EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 22

Joaquín se sintió derrotado. La culpa por haber perdido a Salomé lo invadió de nuevo. Había sido un tonto al no escucharla y creer en las mentiras de su madre, si tan solo la hubiera dejado hablar, se arrepentía de no haberla escuchado, se quedó mirando a Julia con irrefrenable dolor en los ojos.

Sabía que tenía razón en todo lo que le había dicho, pero eso no disminuía su dolor. Las había perdido a ella y a su hija por su propia culpa, si pudiera retrocederse el tiempo él lo haría sin dudarlo, pero para su desgracia no había manera de volver atrás, debía pagar las consecuencias de sus actos.

Todavía recordaba el día en que ella le había confesado que estaba embarazada. Había sido el mejor momento de su vida, la alzó, la besó y le prometió que siempre serían una familia, sin embargo, en el momento que debió confiar y no lo hizo, pero ahora esa felicidad fue reemplazada por el dolor de saber que la había echado de su vida y la había perdido.

Al darse cuenta de eso, no pudo evitar el agudo dolor en su pecho, cayó de rodillas al suelo llorando con una profunda desesperación, los sollozos llenaban las paredes del pequeño apartamento.

Tuvo la sensación de ser atravesado por un rayo partiéndolo por la mitad, al mismo tiempo que sentía el peso de sus acciones sobre su conciencia, porque había maltratado a la mujer que amaba, la culpa y el arrepentimiento lo consumían por dentro.

Ya no había marcha atrás, su egoísmo lo había llevado a alejar a Salomé de su lado, y si ella no lo perdonaba tendría que vivir con las consecuencias, aunque estaba dispuesto a todo por resarcirse, por demostrarle que ella era la mujer de su vida.

Después de quedarse unos minutos postrado en el suelo, Joaquín se levantó con dificultad y salió de la casa de Armando, con la mirada perdida.

Cuando llegó a su casa, como siempre se sentó en su despacho, vio la botella de licor, pero en ese momento recibió una llamada a su móvil.

—Aló, ¿Quién habla?

“Señor Román, le hablamos del despacho del señor Conrado Abad, es que en las averiguaciones realizadas, pudimos comprobar que su tipo de sangre es O negativo y la pequeña del señor Abad necesita donantes, es de vida o muerte, quisiéramos saber ¿Usted podría donarle sangre?”

*****

Conrado y Salomé llegaron al hospital, cuando ella vio a Grecia, se sentó junto a la cama y la abrazó con fuerza, mientras lágrimas de alegría, mezclada con dolor, tristeza, salían de sus ojos, su cuerpo se estremeció del llanto, mientras no dejaba de abrazar a su hija.

—Mi bebé, mi pequeña luchadora… estás con mamá… —susurró con voz quebrada acunándola en sus brazos.

Por un tiempo estuvo así, la niña se recostaba en su pecho, mirando con ojos brillantes a su padre, mientras emitía una leve sonrisa.

Conrado se acercó con Fabiana, los cuatro se abrazaron.

—Gracias por cuidarle, y por darle todo el amor, que no pude darle —pronunció en vos entrecortada.

—Y gracias a ti también por cuidar de Fabiana y darle amor. Ahora los dos se lo daremos.

Se sentaron juntos en la cama de Grecia, mientras la niña se veía, feliz, su gran sonrisa demostraba que se sentía mejor.

Como Conrado había pedido que se le practicara la prueba de ADN a Fabiana y a Grecia, aunque lo hacían por tener una base científica porque ninguno tenía duda de la verdad.

—Abre la boquita —le dijo la enfermera a Grecia y de inmediato la niña abrió la boca.

—Aaaaahhh —pronunció mientras sacaba hasta la lengua.

Fabiana la vio y la imitó, por eso aprovecharon para tomar también la muestra de ella, segundos después ambos padres se derritieron cuando Fabiana abrazó a Grecia y esta le correspondió.

Y media hora después llegó Melquíades a la habitación y traía buenas noticias.

—Señor Abad, he encontrado cuatro donantes, mañana vendrán a primera hora.

La emoción de Conrado no se hizo esperar.

—Eso es genial, ¡Buen trabajo! Puedes ir a descansar, y vienes mañana temprano a buscar a Fabiana y a Salomé—exclamó poniéndole la mano en el hombro, tanto que Melquíades se sorprendió, porque durante todos los años que trabajaba con él, era la primera vez que su jefe lo felicitaba.

Eso le hizo pensar que la diminuta mujer frente a ellos, lo estaba suavizando, y el ogro de su jefe no se daba cuenta, no lo había visto sonreír tanto, ni siquiera cuando estuvo viva su difunta esposa.

Por un par de horas más, se dedicaron a mimar a la pequeña, asegurándose de que estuviera feliz para que su recuperación fuera lo más cómoda posible

Conrado tomó la mano de Salomé y la apretó con fuerza.

—Te amo, y me parece increíble que estés aquí y que el destino haya decidido unirnos desde hace mucho tiempo.

—Para que estés tranquila… te prometo que no los amarraré, no los trataré mal y si algo me molesta de ellos pensaré en ti para que apacigüe cualquier enojo ¿Te parece?

Ella asintió, confiando en que él lo haría, cargó a Fabiana y en ese momento entró Melquíades.

—Llévalas a la casa, y que un auto con guardaespaldas las siga… cuídalas con tu vida Melquíades.

—¡Así será, señor! —convino el hombre.

Conrado se quedó allí, decidido cumplir con la promesa hecha a Salomé, caminó al banco de sangre y cuando llegó, vio al mismo hombre con quien había tenido una reunión, pero que había llegado retardado y lo atendió, no pudo evitar que su cuerpo se tensara, respiró profundo, para calmarse, antes de hablar lo hizo él.

—Señor Abad, creo que se recuerda de mí, soy Román, de empresas Romanós, me llamó su personal para que viniera a donarle la sangre a su hija y yo accedí… es como una forma de disculparme por lo ocurrido ese día y cómo llegué… no fue mi intención desagradarlo… estoy pasando por un momento difícil en mi vida personal… estoy tratando de encontrar a mi esposa y a mi hija —dijo Joaquín.

Las palabras del hombre le causaron malestar a Conrado, estuvo a punto de salir con una de las suyas, pero se controló.

—¿Puedo pedirle un favor? —interrogó.

—Dígame —pronunció Conrado y aunque trató de que su voz saliera tranquila, le salió casi un gruñido, que trató de controlar.

—¿Puede dejarme ver a su hija? —interrogó, sin quitar la vista de Conrado, porque su recuerdo de ese día estaba fresco y tenía la sensación de que la niña que lloraba cuando lo llamaron era Fabiana.

—¿Por qué razón le dejaría ver a mi hija? —inquirió con los ojos entrecerrados.

—Es solo porque mi hija tiene la misma edad de la suya, y me toca de cerca algo que le ocurra a un niño.

Conrado lo miró con recelo, pero decidió que no tenía nada que perder. Si el hombre venía a donar sangre, no parecía ser una amenaza inmediata para su hija.

—Puedo aceptarlo, pero bajo una condición. Si muestra alguna actitud sospechosa o haces algo que pueda poner en peligro la salud de mi hija, le juro que no dudaré en hacerte pagar por ello.

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