De qué niña estás hablando? —interrogó la mujer con curiosidad.

—Es mi asunto Ninibeth, ¡No te metas! —espetó con firmeza el hombre.

Conrado suspiró, sintiendo que su enojo se desvanecía a medida que caminaba hacia la habitación donde estaba la niña con su madre.

Al entrar, Fabiana estaba sentada en su cama, con lágrimas en los ojos y temblando. Conrado se acercó y la abrazó, acariciando su cabello.

—Tranquila, pequeña. ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó suavemente.

La niña miró hacia un lado de la cama y señaló hacia su madre.

—Mi mami, domida —dijo con un puchero, alzando los brazos para que él la cargara y lo hizo.

—Pronto va a recuperarse y estará bien, debes portarte bien, Cleo va a cuidarte mientras tu madre se cura —pronunció Conrado viendo a Salomé, le tocó la frente y la sintió con un poco de quebranto.

Se dio cuenta que la ropa estaba húmeda, producto del sudor que le produjo la fiebre.

En ese momento, la señora Cleo entró y se sonrió al verlo intercambiando con la pequeña y la madre, cuando él se dio cuenta, se quedó mirándola.

—¿Por qué no cumplió mi orden? —interrogó con seriedad.

—Por supuesto que la cumplí, señor, cambié a la niña y a la señora.

—Tiene esa ropa húmeda, si no la cambia y las sábanas, le volverá a dar fiebre.

—Claro que lo hice, pero la señora Salomé solo tiene dos juegos de ropa, una que le puse anoche y esta que se la cambié de nuevo en la madrugada. Le mandé a lavar la otra para volvérsela a colocar. Ella no tiene más ropa en su maleta y la niña tampoco, sus pertenencias son escasas.

—Agarre de la cuenta que maneja para gastos de la casa y cómpreles a las dos todo lo necesario, mucha ropa para los diferentes climas, zapatos, botas, chaquetas, ponchos, útiles de aseo personal y juguetes para la niña, cómprele una mejor maleta y un par de carteras —enumeró sin dejar de verla—, y cámbiela a una de las habitaciones más amplias donde haya dos camas y esté más cómoda, que sea en el segundo piso, al lado de la habitación de Grecia ¿entendido? Y aliméntela bien

—Si señor —respondió Cleo.

Como Conrado vio la expresión de escepticismo en el rostro del ama de llaves aclaró.

—No tengo por qué darle explicaciones, pero se la voy a dar para que sepa la importancia que representa el bienestar de Salomé, va a donar periódicamente sangre a Grecia y necesito que esté sana y fuerte, así que haga todo lo que esté en sus manos para que eso sea posible ¿Lo ha entendido?

La mujer asintió, él le entregó a la niña y salió de la habitación, debía ir a su oficina a una reunión, antes de regresar de nuevo con su hija.

Condujo hasta el edificio, la secretaria lo miró con desdén.

—Señor Román, llega tarde y a mi jefe no le gusta esperar.

—Lamento el retraso, el tráfico me detuvo.

La mujer lo llevó hasta la sala de reuniones, había algunos ejecutivos, pero no vio al presidente de la empresa, y torció el gesto con molestia.

“¿Quién carajos se cree este para decirme que llego tarde y ponerme a esperar?”, se preguntó.

Un sonido en la puerta lateral, le indicó a Joaquín que había llegado ante, levantó la vista y vio a Abad, sentado en la cabecera de la mesa, a su izquierda, sus ojos se encontraron, y Joaquín pudo ver la furia y el desprecio en la mirada del hombre.

—¿Hay algún motivo señor Abad, para que me mire así? —interrogó con seriedad.

—Por supuesto que la hay, ¿Cómo se le ocurre venir a una reunión conmigo llegando tarde y con aliento de borracho? Deme una razón para que me quede a escuchar su propuesta y no me levante de aquí y lo catalogue de irresponsable.

Antes de que Joaquín pudiera responder, el celular de Conrado repicó, cuando vio que era de la casa, lo respondió en alta voz, en el fondo se escuchaba el llanto de una niña.

El cuerpo de Joaquín se tensó, porque ese llanto le pareció el de Fabiana.

—¿Qué ocurre señora Cleo?

“Disculpe, señor, la niña no deja de llorar y la señora aún sigue dormida, no sé qué hacer”, dijo la mujer desesperada.

—No se preocupe… voy para allá —dijo cortando la llamada.

—¿Y mi reunión con usted? —interrogó Joaquín.

—No me gusta la gente que no tiene noción del tiempo, debió estar a la hora que le indiqué, eso lo enseñará la próxima vez a ser puntual y a diferenciar quien tiene el control —dicho eso salió de allí sin mirar atrás.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS