EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 30

Justo en el momento en que Conrado se marchó, Salomé se separó del beso y miró a Joaquín, sorprendida por su osadía. Con el corazón latiendo a mil por hora de la indignación, lo empujó con tanta fuerza apartándolo de ella que este terminó tambaleándose, luego extendió su mano y lo abofeteó.

—¡No me toques Joaquín! —exclamó indignada— ¡¿Qué crees que estás haciendo?! —le espetó, furiosa—. ¿Cómo te atreves a besarme sin mi consentimiento? No tienes ningún derecho a hacerlo… ni a tocarme, ni besarme, ni a nada, esos derechos lo perdiste cuando me echaste de tu vida —declaró sin ocultar su indignación.

Joaquín se sorprendió por la reacción de Salomé, porque no se esperó que lo rechazara de esa manera, en el fondo tenía la esperanza que cuando la volviera a besar, ella se diera cuenta de que seguía enamorada de él.

Sin embargo, la expresión de ella firme, lo hizo sentir como si su corazón se fraccionara en decenas de pedazos, un intenso dolor se instaló en su pecho, deseó tanto que ella lo perdonara, que todo hubiese sido un mal sueño y poder despertar con ella a su lado, con Fabiana y con su verdadera hija.

Extendió la vista y allí vio a las dos pequeñas, casi abrazadas, buscando el calor una de otra, eso le produjo ternura y unas ganas inmensas de regresar el tiempo.

—Por favor, entiende que me equivoqué… los celos me cegaron, no pensé, solo quería hacerte pagar por tu infidelidad —susurró—, pero yo las amo, esa mujer con la que me viste en la fiesta besándome, no significa nada, la besé cuando te vi para darte celos… quería que me suplicaras regresar a mi lado, soñaba con que vinieras a mí… cuando no lo hiciste me enfadé, quería cerrarte todas las puertas para que te vieras en la necesidad de buscarme… pero no lo hiciste… después de todo resultó que todo tu amor por mí no era tan grande como decías, porque de lo contrario no estarías a punto de casarte con él.

—Joaquín, el amor, es como una planta, la riegas, la abonas, la cuidas, y mientras mejor la cuides, crece más fuerte, vigorosa, pero si en vez de agua, le echas veneno, la planta va a morir, y hagas lo que hagas jamás volverá a retoñar… yo puedo pasar la página, perdonarte para no guardar rencor, para sanarme a mí misma, pero jamás volveré contigo… amo a Conrado, es un hombre que a pesar de esa apariencia fiera, es dulce, él ha sido mi soporte, mi fortaleza.

Joaquín bajó la mirada al suelo, con los hombros caídos, sintiendo el peso de la derrota y la vergüenza. No se perdonaba haberle causado un daño irreversible a Salomé, a su hija, a su relación, porque había dejado que sus propias inseguridades nublaran su juicio, hiriendo a la mujer que amaba y perdiendo su confianza.

Suspiró profundo e hizo la pregunta que rondaba su mente desde que supo que Salomé era lo prometida de Conrado.

—La niña a la cual le doné sangre ¿Es nuestra verdad? —ella asintió— ¿Y cómo supo que no era de él?

—Cuando se enfermó, el tipo de sangre no correspondía a la suya, ni a la de su difunta esposa, y en ningún momento dudó de ella ni dejó de atender a su hija, y luego en cuanto pudo mandó a investigar lo ocurrido —respondió ella.

—Es un buen tipo… mejor que yo… veló por ella aun cuando sabía que no era suya… —suspiró con pesar—, y mientras yo boté a su hija, le pedí un proyecto a cambio de donarle sangre a su hija y se trataba de mi propia hija… qué ironías de la vida —dijo con un suspiro—… pero igual no pienso renunciar a ti, ni a ellas. Por ahora quiero verlas y estar cerca… —antes que continuara hablando, ella lo interrumpió.

—¿En verdad crees que tienes derecho a Fabiana? No lo tienes, porque le quitaste tu apellido, la despreciaste… y respecto a Grecia, el único padre que ha conocido es Conrado.

—¡Y yo soy el único padre que ha conocido Fabiana! —exclamó con vehemencia.

—¡Te equivocas! Conrado ha sido uno para ella, este par de meses, cuidándola, dándole amor —sin embargo, en ese momento la pequeña abrió los ojos y se levantó emocionada al verlo.

—¿Papá? —inquirió Fabiana y Joaquín vio a Salomé como queriéndole decir te lo dije.

Y sin esperar respuesta de Salomé, caminó hacia la niña, la alzó en sus brazos, la sostuvo en su pecho, mientras con la otra mano acariciaba con suavidad el cabello de Grecia.

—Lo siento nena… perdóname, papá enloqueció —le susurró mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Por un momento Salomé contempló la escena, sin decir nada, sintió el corazón dividido, con sentimientos contradictorios. Ver a Joaquín con su hija le produjo una mezcla de nostalgia, dolor y un atisbo de esperanza. Ella le había amado profundamente, pero su accionar había destrozado su relación y la había llevado a los brazos de Conrado.

Al ver la ternura en los ojos de Joaquín mientras sostenía a su hija, no pudo negar que aún existía un vínculo entre ellos. Él se quedó allí, con Fabiana en brazos, sintiendo el peso de su error y el rechazo de la mujer que amaba. Sabía que había perdido todo lo que realmente importaba en su vida, pero a pesar de todo se aferraba a la idea de tener una segunda oportunidad con Salomé.

Por su parte, Salomé no tenía dudas de sus sentimientos, estaba clara que no sentía nada por él, porque la confianza una vez rota no se podía reconstruir. Y ella había encontrado consuelo y estabilidad en el amor de Conrado, su apoyo incondicional y su dedicación a la familia. Él se había ganado primero su respeto y admiración, y luego su amor.

Con un fuerte suspiro, Salomé habló, con firmeza.

—Joaquín, si quieres ver a Fabiana, debo hablar con Conrado, es él quien va a decidir si te quiere en la vida de su hija y en cuanto a Grecia… —comenzó a decir y él la interrumpió.

—No renunciaré a ella, y si no podemos llegar a un acuerdo, entonces, le pediré a un tribunal que me dé mis derechos de custodia… no voy a renunciar a Grecia, ni a Fabiana, porque ella aún me ama.

—Creo que es mejor que te vayas… y luego hablaremos de esto, no quiero que nadie te encuentre aquí y termine malinterpretando las cosas —declaró con seriedad.

—Me iré Salomé, pero tampoco voy a renunciar a ti… ¿Quieres casarte con él? ¡Hazlo! Pero allí estaré esperando que se equivoque, que se resbale y caiga para yo tener mi segunda oportunidad.

*****

Mientras tanto, Conrado salió de allí con camino hacia su despacho, mientras lo hacía vio a Ninibeth y a su madre acercarse, con una sonrisa de complacencia.

No era idiota para no darse cuenta de que el desenlace que estaba viviendo, era producto de que el par de arpías, habían sido seguramente quienes invitaron a Joaquín, y aunque eso le molestaba, en el fondo lo prefería así, porque de haberse casado con Salomé, y luego ella descubría que seguía enamorado de su exmarido habría sido una situación más difícil y dolorosa para él, intentó ignorarlas, pero ellas insistieron.

Un murmullo general se escuchó en la sala, mientras Salomé lo veía con una expresión contrariada.

—Cristal, encárgate de despedir a los señores —dijo con voz seria y se giró caminando de nuevo a su despacho.

Salomé caminó detrás de él, pero el par de brujas se le pararon en frente.

—¿Será mejor que no lo molestes? No creo que sea conveniente —dijo Ninibeth.

—¡Se apartan! O juro que esta vez nada me va a detener de arrancarles las extensiones y ponérselas de corbatas —manifestó con fiereza, con los ojos chispeantes del enojo, las mujeres retrocedieron temerosas de lo que pudiera hacerles Salomé.

Conrado iba a cerrar la puerta, y ella la empujó, y no dejó hacerlo.

—¡¿Qué diablos te pasa?! ¿Qué fue lo que pasó allí? ¡¿Por qué cancelaste la boda?!

Salomé gritó, con las manos temblorosas de furia y dolor. Conrado se giró hacia ella lentamente, observando a la mujer que había destrozado su corazón.

—¿Qué me pasa? —repitió él, con una risa amarga en los labios, respiró profundo y respondió—, es mejor que me dejes solo, no quiero decir algo que después me vaya a arrepentir, necesito calmarme y luego hablamos, porque no quiero comportarme mal contigo, ni convertirme en un patán.

Tomó el cheque y se lo dio.

—¿Qué es esto? —preguntó con el ceño fruncido.

—Es para que cuentes con un dinero cuando te vayas de aquí… —no había terminado de hablar cuando ella tomó el cheque y lo rompió en varios pedazos.

—¡¡¿Quieres lavar tu conciencia?!! ¡No necesito tu dinero! Y si eres tan cobarde para no atreverte a decirme a la cara lo que te molesta, entonces no vale la pena seguir en esta conversación.

—¿De verdad quieres que te lo diga? Que me has mentido, Salomé. Que todo este tiempo has estado jugando conmigo, haciéndome creer que me amabas mientras seguías enamorada de tu ex —espetó molesto mientras ella lo veía como si le hubiesen salido dos cabezas.

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