El cuerpo de Conrado se tensó, porque sabía que Cristal era demasiado entrometida e iba a terminar acercándose.
—Cristal, esto no es asunto tuyo, por favor retírate —respondió Conrado con voz firme sin voltear a ver a su hermana.
Sin embargo, Cristal se dejó llevar por la curiosidad, ignoró el ambiente de tensión, se acercó dónde estaba su hermano y vio al hombre, sus miradas se encontraron, la de él inquieta y la de ella curiosa.
—Conrado, es mala educación correr a la gente de tu casa, además, quizás fue alguno de nuestros invitados que amplío la invitación hacia él.
Así que lo tomó de la mano ignorando las protestas de su hermano y lo llevó al salón y lo ubicó en una de las mesas.
—Disculpe, señor ¿Cómo se llama?
—Joaquín Román.
—Yo soy Cristal Abad, disculpe mi hermano es demasiado gruñón, pero en el fondo, fondo es un pan. Puede sentarse, la cena empieza en un momento, solo estamos esperando a mi futura cuñada que está un poco retrasada —explicó parlanchina.
—¿Su futura cuñada? —preguntó con curiosidad—, pensé que su hermano era felizmente casado.
Ella suspiró con nostalgia.
—Sí, pero su esposa murió hace unos meses, pero gracias a Dios mi hermano consiguió de nuevo el amor, y tiene dos hermosas princesas —se alejó dejando a Joaquín pensativo.
Porque no entendía la animadversión de Conrado, aunque cuando se vieron en el hospital no había sido amable, por lo menos lo había tratado con respeto, pero en ese momento es como si no lo quisiera allí, y eso lo puso a pensar en las razones para su actitud en su contra.
Pese a ello, se sintió nervioso, las manos le sudaban y decidió levantarse para ir al baño, cuando estaba llegando la voz de una mujer lo sacó de sus pensamientos.
—Señor Román.
Él se giró con curiosidad y vio a una mujer joven con una sonrisa.
—¿La conozco? —interrogó frunciendo el ceño.
—No, pero yo a usted si —hizo una pausa—, fui yo quien lo invitó a esta cena.
—¿Es usted la futura esposa del señor Conrado?
—No, no lo soy… pero lo invité hoy porque supe que está buscando a su esposa y a su hija… si quiere verla le aconsejo que no se vaya y regrese a la sala, con solo mirar lo sabrá.
*****
Salomé apareció en lo alto de la escalera, justo cuando la madre de Ninibeth hablaba mal de ella.
—Creo que definitivamente la futura esposa de Conrado no va a aparecer, seguro no encontró ropa.
—Lamento decepcionarla, aunque ciertos animales rastreros intentaron ponerme en una situación incómoda, no hay nada que una mujer de recurso no pueda lograr —expresó con una sonrisa.
Luciendo un traje negro que se le ajustaban a cada curva de su cuerpo como una segunda piel.
Todos posaron los ojos en ella, se veía hermosa, elegante, Conrado con una sonrisa se acercó a ella y la tomó de la mano.
—¡Estás hermosa mi amor! Ese vestido te queda precioso y me imagino decenas de maneras de despojarte de él —le susurró al oído con voz ronca.
Conrado recorrió el salón un poco nervioso, buscando a ver si veía a Joaquín, como no lo vio soltó un suspiro de alivio.
—¿Qué ocurre? Pareces nervioso, ¿No me digas que son los nervios prenupciales? —se burló ella.
—No, ven, vamos para que conozcas a mis padres —le dijo Conrado tomándola de la mano.
Se acercaron a la mesa donde estaban sentados sus padres.
—Mamá, papá, les presento a Salomé, mi futura esposa.
Los padres de Conrado se levantaron de sus asientos y la saludaron con una sonrisa en sus rostros.
—Es un placer conocerla, Salomé.
—El placer es mío, gracias por venir a acompañarnos —respondió la joven con amabilidad.
Salomé se sentó junto a Conrado y comenzó a conversar con sus futuros suegros, a medida que el tiempo transcurría, ella se iba ganando a sus suegros, los prejuicios parecían disiparse.
Salomé entabló conversaciones interesantes, Imelda, sin embargo, no cesaba en sus intentos por desacreditar a Salomé. Aprovechaba cualquier oportunidad para lanzar comentarios hirientes y sarcásticos.
Pese a ello, Salomé se había preparado mentalmente para enfrentar ese tipo de situaciones y no permitir que la afectaran.
—Imelda, lamento que tengas esa percepción equivocada de mí. Estoy aquí porque amo a Conrado y quiero formar parte de su vida y la de su familia. No estoy buscando aprobación ni aceptación de nadie más. Lo único que me importa es ser feliz con las personas que amo —respondió Salomé, manteniendo la calma.
Los invitados se sorprendieron por la firmeza y madurez demostrada por Salomé frente a las provocaciones de la otra e incluso murmuraron entre ellos, cuestionando el comportamiento de Imelda.
—¡¿Joaquín?! ¿Qué haces aquí? —preguntó, sorprendida y confundida.
Joaquín la miró con intensidad, sus ojos revelaban una mezcla de emociones. Salomé pudo ver la tristeza, el arrepentimiento y una chispa de esperanza en su mirada.
Se acercó con paso lento, y luego se arrodilló frente a ella, sosteniéndose de sus caderas, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. El corazón de Joaquín latía con fuerza mientras buscaba desesperadamente las palabras adecuadas.
—Lo siento mucho, Salomé. Estoy muy arrepentido por lo que hice. Fui un estúpido al no escucharte, al dejarte ir… —ella lo interrumpió y no lo dejó seguir hablando.
—¿Dejarme ir? —inquirió con una expresión irónica—¡Me golpeaste! Me sacaste de tu casa con una niña, sin siquiera ponerte la mano en el corazón, tu amor fue mentira, decías quererme mientras todo era color de rosa entre nosotros, pero en el momento que las cosas se tambalearon, no titubeaste en dudar de mí —expresó sin ocultar su molestia.
—Me arrepiento de cada palabra hiriente que te dije, de cada lágrima que te hice derramar a ti y a Fabiana, la rabia me cegó, los celos de que hubieses estado con otro hombre. Te amo, Salomé, siempre te he amado y te amaré por el resto de mi vida… por favor, perdóname, vuelve a mi lado, no puedo soportar verte aquí, sonriéndole a otro hombre, cuando en realidad debería ser yo quien esté a tu lado, quien cuide de ti y de nuestras hijas.
Salomé quedó en silencio, sorprendida por sus confesiones, por leves segundos la emoción y el conflicto se reflejaron en su rostro. Ella acostó a la niña que se había quedado dormida otra vez y enfrentó a Joaquín apartándolo de su lado.
—¡Estás loco! ¿Crees que puedo volver contigo después de lo que me hiciste? Negó con incredulidad—. Lo siento Joaquín, ya nuestro tiempo fue, yo te amé, el cielo sabe que fue así, pero el mismo día que no creíste en mí y que nos tiraste a la calle, murió el amor que te tenía… y no conforme con eso tu humillación de llenarme de agua sucia… eres parte de mi pasado, en mi presente encontré en Conrado a un hombre maravilloso, cariñoso, paciente, que nos ama profundamente.
Él se levantó y la miró a los ojos, tratando de descubrir lo que tenía en el alma, mientras las lágrimas de su rostro no se detenían.
—Dime Salomé ¿Lo amas?
—Con toda el alma, porque ha demostrado que puedo confiar en él.
Joaquín sintió que su corazón se partía en millones de pedazos, pero no estaba dispuesto a perderla, iba a luchar por ella hasta las últimas consecuencias.
—No te cases con él —pronunció en tono suplicante—, vuelve a mí, por favor, prometo que nunca más te lastimaré, que haré todo lo posible por ser el hombre que mereces. Te amo, Salomé, y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarte.
Salomé negó con la cabeza, sin embargo, no esperó que él se acercara, la tomara por la nuca de manera sorpresiva, y uniera los labios a los suyos, mientras Joaquín se sentía en la gloria, Salomé no sentía nada.
Conrado, quien finalmente logró liberarse de las distracciones de los invitados y se dirigió apresuradamente hacia la habitación de las niñas, se había detenido indeciso, temiendo lo que encontraría al otro lado de la puerta.
Pese a ello, respiró profundo, se armó de valor y abrió la puerta lentamente. Lo que vio lo dejó sin aliento. Salomé y Joaquín besándose.
Conrado retrocedió un paso, con la mirada fija en la escena que tenía frente a él. Su corazón latió con fuerza sintiendo que se saldría de su pecho. Tuvo la sensación de que el mundo se detenía en ese momento.
No podía creer lo que estaba viendo. Salomé, su prometida, la mujer que amaba, besándose con su exmarido justo antes de su boda. Su mundo se vino abajo en un segundo, sintió un dolor punzante en el pecho, pero no estaba dispuesto a rebajarse, ni a mostrar cuán herido estaba, se dio la vuelta y salió de allí, sintiéndose por completo destrozado.
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