Conrado frunció el ceño, molesto por las palabras amenazantes de la mujer. Miró a Salomé, quien quedó perpleja y preocupada ante las palabras de la madre de Joaquín. No podía creer que después de todo lo sucedido, esa mujer todavía no había aprendido la lección y que se atreviera a reclamar a la niña como si fuera su derecho.
Conrado apretó la mano de Salomé en señal de apoyo, transmitiéndole fuerza y determinación. No le gustaba que nadie atormentara a su mujer, y menos ahora que estaba embarazada, por eso decidió tomar el control de la situación y enfrentar a la mujer con firmeza,
—Señora, entiendo que quiera conocer a su nieta, pero usted no tiene ninguna autoridad para venir aquí a amenazar, en dado caso quien tendría derecho es Joaquín, por eso así como la invité a pasar, le pido que haga el favor de retirarse, desde este momento tiene prohibida la entrada aquí, no se atreva a venir porque la mandaré a echar —señaló con Firmeza Conrado.
—Ustedes no pueden negarme ver a mi nieta, tengo derecho a conocerla. Esa mujer ha arruinado la vida de mi hijo y ahora quiere alejarme de mi pequeña. Pero les advierto, haré lo que sea necesario para recuperarla. No permitiré que crezca en manos de una persona como ella… —Salomé la interrumpió.
—La vida de su hijo la arruinó, fue usted, y soy yo quien no permitiré que mi hija se acerque a una arpía como usted, mientras no llegue y se dirija a mí con una actitud humilde, usted no tiene derecho a nada, si cree que logrará algo con amenazas, está muy equivocada, porque logrará justo lo contrario.
Conrado hizo señas a un par de sus hombres y la mandó a sacar. Cuando se giraron para volver a la casa estaba Imelda.
—¿Quién es esa mujer? ¿Qué quería? —interrogó.
—Nada que sea tu problema —respondió con molestia Conrado—, mantente alejada de mi familia, porque no creo en ti Imelda, algo me dice que no confíe, así que ve bien lo que vas a hacer, porque te tengo vigilada.
Y sin detenerse ni un solo segundo siguió caminando con Salomé tomada de la mano.
—¿Por qué le dijiste? Ahora la pusiste sobre aviso, no intentará nada más —protestó Salomé.
—Esa es la idea, jamás voy a ponerlos en riesgo a ustedes para apresar a esas víboras —expresó con firmeza.
—Pero entonces, si en realidad intentaron envenenarme, no podremos descubrirlas, van a quedar impune —señaló con preocupación.
—No te preocupes, yo tengo otra vía para romperle la cabeza a ese par de víboras.
Esa noche, ellos acostaron a las niñas en su habitación y volvieron solo a la suya, esa noche la llevó una vez más a la cúspide del placer, cada caricia y cada beso era más intenso que el anterior, una muestra de su amor y su deseo incondicional por ella.
Salomé se dejó llevar por el deseo y la pasión que Conrado despertaba en ella, no hubo una sola parte de su cuerpo que no venerara, con sus labios y sus manos, para él, ella era su diosa, su amante, su amada, su novia, su mujer, lo era todo para él.
Conrado abrazó a Salomé con fuerza, como si temiera que ella fuera a escapar, la besó con devoción y ternura, dejándola sentir su amor en cada beso.
Ella se sentía en el cielo, rendida por completa a la pasión que sentía por Conrado. Él le acariciaba el cabello y los hombros, mientras Salomé suspiraba de placer.
Acarició los pechos, jugó con ellos, los saboreó y se deleitó |como si se tratara del más rico manjar y luego bajó hasta el vientre. Salomé se estremeció de placer al sentir la lengua de Conrado recorrer su cuerpo, sentía su piel arder.
Mientras tanto, Conrado besaba y acariciaba con sus manos la parte más íntima de Salomé. Estaba por completo excitada ante la pasión que Conrado le regalaba. Él se introdujo en ella con suavidad y empezó a moverse. Con cada movimiento, sentía una ola de placer inundando su cuerpo. La pasión entre los dos fue aumentando cada vez más hasta que alcanzaron juntos la cima más alta del éxtasis.
Cuando terminaron, los dos se abrazaron con fuerza. Salomé sentía que estaba conectada para siempre con él. No había palabras para describir el amor y el respeto que sentían el uno por el otro.
Conrado no pudo evitar confesarle una vez más su amor, y le susurró al oído:
—Te amo, Salomé. Y protegeré a nuestra familia, cueste lo que cueste.
Salomé sonrió, feliz de tener a un hombre tan decidido y valiente a su lado. Cerró los ojos deleitándose con la cercanía del hombre que amaba.
Conrado decidió que era el momento de contarle el trato que había hecho con Joaquín, se armó de valor y comenzó a confesarse.
—Mi amor, sé que quizás te vaya a molestar… lo hice por aceptar un reto de Joaquín, por demostrar que estaba seguro de que tú jamás fijarías los ojos en él… cada uno de nosotros por cinco días te daremos un detalle para enamorarte, él busca que tú le des una segunda oportunidad y yo enamorarte más para que no se la des —esperó por un momento, pero no había ninguna reacción de parte de Salomé—, lo siento quizás no quieres hablar porque estás molesta por haberlo aceptado, sin embargo, piensa que solo quiero que te deje en paz de una vez.
Esperó una vez más y como aún se mantenía callada insistió.
—Amor, por favor dime algo, Salomé —llamó.
—Mmmm —escuchó decir, y un leve ronquido salió de sus labios.
Allí se dio cuenta de que no había escuchado.
—Si lo está, y me imagino que con ese ya deberías dejarla en paz.
“¿Acaso crees que por eso voy a dejar de amarla? ¡Te equivocas! Yo puedo criar a ese niño como si fuera mío, ¿No es eso lo que has hecho con Cristal? ¿Piensas que no soy capaz de cuidar al hijo de otro hombre? ¿Crees qué solo tú puedes y que eres mejor a mí?”
—¿En serio me lo preguntas? El hombre que las echó a pesar de que habías criado dos años a la niña —aunque su tono era calmado, se podía sentir la tensión.
“¡Fui un desgraciado! Debí escucharla ¡Maldita sea yo! Por haber perdido a la mujer de mi vida… ella es una buena mujer Conrado, y tú aprovechaste mi error y me lo quitaste todo ¡Me dejaste sin nada! No tengo a la mujer que amo, ni a la hija que estaba criando, ni a la de sangre, porque todas te aman a ti… quizás no valga la pena seguir viviendo”.
—¿Qué quieres decir? —interrogó.
“Yo me entiendo”, dijo y cortó la llamada.
—¡Idiota Joaquín! —exclamó porque tenía una leve sospecha.
—¿Mi papá? —preguntó la niña.
—Sí, vamos a buscarlo.
Corrió al garaje, subió a la niña en el auto y arrancó, sabía dónde vivía, condujo a toda velocidad.
Llegó y no vio a nadie, descendió del coche y tomó a Fabiana en brazos, caminó hacia la casa de Joaquín.
Mientras caminaba, la cabeza de Conrado le daba vueltas intentando descifrar lo que Joaquín había querido decir. ¿Se estaba refiriendo a quitarse la vida? ¿Había sido solo una amenaza o realmente estaba en peligro? Con esas preguntas y más en su cabeza, Conrado llegó a la puerta de la casa.
No había nadie en la sala, pero podía ver una luz encendida en el segundo piso. Con mucho cuidado, subió las escaleras, intentando no hacer ruido. Al llegar al segundo piso, vio la puerta entreabierta de una habitación y descubrió una escena que lo hizo temblar.
—¡Oh por Dios! ¡Esto no puede ser!
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