Salomé abrió lentamente los ojos, y se encontró en una habitación desconocida, no muy grande, con tonos azules, y una luz tenue iluminando el lugar. Intentó moverse, pero sintió un pinchazo en su brazo izquierdo, lo que la hizo volver a cerrar los ojos, le dolía el cuerpo, tenía la sensación de que le habían caído a golpes.
Trató de recordar lo que había pasado, y lo último que llegó a su mente fue el ataque de los hombres y la llegada de Conrado, a pesar de que se había comportado mal con ella en la estación policial, la había defendido y eso la hizo sentir segura.
Un par de carcajadas llamaron su atención, abrió los ojos y los giró a un lado, vio a Conrado jugando en el suelo con Fabiana, andaba sin saco y se había quitado la corbata, lo vio colocarse una manta en la cabeza.
Ella se quedó allí sin decir nada, solo observándolos.
—Me voy —dijo Conrado, colocándose la prenda en la cabeza, pero se quedó viendo a la niña por una pequeña rendija, quien estaba haciendo un puchero, casi a punto de llorar.
—No quelo —pronunció con tristeza.
—No seas floja, solo debes quitarme la manta del rostro.
Pero Fabiana se levantó y se recostó de la pared, molesta.
—No, qué niña tan perezosa eres… estábamos jugando bien, además, no puedes llorar porque tu madre está descansando, la pobre está enferma, necesita sanar, no es bueno despertarla, dime ¿Tienes hambre? —eso llamó la atención de la niña que de inmediato se giró hacia él— ¿Qué quieres comer y yo te lo busco?
La pequeña abrió los ojos emocionada.
—¡Fesa! ¡Fesa! —gritó aplaudiendo.
—¿Te gustan las fresas? —la niña asintió con una carcajada, tapándose la boca—, pues esa también es mi fruta preferida, me gusta cómo sea, la pulpa, el jugo, con cremas, en almíbar, ¿Qué te parece si vamos a buscar unas para comer?
La niña le extendió los brazos sin ninguna oposición, él la alzó y cuando abrió la puerta, estaba llegando Cleo.
—Señor, ya llegaron todas las cosas que le compró a la señora y a la bebé —dijo la mujer,
—Perfecto, ordena que lleven la mayor parte a su nueva habitación y la otra aquí, esperemos que se despierte Salomé para cambiarla y rogar para que no se ponga arisca, porque ella es la mujer más indomable que he conocido.
—¡Así será señor!
La mujer salió dejando de nuevo a Conrado con la niña y Salomé, él no pudo resistirse, se acercó de nuevo a ella, tocó con suavidad su rostro, Salomé retuvo el aire para que él no se diera cuenta de que había despertado.
La intención del hombre era ver si tenía fiebre, pero terminó acariciándola sin darse cuenta, sin embargo, al percibir esa sensación vibrante, apartó la mano como si su contacto quemara.
—¡Qué diablos te pasa hombre!
Salió de allí casi corriendo con la niña en los brazos y se fue directo a la cocina, abrió la nevera y sacó un tarro con fresas, la sentó en la encimera, y comenzó a comer fresas con ella, le daba una y él se comía otra.
—acia Oado —dijo Fabiana con una sonrisa y él no pudo evitar sonreírse.
No sabía explicar por qué le encantaba estar con esa pequeña, despertaba su instinto protector y tenía luna sensación como si la conociera desde antes.
—Sabes yo conozco lenguaje de bebé por Grecia, así que allí me estás diciendo, gracias, Conrado. Como te cuesta pronunciar las r, veremos cómo me puedes decir que se te haga más fácil —comenzó a decir quedándose pensativo.
Y como si ella estuviera entendiendo sus palabras, le respondió.
—¿Papá?
Él se quedó viéndola, mientras ella se metía otra fruta en la boca y lo miraba esperanzada.
—No creo que a tu mamá le guste la idea, no le caigo muy bien que digamos —se pasó la mano por la cabeza, alborotando su castaño cabello, casualmente del mismo color del de Fabiana—, aunque te confieso que tampoco he hecho mucho por agradarle, a decir verdad empezamos con el pie izquierdo, pero la necesito si quiero mantener a mi hija con vida.
Conrado se quedó inmerso en sus pensamientos, recordando lo que había sucedido esa noche, la forma en que había discutido y luego defendido a Salomé. De pronto sintió remordimientos haberla tratado mal, y se propuso a ser un poco más suave, porque por lo que había dicho mientras deliraba con la fiebre, no le había ido bien, y con una niña sola, no debía ser fácil enfrentar la vida.
—Disculpe, señora. Mi nombre es Salomé, su esposo me trajo aquí para que pudiera descansar y recuperarme. No tenía a dónde ir y él fue muy amable al ofrecerme su ayuda.
La mujer no la sacó de su error y siguió enfrentándose a ella.
—Pues le informo que esta no es casa de beneficencia, ¿Qué hace aquí? Dígame ¿Qué clase de relación tiene con Conrado? ¡Y no voy a permitir que cualquier mujer entre a esta casa y se quede aquí sin ni siquiera consultarme! —la mujer rubia interrumpió, exasperada—. Vamos a dejar las cosas claras, no eres bienvenida, así que toma tus cosas y vete de inmediato.
Salomé se sintió acorralada y confundida. No esperaba una recepción tan hostil, y menos de parte de la esposa de Conrado. Intentó explicarse, pero sus palabras cayeron en oídos sordos. Salomé se sintió cada vez más incómoda y trató de convencerla.
—Por favor, no tengo a dónde ir, ni nadie que me ayude. Si me permitiera quedarme por unos días, podría buscar trabajo y encontrar una solución más permanente —rogó.
Sin embargo, Ninibeth no cedió, siguió discutiendo y negándose como si tuviera algún derecho sobre esa casa.
—Lo siento, señora, si estoy causando problemas. No quiero ser una carga para nadie. Si es necesario, puedo irme y buscar otro lugar donde quedarme.
En ese momento Conrado entró cargando a Fabiana, la escuchó y negó con la cabeza.
—¡No supliques Salomé! Ella no es mi esposa, es otra invitada en esta casa, pero al parecer con frecuencia se le olvida su lugar y en consecuencia cuestiona mis decisiones —aun con la niña en brazos, se acercó Ninibeth—, realmente no sé de qué manera explicarte que no te metas en mis asuntos. Salomé se quedará en esta casa y será tratada como una invitada, si no te gusta, las puertas de esta casa están abiertas para que salgas ¿Me has entendido?
La mujer apretó la boca en un gesto de rabia, pero no se atrevió a decir nada.
—Señora Cleo, lleve a Salomé al lado de la habitación de Grecia —ordenó Conrado.
—¡¿En el piso dos?! —exclamó sin ocultar su sorpresa—, pero allí están las habitaciones de la familia… ni siquiera yo duermo en ese piso —declaró Ninibeth sin poder contener su incredulidad,
—Pero Salomé si dormirá allí. Después de todo soy el propietario de esta casa y yo decido quién entra o sale de ella.
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