Ella salió de allí sin poder creer lo que había hecho, no podía dejar de llorar, porque ahora Joaquín la estaba odiando y esa experiencia había sido la peor en su vida.
—¡Estoy completamente enferma! ¡Qué he hecho, qué he hecho! ¡Esto debe ser una pesadilla! ¡No puede ser verdad!
Cerró los ojos y maldijo el momento en que confío en esas arpías, pero su única intención había sido conquistar a Joaquín, nunca pensó que todo eso se le saldría de las manos, los recuerdos de lo sucedido llegaron a su mente.
Horas antes
Cristal había estado observando a Joaquín desde la terraza de la casa y se acercó Ninibeth.
—¿Te gusta? —le preguntó la mujer y el rostro de la chica palideció.
—No sé de qué hablas… además, tú y yo no hemos sido confidente nunca, de hecho jamás me has tratado bien —protestó ella.
—Es que fuiste una adolescente entrometida, no fue fácil lidiar contigo.
—Por lo menos fue de adolescente, pero en tu caso dejaste esa etapa y sigues siendo entrometida —pronunció e hizo amago de alejarse, cuando caminaba apareció Imelda.
—Nosotras no somos tus enemigas Cristal, tal vez podamos ser tus aliadas… somos mujeres y no nos puedes ocultar cuando un hombre te gusta… podemos darte consejos para conquistarle, después de todo no tienes a quién decirle, porque no creo que Salomé acepte aconsejarte, después de todo se trata de su ex, recuerda el dicho que dice donde hubo fuego cenizas quedan, uno no sabe si aún hay algo por allí que sienta tu cuñada por él.
—Mi cuñada no siente nada por Joaquín, porque ama a Conrado y eso es evidente —expresó con firmeza.
—Pero Joaquín sigue enganchado con ella, por eso nunca podrás fijar los ojos en ti, quizás debas hacer algo drástico para enamorarlo, a veces los hombres solo necesitan un leve empujoncito para que se den cuenta de su destino.
—¿Qué quieres decir? —inquirió con curiosidad.
Imelda intercambió una mirada suspicaz con Ninibeth, mientras sonreía de manera astuta y se miraban con complicidad antes de revelar su plan.
—Debes seducirlo, de una forma u otra. Tienes que hacer que se fije en ti, que te desee, que no pueda resistirse a tus encantos. Y si necesitas ayuda, nosotras estamos aquí para guiarte, para enseñarte todo lo que necesitas saber.
Cristal se mordió el labio inferior, dudando si debía seguir sus consejos o no. Pero por dentro, algo la impulsaba a intentarlo, a tomar el riesgo y lanzarse a la conquista de Joaquín. A fin de cuentas, ¿qué tenía que perder?
—¿Qué podría hacer? —interrogó sin poder dejar de sentirse nerviosa.
—Existen algunos estimulantes que te pueden ayudar —comenzó a decir Imelda.
—¿Eso no es drogarlo? Eso creo que no está bien —protestó la chica queriéndose alejar.
—No lo es, se trata de una ayuda extra, además, tú lo vas a seducir, puedes citarlo aquí mismo en la casa, se lo colocas en un jugo, le das un vaso, esperas unos diez minutos, va a comenzar a excitarse, pero media hora o cuarenta minutos después no podrá resistirse. Es tu oportunidad, nosotras solo te estamos aconsejando. La decisión es tuya.
Cristal lo pensó varios segundos, y aunque le parecía que no era correcto, no había nada que deseara más que Joaquín se fijara en ella, y termino cediendo.
—Acepto ¿Qué debo hacer y cómo lo hago?
Las mujeres sonrieron alegres.
—Primero lo llamas, y le pides que vengas a la casa.
—Es que tengo una salida con mis amigas.
—Entonces antes de llegar a la casa le envías el mensaje, pidiéndole venir, y dejas de una vez preparado el jugo y le agregas el contenido de este frasco —dijo Imelda, vio la duda en ella y agregó—, no es droga, es un estimulante inofensivo.
—Y si alguien más lo toma —susurró preocupada.
—Haz que todos salgan de la casa y así no hay riesgo.
Se levantó de allí y decidió irse al hospital, quería estar con su hermano y con Salomé, en ese momento, solo pedía que eso no tuviera un terrible desenlace.
*****
Mientras tanto en el hospital, Conrado caminaba de un lado a otro nervioso, el tiempo le parecía que transcurría lentamente, cada minuto lleno de incertidumbre y aprensión. Estaba consumido por los acontecimientos. No podía deshacerse de la rabia y la traición que sentía hacia los responsables de drogar a Salomé y Joaquín. Pagarían caro el daño que habían causado.
Finalmente, un médico salió de urgencias con expresión cansada. Conrado corrió hacia él, con el corazón, latiéndole con fuerza en los oídos.
—¿Cómo está? ¿Se va a poner bien?" —suplicó, con la voz temblorosa por la preocupación.
El médico miró a Conrado con una mezcla de compasión y distanciamiento profesional.
—Lo siento, hemos conseguido controlas las convulsiones… ella está estable, pero el embrión ha muerto y necesitamos hacerle un legrado para extraerlo. Aunque hicimos todo lo posible, el embrión no pudo sobrevivir —explicó con sinceridad.
Conrado se quedó petrificado, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras absorbía la devastadora noticia. Su mente se nubló y sintió como si el mundo se derrumbara a su alrededor. Sintió que el aire le faltaba, debió respirar profundo para poder reactivar su función respiratoria.
El sueño convertirse en padre de un pequeño junto a Salomé, de ver crecer a su hijo, se había desvanecido en un instante.
—No... no puede ser... —murmuró Conrado, su voz entrecortada por la angustia. —Esas mujeres me lo van a pagar, van a refundirse en la cárcel —pronunció sintiendo un profundo dolor en su pecho.
Apretó los puños con fuerza, sintiendo una mezcla de ira y dolor. Se sentía impotente, había fallado en proteger a Salomé y a su hijo. La culpabilidad lo invadió, y se preguntó si había algo que él podría haber hecho para evitar esta tragedia.
En ese momento llegó Joaquín y escuchó lo que había ocurrido, sintió una mezcla de tristeza y de rabia en su interior, apretó los puños con fuerza y soltó la verdad.
—Siento esa noticia Conrado… pero debes saber que la responsable de drogarnos fue Cristal, ella debió colocar algo en el jugo, porque eso fue lo que me ofreció Salomé… ella es la responsable de la muerte de su hijo —declaró con firmeza Joaquín.
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