EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 48

Conrado se quedó de pie, en silencio, mientras miraba la escena frente a él, sus ojos se llenaron de lágrimas, su corazón roto no podía soportar lo que acababa de ver, no pensaba, solo sentía un profundo dolor que lo laceraba por dentro.

Conrado sintió una mezcla de ira, dolor y traición que amenazaba con desbordarse. Sin decir una palabra, se dio la vuelta para salir de la habitación, justo en ese momento llegó Cristal y vio a su hermano llorando.

—¿Qué pasa? —preguntó asustada.

—Será mejor que lo veas por ti misma… Y por favor, sácalos de aquí antes que cometa una locura… pero no la dejes sola.

Salió de allí, bajó las escaleras tambaleándose, con lágrimas desbordándose de sus ojos. Cada paso era un doloroso recordatorio de la traición que acababa de presenciar, salió de la casa sin mirar atrás.

Entretanto, Cristal entró a la habitación, cuando los vio, abrió los ojos de par en par, aún tenían alguna ropa, pero ellos se estaban conteniendo, se acercó a Joaquín y comenzó a golpearlo con furia.

Extendió su vista a Salomé, pero frunció el ceño al ver sus pupilas dilatadas, y un par de lágrimas escapando de sus ojos, se dio cuenta de que algo malo estaba pasando, porque se veía demasiado roja, la tocó y ardía en fiebre, segundos después comenzó a convulsionar y una espuma comenzó a salir de su boca.

Se puso nerviosa, salió corriendo y se paró en la puerta a llamarlo.

—¡Conrado! ¡Conrado! ¡Corre! ¡Les hicieron algo! Están hirviendo, necesito tu ayuda —gritó la jovencita desesperada.

Pero Conrado no aparecía, caminó de nuevo a la habitación, abofeteó a Joaquín.

—Escúchame bien idiota, debes contenerte ¡Los drogaron! —las palabras de la chica penetraron en la mente de Joaquín, pero el contacto de su mano en su piel le hizo arder más y despertar una nueva ráfaga de calor y deseo, como ella pudo, lo llevó al cuarto de baño y lo encerró allí.

Corrió donde estaba Salomé, marcó al 911, y después llamó a su hermano a su celular, este le atendió.

—Mueve tu maldit0 trasero, porque lo que hacían no era consciente, los drogaron y Salomé hirviendo y convulsionando… se ve mal —dijo la chica sollozando.

Cuando Conrado escuchó sus palabras, el miedo penetró en su cuerpo, se regresó a todo lo que daba la velocidad de su auto, pensando en lo que acababa de suceder.

Llegó a la casa en cuestión de un par de minutos, entrando a la habitación donde se encontraba Salomé.

Los ojos de Salomé se blanqueaban y su cuerpo se estremecía.

Sin pensarlo un segundo más, Conrado la envolvió en una sábana y la levantó, saliendo con ella entre los brazos, sin dejarse de preguntar que droga le habían dado, sin embargo, no tuvo dudas de quienes eran.

Ahora que sabía que ella no lo había engañado, sus pensamientos se habían despejado.

—¡Esas perras me las van a pagar! Llama a una ambulancia —le ordenó a Cristal.

—Ya la llamé.

—¡Necesito que recojas las cosas en la mesa! Los vasos, los envases donde estaba la comida, todo, pero hazlo con guantes.

La jovencita corrió detrás de su hermano, justo en ese momento la sirena de la ambulancia se escuchó, al llegar abajo el personal médico ya estaba allí, comenzaron a revisar a Salomé, y cuando la subieron, Conrado se montó detrás de ellos.

—Ella está… embarazada —balbuceó apenas con un hilo de voz y uno de los paramédicos asintió.

Mientras la ambulancia corría por las calles de la ciudad, con sus estrepitosas sirenas llenando el aire. Conrado no podía dejar de preocuparse, se llevaba las manos a la cabeza, halándose el cabello con fuerza, su mente estaba llena de preocupación y un nuevo sentimiento de protección hacia ellos.

Estaba destrozado, no podía soportar ver a la mujer que amaba en ese estado, su corazón se desgarró en pedazos con cada convulsión o quejido que ella sufría, la idea de que le ocurriera algo a ella o a su hijo nonato, lo enloquecía y lo sumía en un estado de extrema desesperación.

Le parecía que estaba en una pesadilla, aunque había sospechado de qué Imelda y Ninibeth algo tramaban, sin embargo, jamás se imaginó que luego de su primer intento y de que ellas sabían sobre su sospecha, intentaran volverle a hacer daño a Salomé.

Dentro de la ambulancia, el equipo médico trabajó rápida y eficazmente para estabilizar a Salomé.

Conrado no podía contener su angustia, observaba con una mezcla de ansiedad y esperanza, sintiendo cómo su corazón estaba a punto del colapso, por sus latidos acelerados.

Cuando la ambulancia llegó al hospital, llevaron a Salomé rápidamente a urgencias. Conrado aguardó en la sala de espera, al mismo tiempo que el personal del hospital se puso inmediatamente en acción, rodeando a Salomé con una oleada de actividad.

Él se sintió impotente, incapaz de hacer nada, excepto esperar y rezar porque Salomé y su hijo tuvieran a salvos.

Joaquín vio los ojos color chocolate, bañados, en lágrimas y mirándolo con angustia y por un segundo, una parte de él deseó detenerse, pero ya no tenía ni un poco de control producto de la droga, no sentía nada, salvo el deseo, la necesidad de tenerla y disfrutarla.

Él se inclinó y la besó, deslizó su lengua caliente entre sus labios y empezó a moverse dentro de ella, como una bestia en celo.

Cristal sintió como si estuviera muriendo en una agonía lenta, pero a la vez se sentía como si estuviera siendo empujada a un mundo totalmente nuevo, y salvaje.

La droga dominaba cada parte de Joaquín, y la sensación de placer se hizo cada vez más fuerte, como un dulce piquete, con cada una de sus embestidas se iba agrandando, acelerando y creciendo, debido a que él se empujaba hacia dentro de ella cada vez más rápido.

Cristal cerró los ojos, cuando comenzó a sentir una extraña dicha que casi la hizo olvidarse del dolor que él le había provocado. Poco a poco fue olvidando todo lo que había ocurrido y solo quedó su mismo deseo, todo lo demás desapareció, por el momento.

Joaquín se movía con una fuerza, una intensidad y una presteza, que se asemejaban a un animal en una rápida carrera por la vida, la droga incitaba su libido, una y otra vez.

El hombre se agarró a sus caderas mientras bombeaba con fuerza, y ella sintió cómo el placer la inundaba, la hizo gritar de placer, un dulce calor se acumuló en sus entrañas, una quemazón, una caliente sensación que ella ni siquiera se imaginó, comenzó a temblar.

La respiración de ambos se hizo más pesada, él la tomó por los hombros y la consideró con más fuerza en cada embestida, como si quisiera penetrarla a través de su cuerpo, de su alma; Cristal sintió como si acabara de entrar en un mundo desconocido, de sentir, de pensar, de vivir, algo nuevo e irresistible.

El ardor se hizo más fuerte, más intenso, como una tormenta de llamas, que comenzó a devorarla por dentro, provocándole una sensación de placer.

Joaquín movió su cuerpo frenético, como si él estuviera poseído por una fuerza invencible, sin compasión y sin ningún tipo de control. Cristal cerró los ojos para sentirlo aún más, sentir el placer que le hacía casi creerse que era real, el pecaminoso placer, ese que jamás había sentido.

Por un breve instante, mientras su cuerpo se arqueaba en esa dirección, ella olvidó la forma en que eso empezó, una sola vez quiso ser feliz, realmente feliz con el hombre de quien se había enamorado.

El placer se hizo intolerable, abrumador, como si el dolor y la dicha se mezclaran en una misma sensación.

Él la agarró con más fuerza, ella sintió un dulce calor que la invadió por dentro, una corriente eléctrica que se extendió por todo su cuerpo, hasta que, por fin, ella explotó. Y Segundos después él percibió esa sensación de estallido que lo llevó también a su liberación, sin embargo, las palabras pronunciadas un momento después, devolvieron a Cristal a la realidad.

—Espero que haya cumplido las expectativas de lo que buscabas… después de todo por eso me drogaste —enfatizó, ella lo miró con dolor y no dijo nada.

Se levantó de encima de él, recogió su ropa y salió de allí mientras su rostro se bañaba de lágrimas.

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