Cuando Conrado vio a través de la puerta sintió un sudor frío recorrerlo de pies a cabeza, vio a Joaquín justo cuando le daba con el pie a un banco debajo de sus pies y colgaba de la columna, corrió dejando a Fabiana en el sofá.
La niña lloraba desesperadamente, recogió el banco y lo colocó debajo de los pies del hombre, agarró una tijera en el escritorio y cortó la cuerda, lo cargó y lo acostó con cuidado en suelo.
La pequeña Fabiana no dejaba de llorar, como si supiera o presintiera de cierta manera que algo malo estaba ocurriendo.
—¡Pedazo de idiota! —comenzó a pelear con él, porque sabía que estaba consciente—, ¿Ese es el amor que le tienes a Salomé? ¿Quieres que viva con remordimiento? —inquirió mientras le revisaba la respiración y el pulso, sintió alivió al darse cuenta de que sus sospechas eran ciertas, no le había pasado nada, porque llegó a tiempo— ¿Y a Fabiana? ¿No tienes ningún afecto por ella?
—No llores nena, este idiota de tu otro padre no se irá, estamos aquí ahora y estará bien —. Pronunció Conrado consolando a Fabiana.
Joaquín, que se había quedado en el suelo con los ojos cerrados, los abrió, mientras comenzaba a toser.
—Déjame quieto… —dijo segundos después con voz ronca y entrecortada—, no puedo soportar más el dolor… ¿Por qué no me dejas morir en paz? Así te libras… de mí.
—Porque no puedo dejar que termines así como un cobarde, habría preferido ser yo mismo quien te volara la cabeza con la bazuca y aunque me quiera deshacer de ti, por muy mal que me caigas, no puedo dejarte morir de esta manera, así que déjame ayudarte —dijo Conrado con aparente indiferencia.
—¿Tú? ¿Qué puedes hacer tú? —preguntó Joaquín con amargura.
—Puedo hacerte entender que esto no es la solución, que la vida no se acaba cuando las cosas no te salen bien, tienes un futuro y otras formas de salir adelante, vamos a hablar.
—¿Cómo? No hay nada que hablar… ¿Cómo puedo seguir adelante sin Salomé? Ella era todo lo que tenía… y tú me la quitaste. Me quitaste a mi mujer, me quitaste a mi hija, me quitaste mi vida... Ahora no tengo nada.
—No te quité nada Joaquín, y lo sabes muy bien, tú las sacaste de tu vida, renunciaste a ella, no puedes culparme a mí por eso. Y yo cuando vi el tesoro que era esa mujer no la dejé ir y respecto Fabiana, aunque no es tu hija biológica, ella aún te ama y te necesita, no puedes abandonarla así.
La niña, como si supiera de lo que estaba hablando, caminó hacia ellos, y empezó a llamar a Joaquín.
—Papá —dijo la pequeña y salió corriendo hacia él, lo abrazó con fuerza.
Joaquín la alzó y la sostuvo con la misma fuerza, mientras lloraba, sintiendo un nudo en la garganta. Se quedó en silencio por un momento, pensando en lo diferente que pudo ser su vida de haber hablado con Salomé en vez de actuar sin pensar.
—Lo siento pequeña —pronunció el hombre conmovido.
—Viste que aún tienes por quién vivir, además, debes conocer bien a Grecia, y tratar de ganar su corazón, porque te cuento que me adora y no es fácil reemplazarme, y no pienso ponértela fácil con ella —pronunció sin dejar su disputa a un lado.
—¿Me dejarás acercarme a ella? —interrogó con incredulidad.
—No tengo otra opción, después de todo eres su padre biológico… al principio no quería que te acercaras a ninguna de las dos, pero si algo he entendido que muchas veces dentro del dolor o cuando nos sentimos heridos, podemos decir y cometer grandes errores, y que cuando los demás se equivocan no es bueno señalarles sus errores, sin embargo, ni creas que voy a perdonarte que besaras a mi mujer —gruñó.
—¿Nos viste y no hiciste ningún escándalo? —preguntó sin dejar de sorprender—, ¿Cómo te controlaste?
—¿Quién dijo que me controlé? ¿Acaso no te has visto la cara? Eso no fue solo por tu provocación, sino también para cobrarme ese beso… y si no quieres vivir frustrado, lo mejor es que desistas de tu ridiculez, y dejes de intentar conquistar a Salomé —aprovechó a decirle.
—No, tenemos un trato y lo sabes… me faltan cuatro días, ni creas que voy a renunciar a eso —agregó sintiendo con mejor ánimo y pensando que aún todo no estaba perdido.
—¿Sabes qué? No debí intervenir en tu destino, te debí haberte dejado colgado de esa soga y así no tendría un grano en el trasero… deberías aprender la lección y alejarte, no seguir haciendo el ridículo, o por lo menos por agradecimiento, además tendrías que haberte dado cuenta que jamás recuperarás a Salomé… y a propósito, tu madre fue a amenazarnos con quitarnos a Grecia y a insultar a Salomé, ponla en su sitio, porque de esa manera, ninguna mujer va a querer estar a tu lado, si te arruinó la vida una vez, no permitas que te lo haga por segunda vez.
—¿Se atrevió a ir hasta allá? —preguntó sorprendido y Conrado asintió—, yo voy a hablar con ella, de todas maneras no puede quitarle a Salomé la custodia de Grecia, yo cometí un error y no cometeré otro, independientemente que se quede contigo ni siquiera voy a intentarlo… pero si Salomé confirma que se queda contigo —hizo una pausa como si las palabras le dolieran—, solo quiero que me permitan acercarme a las niñas… porque de perderla a ella, solo me quedarían mis hijas.
—Entonces es un hecho —le dijo Conrado dándole la mano— ¿Me puedo ir? ¿Puedo confiar en que no volverás a intentarlo?
Joaquín vio a Fabiana que se mantenía dormida, plácidamente y confiada, recostada en su pecho, y supo que por muchas ganas que tuviera de acabar con todo, no podía hacerle eso, ya suficiente daño le había hecho.
—¡Ya basta mamá! En vez de estar en contra de Conrado deberías agradecerle porque gracias a él sigo vivo, intenté suicidarme y si no llega a esta hora estaría muerto —señaló.
—¿Por qué dices eso? ¿Acaso intentaste quitar la vida por esa insignificante mujer que no vale nada? —inquirió la señora con una mezcla de temor y de rabia, aunque esta última prevalecía.
Conrado apretó las manos con fuerza.
—Mejor me retiro porque soy capaz de convertirme en homicida con esta señora, te juro que ahora te entiendo, con una madre como está hasta yo me hubiese lanzado del puente más alto —dijo con un gruñido saliendo de allí, sin esperar a la policía ya se encargaría Joaquín de lidiar con la loca de su madre.
Condujo de vuelta a la casa, su hija dormía en el asiento trasero en su silla, salió de allí, pero cuando iba por el pasillo del segundo piso escuchó un ruido proveniente de la habitación de Laura, tenía la puerta semiabierta, se acercó con cuidado y pudo escuchar a las mujeres hablando.
—Debe estar en alguna parte, debemos encontrarlo y destruirlo porque si Conrado llega a descubrir el verdadero testamento antes que nosotras estaremos acabadas —dijo Imelda, sin dejar de buscar en los libros que tenía Laura en la pequeña biblioteca.
—También es un riesgo que nos encuentre aquí, ¿Si lo hace que le diremos? —preguntó Ninibeth.
—Que la extrañamos y decidimos venir a verla.
Conrado las escuchó y decidió alejarse, llevó la niña a la cuna y regresó a la habitación de Laura, mientras caminaba empezó a pisar firme para que escucharan sus pasos y al estar frente a la habitación, abrió la puerta de golpe, y vio a las dos mujeres mirándolo con sorpresa.
—¿Qué hacen ustedes en esta habitación? —interrogó y el rostro de las mujeres palidecieron, quedándose en completo silencio— ¿Me lo van a decir o piensan quedarse calladas para siempre?
En ese momento producto de los nervios un sobre cayó de la mano de Ninibetth.
—¿Qué es eso Ninibeth? —preguntó como si no supiera nada, pero sin ella hablar se imaginaba el contenido.
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