Después de unos minutos, Salomé se apartó de Conrado con un suspiro.
—¡Sabes que eres un tonto! No tienes nada que temer, porque mi corazón es solo tuyo, solo estaba bromeando —le aseguró con una sonrisa tranquilizadora.
Conrado la miró con intensidad antes de asentir, todavía un poco preocupado por lo que había pasado. Salomé parecía estar tranquila segura de sí misma, pero él no podía evitar sentir un poco de celos por Joaquín. Había sido su ex y dicen que donde hubo fuego cenizas quedan, por eso no podía negar que se sentía amenazado por su presencia.
—Siento alivio por eso, porque no me gusta la idea de compartirte con nadie… ni siquiera porque le he tomado aprecio al idiota de Joaquín —repitió y ella frunció el ceño.
—¿Por eso me pediste que no jugara con él? —interrogó con curiosidad.
—Espero que no te molestes conmigo cuando te lo diga, no lo había hecho porque no querías que te sintieras culpable —comenzó a decir y ella se veía ansiosa.
—Habla de una vez que me tienes a la expectativa y te juro que no me gusta sentirme de esa manera —expresó sin ocultar su ansiedad.
—Salomé, el día que salí de la casa que dije que había ido a hablar con él sobre los insultos de su madre, la verdad es que Fabiana estaba inquieta, me levanté a pasearla y recibí una llamada de Joaquín, allí me dejaba sobreentendido que se quitaría su vida, tuve un presentimiento y como ya lo había mandado a investigar y sabía la dirección pasé por su casa y entré, cuando llegué a su despacho justo tumbó el banco y se estaba ahorcando, si no hubiese llegado a tiempo se habría matado… por eso si esto se trata de solo un juego o darnos una lección, dámela solo a mí y déjalo a él fuera de esto, por favor.
Salomé se sorprendió ante la información que le estaba dando, sin embargo, no dijo nada, se levantó furiosa para enfrentar a Joaquín, en el mismo momento en que el hombre estaba embelesado observando a Cristal con una sonrisa en el rostro, pero su ensoñación se ahuyentó cuando sintió el fuerte golpe en el brazo de la mano de Salomé.
—¡Idiota! ¿Cómo pudiste? ¿En qué estabas pensando? —inquirió molesta.
Cristal la miraba sin entender, mientras que Joaquín posaba su mirada en el rostro de Conrado.
—No debiste decirle nada.
—¡Eres un irresponsable! ¿Por qué lo ibas a hacer? ¿Acaso estás loco? —lo enfrentó molesta.
—Lo siento, pero es que perderte a ti y a nuestra hija ha sido lo más difícil que me ha tocado vivir, todos los días le suplicaba al cielo… que me diera una prueba de que tú no podías ser capaz de serme infiel y cuando por fin pasó… ya no eras mía, me habías olvidado y otro hombre ocupaba mi lugar. No tienes idea lo doloroso que ha sido… verte ser amada y sonreírle a otro hombre, ha sido mi muerte en vida… y no quería sentir más ese dolor… porque sabes al perderte a ti lo perdí todo, y creo que jamás podré recuperarme de eso —señaló con tristeza.
—El día que me echaste, yo tenía doble dolor, por tu desconfianza, y porque despreciaste a Fabiana, que ella era inocente de todo, si me mantuve en pie fue por ella, pensé que el amor no sería para mí, y luego apareció Conrado y aunque nuestros inicios fueron muy accidentados, poco a poco me fui enamorando de él, de sus atenciones, sus sonrisas, de la forma como trató a Fabiana a pesar de no ser su hija, a Grecia… la vida me estaba reservando el hombre perfecto para mi… y te aseguro que a ti también te está reservando a la mujer perfecta… solo que esta vez debes actuar con inteligencia y no dejarla ir… quien sabe a lo mejor puede estar más cerca de lo que crees… y mientras debes prometerme que no lo intentarás otra vez.
—Te lo prometo, Conrado me hizo ver que tenía dos poderosas razones para seguir viviendo Grecia y Fabiana. Es un buen tipo… por eso quería decirte que no quiero participar de tu reto… no porque no te ame, el cielo sabe cuán inmenso es mi amor por ti, sino porque sé que lo amas, y él te ama a ti, son una pareja perfecta ¡Sé feliz Salomé! Eres una mujer extraordinaria… y mereces un hombre que te valore, que confíe en ti cualesquiera que sean las circunstancias ¿Me permites abrazarte?
Salomé asintió, y él la abrazó de manera emotiva, cuando se separó le dio la mano a Conrado.
—Gracias hermano, por haberme salvado la vida, nunca tendré cómo agradecerte ¡Cuida a Salomé! Es la mejor de todas, te quedas con mi corazón… Debo irme, luego vengo.
Dicho eso salió de allí, no se despidió ni de las niñas, ni de Cristal.
La pareja se quedó viéndolo marchar, mientras veían a Cristal salir corriendo del comedor y subir las escaleras dejando a las pequeñas en las sillas, apenas se fue, Conrado, le reclamó a Salomé.
—¡Te lo prohíbo! —exclamó serio y Salomé lo vio con irritación.
—¿Perdón? ¿Qué me prohíbes? Creo que te equivocaste de persona Conrado, porque esas maneras trogloditas no van conmigo —se defendió ella.
—Creo que tengo derecho de hacerlo, te vi observando a Joaquín y a Cristal, y aunque primero creí que eran celos tuyos, cuando ocurrió lo de hace un momento supe la verdad —Salomé abrió los ojos, sintiéndose preocupada por haber sido descubierta.
—No sé de qué hablas —trató de evadir su acusación.
—Quieres endosarle un hombre mucho mayor, que está colado hasta los huesos por otra mujer, con altos problemas emocionales y una vieja bruja de madre a mi hermana, con esos antecedentes, por favor ¡No la quieras tanto! No lo voy a permitir, esa es una pésima idea Salomé ¡Mi hermana no! —dijo indignado.
—¡Salomé escúchame!
—No quiero escucharte, ni hablarte, si no confías en mí podemos dejar esto hasta aquí —pronunció indignada.
Conrado la siguió hasta su habitación, sabiendo que había cometido un error al dejar que sus celos y proteccionismo hacia su hermana nublaran su juicio. Pero no estaba dispuesto a dejar que esa actitud arruinara su relación con Salomé.
—Perdóname Salomé, fui un idiota. No debería haber dicho ese, pero es que me molesta que siempre lo defiendas, y por supuesto que yo confío en ti. No volverá a pasar, te lo prometo.
Salomé lo miró con desconfianza.
—No voy a perdonarte fácilmente Conrado.
Entró a la habitación y le cerró la puerta dejándolo afuera.
Conrado se quedó en la puerta de la habitación, con la mirada fija en la puerta cerrada. Sabía que se había equivocado y que había lastimado a Salomé con sus comentarios y su actitud posesiva. No podía evitar la preocupación por su hermana, solo que no podía permitir que eso afectara su relación con la mujer que amaba.
Después de varios minutos de estar parado en el pasillo, decidió que necesitaba hacer algo para arreglar las cosas con Salomé, quizás no sería mala idea darle la sorpresa que había planificado.
Por su parte, Ninibeth e Imelda habían escuchado la discusión y una idea se le ocurrió a la última.
—Necesitamos hacer algo, para lograr separar a Salomé y a Conrado y creo que ya sé cómo hacerlo —dijo la mujer con malicia.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS