EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 33

Salomé se quedó perpleja ante las palabras de Ninibeth. No entendía de qué estaban hablando, ¿qué tenía que ver su matrimonio con la herencia de Laura? Conrado se giró hacia las recién llegadas, tratando de mantener la calma pero con los ojos llenos de furia contenida.

—¡Fuera de aquí! Si van a estar en esta casa procuren que sea lejos de mí, porque nada me obliga a tratarlas bien, están felices de quedarse aquí, perfecto, pero pienso hacerles la vida miserable —expresó con una expresión de malicia en el rostro—, y ni se les ocurra acercarse a Salomé y a mis hijas, porque no saben de lo que soy capaz —concluyó acercándose peligrosamente a Imelda en un tono siniestro.

—No puedes hacer hacernos nada —dijo Ninibeth de manera temblorosa.

—¿En serio? Pues hay formas de hacer sufrir al otro de manera lenta y dolorosa —pronunció con la mirada fija en Imelda para ver su reacción— ¿Verdad querida suegra? Porque estoy seguro de que debes saber de muchas.

Dicho eso, tomó la mano de Salomé, y la alejó de allí.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan alterado? —preguntó con preocupación.

La tomó de la mano y caminó con ella al despacho, pero no le respondió, marcó el número de su asistente.

—Necesito que mandes a investigar quien estuvo detrás del intercambio de las niñas, no creo que haya sido un simple error. Y dile a la clínica que si no facilitan la investigación voy a demandarlos que nunca más podrán ejercer la medicina ninguno de los doctores que estaban en ese momento. También quiero que hables con el abogado que pida la exhumación del cadáver de mi esposa y una autopsia, pero que todo se mantenga bajo perfil, a todos quienes estén en el caso, hazlo firmar un acuerdo de confidencialidad.

Cuando cortó la llamada, ella fijó su atención en él.

—¿Me vas a explicar lo que sucedió y que te tiene tan indignado?

Conrado suspiró y fijó la mirada en ella, se sentaron en el mueble del despacho.

—Laura dejó condiciones muy sorprendentes en su testamento, que no creo que haya salido de ella —comenzó a explicar—. Por que me prohíbe casarme durante cinco años. Si me caso antes de ese tiempo y no cumplo sus condiciones, la niña quedará bajo custodia de su venenosa madre y su inútil hermana, además, de la mitad de la fortuna que me costó trabajar a mí, pasará a manos de su madre y de Ninibeth. ¿Puedes creer eso? ¡Es un exabrupto! No tengo ni put4 idea que son capaces de alegar para quitarme la custodia de mi hija.

Salomé abrió los ojos sorprendida sin poder creer lo que escuchaba.

—¡Eso no puede ser cierto! ¿Cómo van a quedarse con la niña? Eso es una locura, eso no puede hacerse ¿Y en qué pensaba Laura para hacer eso? Eso me parece tan manipulador.

—Lo sé, Salomé. Desde el punto de vista legal es imposible, a menos que inventen que lastimo, maltrato a mi hija, o de alguna manera la pongo en riesgo. Pero eso no va a detener nuestro matrimonio… me importa una m****a el patrimonio… es lo único con lo que pueden quedarse, ¡Qué lo hagan! —exclamó indignado y ella lo detuvo.

—¡Conrado escúchame! No estás pensando con claridad, que se queden con el patrimonio es una cosa, pero si ellas están seguras de quedarse con la niña, es porque algo pueden estar planificando, no estoy de acuerdo que nos arriesguemos… no podemos poner en mínimo riesgo que ellas puedan quedarse con nuestra hija, sea Grecia o Fabiana, ni loca dejaré a merced de esas arpías.

—Es que no se quedarán, de aquí salimos con nuestras dos hijas el mismo día de nuestra boda, que ellas intenten lo que quieran… eso que estableció Laura, si es que es realmente lo hizo, es ilegal a todas luces, su manifestación de voluntad no puede ir más allá de las leyes —declaró con firmeza.

Salomé asintió, respirando profundamente para tranquilizarse.

—Tienes razón. Pero creo que debemos tranquilizarnos, no dejar que nos desestabilicen, debemos afrontar esta situación juntos, sé que encontraremos la mejor manera para lidiar con esto… como suspendiste la boda, mantengámosla así, mientras encontramos una forma de lidiar con esto.

Ella vio el malestar en el rostro de Conrado y sabía que no se iba a quedar tranquilo. Salomé hizo un puchero tratando de convencerlo.

—¿Qué te cuesta esperar? Igual vivimos juntos, dormimos juntos, hacemos el amor, todo como si fuéramos un matrimonio ¿Qué crees que cambiará? —interrogó ella y vio en su rostro una expresión de culpabilidad y sin que él hablara supo lo que pasaba—¿Sabes Conrado? ¡Eres un idiota!

Hizo un amago de levantarse, pero él la sostuvo por las caderas impidiéndole irse.

—¡Suéltame! ¿Aún desconfías de mí? ¿Crees que me voy a ir detrás de Joaquín si no tenemos un papel firmado? —espetó furiosa.

—Por favor mi amor, no desconfío de ti, créeme.

—Entonces ¿Por qué crees que un papel hará más segura nuestra relación? —inquirió sin dejar de verlo.

Ella lo miró a los ojos y ella vio duda, inseguridad en él, mientras por su parte, Conrado vio tristeza en los suyos. Quizás era un idiota en creer que estarían mejor casados, pero tenía miedo de perderla.

—Lo siento, Salomé, no es que desconfié de ti, es que por primera vez me siento inseguro, tú eres una mujer extraordinaria, no tienes ningún faltante, ni sobrante, ¡Eres perfecta! Llámame loco, pero soy un posesivo, quiero que todo él que te vea, sepa y diga esa es la esposa de Conrado Abad ¿Entiendes? Temo que si no es así todos verán las cualidades en ti y procuren conquistarte… así cómo Joaquín ¿Cree que no estará pensando en la forma de robarte? —dijo Conrado, besando con suavidad.

—¿Y yo soy un objeto? ¿Estoy pintada? ¿Piensas que yo voy a caer? —preguntó con irritación.

—Eres el más valioso tesoro, además, pero si veo acercándose a ti, voy a volverme cavernícola, y juro que no querrás verlo. Sé que confío en ti, pero no puede evitar sentirme posesivo, celoso contigo... y definitivamente Joaquín es un grano en el cul0 —declaró y ella soltó una carcajada.

—Eso no es más que inseguridad, porque nada justifica los celos —expresó con firmeza.

—¿Tú no eres celosa? —interrogó él con suspicacia.

—Para nada, yo soy muy segura de mí misma —dijo con firmeza.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí, Joaquín? —le preguntó Conrado con voz firme sin ocultar su molestia—, ¡Vete de aquí! Porque si no lo haces no respondo.

Joaquín lo miró con una actitud desafiante.

—Haz lo que te dé la gana, vine a pedirte una oportunidad a Salomé y no me voy a ir… Sé que cometí un error en el pasado, pero estoy dispuesto a cambiar. Amo a Salomé y voy a luchar por ella. Sé que te vas a casar mañana con ella, sin embargo, no puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo te llevas a la mujer de mi vida, a la mujer que amo.

Conrado apretó los puños, intentando mantener la compostura.

—Tus oportunidades ya se acabaron, Joaquín. Salomé es mi prometida, será mi esposa, y no voy a dejar que te interpongas entre nosotros, tuviste una oportunidad con ella y la perdiste, ¿qué te hace pensar que Salomé querría estar contigo después de todo lo que has hecho?

Joaquín esbozó una sonrisa arrogante.

—Salomé y yo tenemos una historia juntos, Conrado. ¿Crees que lo que sentía por mí se puede borrar de la noche a la mañana? Ella me ama, siente algo por mí, solo necesito recordarle porque se enamoró de mí y yo estoy dispuesto a recordárselo y a luchar por ella.

Conrado sintió cómo la ira amenazaba con desbordarse. Quería golpear a Joaquín, sacarlo de su vida de una vez por todas.

—Sueña, que es gratis… porque ahora ¡Ella me ama a mí! —señaló con firmeza.

Joaquín se burló de Conrado.

Mientras esto pasaba, en la cocina las señoras de servicio que vieron lo ocurrido, corrieron donde estaban Salomé, Cristal y la madre de Conrado.

—¡¿Qué?! —exclamaron las tres mujeres al mismo tiempo mientras corrían al jardín.

Afuera seguía Joaquín provocando a Conrado.

—No te confíes tanto, Conrado. Puede que hayas ganado esta batalla, pero la guerra no ha terminado. Voy a seguir luchando por Salomé y haré lo que sea necesario para recuperarla.

—¡No lo harás si no lo permito! Voy a contar hasta cinco, si en ese tiempo no te vas voy a dispararle a volarte con todo y helicóptero. Cinco… cuatro… tres… dos… —pero antes de llegar al conteo, una voz le gritó.

—¡Conrado detente! ¿Qué carajos piensas hacer? ¡¿Acaso te has vuelto loco?! —exclamó sin ocultar su miedo.

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