Conrado salió de su oficina directo a la casa, no quería dejar mucho tiempo a Salomé y a las niñas sin su presencia, menos ahora que sus sospechas se hacían más sólidas al darse cuenta de que Imelda no era la madre de Laura y después de lo averiguado, la creía capaz de todo.
Llegó a la casa, y comenzó a buscarlas por todas partes, hasta que al preguntarle a una de las señoras de servicio, le dijo que estaba en uno de los dormitorios del segundo piso.
Conrado subió con premura las escaleras de dos en dos, fue abriendo las puertas una a una hasta encontrarla en una de las habitaciones.
Abrió los ojos sorprendido al darse cuenta de que había sido habilitado como un cuarto de juego.
—Hola ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¿Quién armó todo esto? —inquirió y enseguida su hermana que estaba en el suelo se levantó sonriente.
—¿Verdad que está bello? —Joaquín asintió y ella continuó—. Siempre y cuando no te enojes te lo diremos —señaló y Conrado la observó con sospecha.
—Si crees que me voy a molestar con la respuesta es porque es así ¿Quién vino a ayudarlas? —preguntó.
—A mí no me preguntes, yo salí con tu madre, y acabo de llegar, y todo eso estaba aquí, así que eso no tiene nada que ver conmigo, pregúntale a tu hermana —aclaró Salomé.
Cuando dijo así, Conrado dirigió la vista a esta.
—Muy mal hecho Cristal no debiste permitirle la entrada a Joaquín a esta casa… —comenzó a protestar y su hermana lo detuvo.
—¡Ah no Joaquín! Él se presentó con esto para las niñas y no pude negarme, es tan tierno… —dijo con un suspiro.
—¿Quién es tierno? —inquirió con una expresión de molestia en el rostro y Cristal palideció y comenzó a tartamudear.
—Me refiero al gesto que tuvo, son sus hijas después de todo, no puedes negarte a que tenga un detalle con ellas, y las niñas están encantadas con él, las dos no dejan de abrazarlo y besarlo, se ven felices de tenerlo con ellas.
Conrado frunció el ceño molesto, mientras apretaba los dientes con fuerza, como si las niñas supieran lo que estaba pasando, corrieron hacia él y lo agarraron cada uno de la pernera del pantalón.
—¡Papá! —dijeron las dos al unísono.
Pero él no estaba dispuesto a dejárselos pasar.
Conrado se agachó a la altura de las niñas y las miró fijamente a los ojos,
—Ahora si me llaman papá, son un par de traidoras, ¿Estaban besando a ese Joaquín lo quieren a él más que a mí?
Les preguntó a las pequeñas de dos años, quienes se hacían las que no sabían de qué estaba hablando, mientras Salomé no podía contener la risa al ver lo celoso que estaba Conrado y Cristal negaba con la cabeza con incredulidad, molesto por lo infantil que estaba siendo su hermano.
—Bueno, como no quieren responderme, entonces, yo las cambiaré a ustedes —dijo creído tratando de poner celoso a las niñas, y lo logró porque ellas lo miraban con preocupación—, Salomé está embarazada, y me va a dar un bebé para mí y será mi consentido y ustedes vayan con su papá Joaquín.
Las niñas abrieron los ojos, sorprendidas ante aquella amenaza, se agarraron fuerte a las piernas de Conrado y empezaron a llorar desconsoladamente.
Él se sintió mal por haberlas hecho llorar, pero no podía evitar sentirse celoso de la atención que le estaban dando a Joaquín.
—No papi —dijo fabiana.
—¡No! —gritó Grecia al mismo tiempo.
De repente, la puerta del cuarto de baño se abrió y entró Joaquín con una sonrisa en el rostro. Conrado se incorporó y lo miró con molestia.
—¿Qué haces aquí? No esperaba verte en mi casa Joaquín. —habló Conrado con voz fría, mientras alzaba a sus niñas, quienes se recostaban cada uno de su hombro.
—Vine a estar con las niñas, Conrado. ¿Viste el cuarto de juegos que le hice y ellas lo están disfrutando? ¿Te molesta? —respondió Joaquín con una sonrisa serena, pero por dentro estaba feliz de que su presencia allí siguiera incomodando a su rival.
—Yo te diré la verdad de lo que pasó… —comenzó a decir Joaquín, hizo una pausa para asustar al hombre y todas las miradas se posaron en él, incluso la de Conrado, quien solo sonrió y no se dejó intimidar.
—Adelante Joaquín dile —dijo Conrado desafiante.
—Conrado… fue a mi casa y detuvo una locura… —hizo una pausa mirando al hombre—, me dijo lo que había hecho mi madre de amenazarlos con demandarlo por Grecia, les aseguro que no tienen nada que temer —respondió Joaquín, mintiendo en el motivo de la visita de Conrado tratando de sonar tranquilo.
Salomé se acercó a Conrado y le puso la mano en el brazo de manera cariñosa.
—No te hubieras preocupado mi amor, no les temo a las amenazas de la vieja bruja de la madre de Joaquín —este abrió los ojos de par en par sintiéndose ofendido—. No lo vayas a negar, sabes que ella es así, no tienes idea de lo feliz que soy, de que ya no tenga que verle su acordeonada cara.
Conrado, aunque sintió un alivio inmenso al escuchar las palabras de Salomé, también se sentía culpable, porque ya era un par de mentiras que le había dicho, pese a ello apreciaba el apoyo de su esposa y su determinación para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
—Tienes razón, amor. No deberíamos permitir que esa mujer, ni nadie, nos perturbe más. Estamos construyendo nuestra familia y no dejaremos que nadie nos separe —afirmó Conrado, con una clara advertencia para Joaquín.
Mientras tanto, Joaquín los observaba en silencio, sintiéndose fuera de lugar en ese momento íntimo entre la pareja, sin dejar de preguntarse ¿Cómo haría para conquistar a Salomé, cuando era evidente que ya no lo amaba, sino a Conrado?
—Lo siento, creo que interrumpí algo importante, denme a las niñas y así les damos espacio a ustedes como pareja —y aunque sus palabras no estaban mal, había un rastro de amargura en su voz.
Cristal tomó a Fabiana y Joaquín a Grecia, los cuatro salieron, la chica se dio cuenta de que el hombre se veía incómodo y no hablaba, por eso no perdió oportunidad de decirle lo que pensaba.
—Un hombre maduro e inteligente, debe darse cuenta de la verdad por muy dolorosa que sea, debe aprender a poner un alto. Salomé no te ama, ahora ama a mi hermano —señaló con firmeza—. Tal vez lo que debes hacer es aprender a dejarla ir, y esperar las nuevas oportunidades que la vida te da, quizás un nuevo amor esté más cerca de lo que imaginas.
Ni siquiera se dio cuenta del significado de las palabras de la joven, solo respondió con un tono de resignación.
—Yo no creo que me llegue a enamorar ni mucho menos amar a una mujer… porque sencillamente cuando se ha tenido la mejor, no te conformas con cualquiera —pronunció, mientras el rostro de Cristal palidecía ante sus palabras, al mismo tiempo que sentía como si le estuvieran enterrando un puñal en el centro de su pecho, partiéndole el corazón.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS