Cristal sonrió al ver la cara de incredulidad de Imelda, por el rostro de felicidad de su hermano, como poco lo había visto, era notorio que había arreglado las desavenencias con Salomé; su madre también sonrió aliviada, porque se había dado cuenta de que su hijo, mostraba una faceta relajada que nunca le había visto ni siquiera mientras estuvo casado con Laura, quizás porque su difunta esposa aceptaba su palabra sin rechistar, pero veía que Salomé a pesar de ser de apariencia más frágil y dulce, era una mujer con carácter.
Sin embargo, no todos los presentes estaban contentos con la noticia, porque la expresión de Imelda se transformó en una mezcla de ira y frustración, al igual que la de Ninibeth.
—¡Esa boda no se puede celebrar! —exclamó la mujer indignada, mientras pensaba al mismo tiempo en una forma de impedirlo—, ¿qué va a decir la gente que ni siquiera esperaste un tiempo de luto para volverte a casar? ¿Ese era el amor que le tenías a Laura?
La madre de Conrado, que hasta ahora había permanecido callada, no pudo controlarse e intervino.
—Resulta bastante hipócrita de tu parte que digas eso, porque cuando quedaste viuda no te importó que la gente te viera con una nueva pareja al mes de haber muerto tu marido, y te digo esto no porque te esté juzgando, esa es tu vida y estás en tu derecho de vivirla como quieras, lo traigo a colación, porque veo tu intención de hacer sentir mal a mi hijo… es cierto que tu difunto marido ayudó a mi esposo en una situación difícil, y por eso mi hijo terminó casándose con Laura, pero no pretendas hacer de eso una deuda impagable, Conrado no se va a casar con Ninibeth, para seguir pagándoles deudas, si llega a hacer eso, lo declaro indigno y lo desheredo, no soportaría seguir viendo sus caras intrigantes —pronunció indignada, aunque sin dejar a un lado su aire de elegancia.
Cristal observó la escena con fascinación, al ver a su madre defendiendo a su hermano con uñas y dientes, pero también con cierta preocupación. Sabía que la relación entre Conrado y Salomé no sería fácil, pero no esperaba que la noticia de su compromiso causara tanto revuelo.
Miró a su hermano y a su futura cuñada, quienes se mantenían tomados de la mano con firmeza, como si estuvieran listos para enfrentar cualquier cosa. Imelda resopló y se cruzó de brazos, visiblemente molesta.
Ninibeth, por su parte, no dijo nada, pero en su mirada se notó la rabia que estaba conteniendo, sabía que esas mujeres no se quedarían tranquilas y segundos después su nuevo plan quedó revelado.
—Por cierto Conrado, se me había olvidado, el abogado de Laura me llamó, por fin se va a leer el testamento —declaró más serena con aparente tranquilidad, como si siempre hubiese tenido ese as bajo la manga.
—¿Cuándo es la lectura? —preguntó el hombre sin ninguna expresión en su rostro.
—Lo siento mucho, traté de que lo fijara para luego de pasado mañana, pero fue imposible, así que será mañana, un día antes de tu matrimonio, a las diez de la mañana, en la biblioteca de esta casa, que cabeza la mía con tantas cosas que tengo pendiente, se me había olvidado decirte… ahora con permiso, voy a descansar —expresó con satisfacción, luego se giró y se dio la vuelta marchándose con su hija, sin poder contener su emoción.
Por supuesto que Conrado no le creyó ni un solo momento.
—No sé hijo, pero algo está tramando esa mujer… es sorprendente que de manera sorpresiva, ahora si estén ansiosos por leer el testamento. Me pregunto si ya no conocer su contenido.
Conrado miró a su madre entendiendo perfectamente sus palabras, porque justo eso era lo que él estaba pensando. Sabía que el testamento de Laura era un asunto delicado, tanto que viendo el rostro de felicidad de Imelda, era posible que trajera consigo desagradables sorpresas y conflictos. Y más con noticia inesperada de la mujer, de que se leyera justo un día antes de su boda.
Por eso la incertidumbre y el peso de las palabras de su madre se hicieron presentes en su mente, pero decidió mantenerse frío, no dejarse llevar por la paranoia. No podía permitir que eso afectara su relación con Salomé y el compromiso que habían adquirido.
—¿Acaso puede haber algo allí que cambie la situación entre nosotros? —interrogó con preocupación Salomé.
—Un testamento no cambiará mis sentimientos por ti, no te preocupes —le dijo acariciando su mano suavemente.
—¿Y ahora como haremos para los invitados a quienes les dijiste que no habrá boda, sepan que la hay? No sé por qué no aprendes a controlar ese carácter del demonio que te gastas —inquirió Cristal un tanto contrariada con su hermano, por haber cancelado la boda.
—¿Crees que no me controlé? Pues déjame decirte que lo hice… y no me importa que esos invitados no vayan, así haremos una celebración más íntima —señaló sin preocuparse mucho por eso, para después fijar su atención en algo más— ¿Ustedes van a volver al hotel o se quedarán aquí pasando la noche? —preguntó Conrado a su madre.
—Nos quedaremos aquí esta noche y tus abuelos, el resto de la familia, tus tíos y primos, será mejor que se vayan al hotel —respondió la señora.
Una hora después, cuando quienes se quedaron, fueron hospedados y los que no despedidos, por fin Salomé y Conrado, luego de ver a sus hijas, se fueron a su habitación.
—¿Qué pasa? Te veo un poco incómoda —preguntó Conrado, ella no contestó y él insistió—. ¿Aún estás molesta por lo ocurrido?
Se sentó a su lado y tomó su mano. Ella estaba un poco triste, porque algo le estaba rondando la cabeza.
—¿Tú no quieres a Fabiana? —interrogó ella con la voz quebrada.
—¡Claro que la amo! ¿De dónde sacas que no lo hago?
—Porque la ibas a dejar ir, y te ibas a quedar con Grecia, eso es porque solo te importa ella porque la criaste tú… eres tan odioso como… —Conrado no la dejó hablar.
—¡No! No me vayas a comparar con tu ex porque ¡Él y yo no somos iguales! Si propuse eso, es porque sé que no dejarías a Fabiana y como Grecia está enferma necesita protección y yo removería cielo y tierra por salvarla.
—¡¿Y crees que yo no?! Yo las amo a las dos, ¡Son mi vida! A una la di a luz, es parte de mi sangre y de mis genes, y la otra la he criado yo y es parte de mi corazón, perdóname, pero jamás dejaría a ninguna de las dos.
Conrado iba a discutir, pero Salomé le puso una mano en el brazo y lo detuvo.
—¡Déjalo! Te espero aquí sentada —respondió señalando un asiento, él asintió y le dio un suave beso en los labios.
Entraron al despacho y enseguida el notario, comenzó a leer el contenido del testamento. Las palabras resonaron en la habitación, creando una atmósfera cargada de expectativa.
"Yo, Laura Valverde de Abad, de pleno uso de mis facultades mentales, establezco mi última voluntad y testamento", comenzó a decir el hombre con voz solemne. "En primer lugar, nombro a Imelda de Valverde y el abogado Libio Ortega, como el albacea de mis bienes y propiedades."
Conrado sintió un nudo en el estómago. Sabía que el papel de albacea conllevaba una gran responsabilidad, pero eso no era lo que más le preocupaba en ese momento. Estaba ansioso por escuchar las condiciones que Laura había dejado estipuladas.
El notario continuó con la lectura. "Declaro que, la totalidad de mis bienes, incluido en la comunidad de gananciales, pasen a mi esposo Conrado Abad, siempre y cuando se den las siguientes condiciones: 1.- Que permanezca en la casa que formaba nuestro hogar, conviviendo con mi madre y hermana, bajo ninguna circunstancia podrán ser echadas de la propiedad. 2.- No podrá casarse hasta un plazo de cinco años después de mi fallecimiento, a excepción de que lo haga con Ninibeth Valverde, mi hermana."
Las palabras resonaron en la habitación como un fuerte golpe para Conrado. Su mirada se encontró con la de la madre y hermana de Laura, quienes miraban triunfante. Era una condición inesperada y parecía como una forma de Laura de controlar su vida después de su muerte, pero lo más extraño es que ella no era así y no la creía capaz de hacer eso.
El notario prosiguió. "En caso de que Conrado no cumpla con esta condición, la totalidad de mi capital y bienes pasarán a manos de mi madre, Imelda de Valverde, y de mi hermana, Ninibeth Valverde, en partes iguales. Además, el cuidado de nuestra hija, Grecia Abad Valverde, quedará en manos de mi madre y mi hermana."
Un silencio sepulcral llenó la habitación. La incredulidad y la frustración se reflejaron en el rostro de Conrado, este se levantó de su asiento, sintiendo la rabia corroyéndola por dentro.
—¡Eso es imposible! Laura no pudo haber dejado ese testamento, es absurdo, uno porque mi hija no estaría en mejores manos que en las mías, dos, porque ella sabía que todos los bienes que obtuvimos durante el matrimonio los trabajé yo y ella no era una mujer injusta… no crean que van a salirse con la suya —espetó mirando a las dos mujeres que expresaban un rostro de inocencia—, voy a llegar a la verdad de esto y si piensan que esto me separara de Salomé, ¡Están muy equivocadas!
Conrado salió de allí hecho una fiera, tirando la puerta a su salida, Salomé lo detuvo, tratando de calmarlo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás enfadado? —interrogó ella con preocupación.
En ese momento aparecieron las dos mujeres y fue Ninibeth quien respondió.
—Pasa que no hay boda Salomé, que Conrado no puede casarse contigo.
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