EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 7

Salomé se quedó atónita, con los billetes esparcidos por el suelo. La furia y el desprecio en los ojos del hombre eran evidentes. No podía creer lo que estaba pasando. Había ido a ese lugar, a ver si solucionaba su situación económica porque necesitaba un lugar a donde ir, nunca se imaginó que se encontraría con semejante situación.

Ella sintió la furia recorrer su cuerpo, se agitó en su interior como si se tratara de lava ardiente. No podía creer que aquel hombre la estuviera insultando de esa manera. Tomó los billetes que habían caído al suelo y los arrojó de vuelta a su cara con todas sus fuerzas, los guardias de seguridad la observaron sorprendidos.

“Esta mujer está firmando su sentencia de muerte”, pensó Melquíades.

“La pobre no quiere morir de manera natural”, dijo otro en su interior.

—Si necesito dinero, pero no me interesa tu dinero, y mucho menos lo que pienses de mí. No tengo nada que ver contigo o con tu hija. Lo siento por ella, pero mi sangre no está en venta para ti. ¿Entendiste? —dijo Salomé con voz firme.

—¡No me importa lo que quieras! Lo único que me interesa es que mi hija tenga la sangre que necesita para sobrevivir. ¿Crees que puedes jugar con su vida solo por dinero? ¡Mi hija está muriendo y tú quieres dinero! ¡Eres un ser despreciable! —espetó el hombre con su voz llena de furia y esos ojos que hicieron que Salomé se estremeciera de miedo.

Salomé sintió un nudo en la garganta, vio el odio del hombre, ella no era una persona despreciable, tampoco quería poner en peligro la vida de nadie. Pero ese hombre le provocaba mucha cólera, era válido que ella estuviera buscando resolver sus problemas, y necesitaba proteger a su hija, pero ahora se encontraba atrapada en medio de una situación que no comprendía del todo.

—Señor, entienda por favor, No sabía que su hija estaba en peligro de vida. Yo solo...

—¡No quiero escuchar tus excusas! Lo único que quiero es que vengas conmigo y dones la sangre que mi hija necesita. Si te niegas, no sabes de lo que soy capaz —el hombre la sujetó con fuerza del brazo y la arrastró hacia la puerta del banco de sangre.

Salomé se resistió, tratando de soltarse de su agarre. Sabía que no podía dejarse llevar por la fuerza, pero se sentía intimidada y asustada por la actitud violenta del hombre. Miró a su alrededor en busca de ayuda, pero no vio a nadie dispuesto a ayudarla, todo lo contrario, las miradas que le daban eran de desprecio, como si todos opinaran igual al hombre frente a ella.

En ese momento, la puerta del banco de sangre se abrió, salió la enfermera y Conrado le dio la orden.

—¡Sáquele la sangre que necesita mi hija! ¡Ahora! —espetó con furia.

En ese momento entró el médico que atendía a la pequeña Grecia y los miró con sorpresa.

—¿Qué es esto? ¡¿Qué está sucediendo aquí?! —exclamó el médico, sorprendido ante la reacción del señor Abad.

El hombre soltó a Salomé con desprecio, como si su solo tacto le asqueara.

—¡Mi hija necesita su sangre y está pesetera se niega a donarla! —gritó, mirando de manera acusadora a Salomé.

El médico posó su mirada en Salomé, vio que sus manos temblaban, se veía nerviosa y angustiada.

—Señor Abad, entiendo que esté desesperado por la salud de su hija, pero no podemos obligar a nadie a donar sangre en contra de su voluntad. Hay protocolos que debemos seguir. Por favor, calmémonos y busquemos una solución razonable.

Salomé respiró aliviada al ver que el médico la estaba defendiendo. Miró a Conrado con desprecio, no podía creer que alguien pudiera ser tan desalmado. Pero, a pesar de su rabia, sabía que no tenía ninguna opción. Ella necesitaba el dinero y, si donar sangre era la única forma de conseguirlo para garantizar un lugar donde vivir con su hija, entonces tendría que hacerlo.

—Está bien, donaré la sangre —dijo Salomé a regañadientes—, pero lo haré a cambio de dinero… lo necesito y… —antes de que ella pudiera decir algo, él la interrumpió.

—No me interesa para que lo necesites —le hizo un gesto con la cabeza al guardaespaldas que había recogido el dinero, y este le entregó el dinero a Salomé.

Enseguida ella comenzó a contarlo, y se sorprendió la cantidad de dinero que había allí, podía pagar un apartamento tipo estudio como por diez meses, dijo para sí misma, sin poder evitar sonreír de lo feliz que le hacía la idea de tener un techo para su hija, pero esa actitud fue malinterpretada por el hombre, quien la miró con desdén.

“Si no necesitara la sangre para mi hija la mandaría a sacar de este hospital, es una persona repugnante”, pensó Conrado, había tenido la oportunidad de encontrarse con gente interesada, pero esa mujer era la peor de todas, porque aun sabiendo que de su intervención dependía la vida de una niña, no simulaba.

—¿Va a donar la sangre? —preguntó el médico y ella asintió.

—Si doctor, dígame que debo hacer.

El médico la llevó a una habitación contigua, donde le preguntó por su historial médico, pidió sus datos y le hizo algunas pruebas para asegurarse de que era apta para donar. Salomé se sentía débil, pero sabía que tenía que hacerlo.

Cuando terminaron las pruebas, la llevaron a una camilla y le comenzaron a sacar la sangre.

El hombre frunció el ceño.

—¿Qué es esto doctor? —interrogó sin entender.

—La joven le regresó el dinero, le dejó dicho que lo sentía mucho, ella vino a donar sangre a cambio de una remuneración, porque no tiene dónde dormir, y también tiene una niña, pero al parecer, cuando me preguntó sobre su hija, y le conté, se sintió conmovida.

Conrado tomó el dinero, sin poder ocultar su desconcierto “¿Entonces no es ninguna pesetera? ¿Y si no tiene dónde dormir? ¿Dónde pasará la noche?”, se preguntó internamente sin poder ocultar su preocupación por la mujer.

—Señor Conrado, no solo lo llamé para darle el dinero, sino también, para hablarle de los resultados de los análisis realizados a su hija… siento darle esta noticia, su niña tiene anemia hemolítica —dijo el doctor y Conrado lo veía sin entender.

—¿Qué significa eso? —preguntó preocupado.

—Su hija tiene una anemia que se caracteriza por la destrucción prematura o acelerada de los glóbulos rojos en la sangre. Estos son los que transportan el oxígeno desde los pulmones hacia los tejidos del cuerpo y eliminar el dióxido de carbono. En condiciones normales, los glóbulos rojos tienen una vida útil de ciento veinte días antes de ser eliminados, pero en la anemia hemolítica, los glóbulos rojos son destruidos antes de tiempo, esto origina una disminución en su número en la sangre y, por lo tanto, una disminución en la capacidad de transporte de oxígeno.

—Entonces cúrela, dele el medicamento que necesita —susurró sintiendo un profundo dolor de su corazón.

—No existe medicamentos para esto, por ahora necesitamos una nueva trasfusión de sangre, para tratar de luchar contra la anemia y estabilizar su condición. Sin embargo, debido a su tipo de sangre, sabe que es difícil encontrar a alguien compatible.

Conrado quedó paralizado ante esa noticia. Su rostro palideció y sus manos comenzaron a temblar, la opresión en su pecho lo privaba. La realidad de la situación lo golpeó como si le hubiesen dado con un mazo.

Su pequeña hija estaba enferma, necesitaba de nuevo ser trasfundida para seguir luchando por su vida.

—Busque el teléfono de esa mujer y me lo da, ella debe venir de nuevo a darle sangre a mi hija, no voy a permitir que muera —declaró con firmeza Conrado.

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