EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 8

Salomé había salido del Centro médico, luego de haber donado sangre, pero no se sentía muy bien, estaba mareada, y todo le daba vueltas, quizás era porque no había comido nada, pero no tenía tiempo para recuperarse, debía irse directo a su trabajo, porque ya iba con retraso.

Caminó con premura hasta la parada del bus, sin dejar de preocuparse porque nada le había salido como lo había planeado, tenía dos meses y medio desde que su mundo se puso de cabeza y no había podido hacer nada para enderezarlo.

Justo en el preciso momento cuando estaba esperando que pasara el transporte que la llevaría al trabajo, pasó un maleante y le jaló la cartera, ella intentó oponerse, se aferró a ella para evitar que se la arrebatara, pero el hombre era fuerte y Salomé estaba demasiado débil, terminó arrollándola, cayó de pecho en el suelo y hasta se lastimó las rodillas.

—¡Auxilio por favor! Alguien que me ayude —gritó pidiendo ayuda, pero la gente pasaba a su alrededor y nadie le prestaba atención, era como si ella fuera invisible.

Como pudo, dolorida y con el rostro bañado en lágrimas se levantó del suelo, vio con tristeza cómo el maleante se había ido quitándole todo lo que tenía, sus pocos ahorros, su celular y la había dejado sin nada, lo que significaba que no tenía ni siquiera para pagar un taxi que la llevara a su trabajo y poder llegar a tiempo.

Se limpió las lágrimas y comenzó a caminar en dirección a su trabajo, tendría que caminar varios kilómetros para poder llegar a su destino, ya sabía que iba a llegar tarde, solo esperaba que no se molestaran con ella y terminara despidiéndola porque allí no sabría qué hacer.

Mientras caminaba con pasos lentos, Salomé sintió el ardor en sus rodillas y un dolor punzante en su pecho. La caída había sido fuerte y su cuerpo lo estaba sintiendo.

Aparte de eso, sentía que el peso del mundo recaía sobre sus hombros, y cada obstáculo parecía empeñado en derribarla. El incidente con el maleante solo había sido la gota que colmó el vaso de su desdicha.

Avanzando por la calle, sintió su corazón roto, no pudo contener las lágrimas que rodaban por sus mejillas, como si un dique se hubiera roto en sus ojos. No podía creer que después de todo lo que había pasado, ahora le ocurría esto. Ya no sabía cómo seguir adelante, se sentía sola y vulnerable en un mundo que parecía estar en su contra.

Su mente divagaba entre pensamientos oscuros y la sensación de impotencia que la embargaba. ¿Por qué todo parecía conspirar en su contra? ¿Cuánto más tendría que soportar?, se decía sintiendo una profunda tristeza en su corazón, pasándose la mano por la cabeza en un gesto desesperado.

Aún le faltaba por llegar a su destino, cuando de pronto sintió un vehículo pararse junto a ella, giró la vista y se dio cuenta de que se trataba del auto de Joaquín, su exesposo. No pudo evitar que el corazón le saltara en el pecho y un susto se instaló en la boca de su estómago, no sabía por qué el hombre estaba junto a ella, aceleró el paso, pensando que así desistiría de seguirla, pero él la dejó adelantar unos segundos, y la volvió alcanzar.

Esta vez, bajó la ventanilla y la observó con una sonrisa maligna, mientras se burlaba de ella, la había visto mientras caminaba por la acera y la había reconocido, la odiaba tanto, que no quería perder oportunidad de insultarla y humillarla, como Salomé había hecho con él.

—¡Qué bajo has caído Salomé! No sé de qué me sorprendo, siempre has sido una callejera, debí saber que de ti no podía salir nada bueno, cuando tus propios padres te abandonaron y ni siquiera quisieron quedarse contigo —murmuró el hombre mirándola con desprecio.

Salomé apretó las manos a un lado de su cuerpo, y trató de caminar con más prisa, pero el dolor, le impedía tener toda la movilidad que le habría gustado tener, para librarse de los insultos de Joaquín, quien no dejaba de agredirla, sin embargo, la falta de respuesta por parte de la mujer lo irritó, por eso condujo en reversa, y volvió a dar marcha adelante, acelerando y pisando un charco de aguas negras, de un tubo roto que estaba justo a la altura por donde ella estaba pasando, bañándola de pies a cabeza.

Salomé se quedó paralizada, sintiéndose más vulnerable que nunca, humillada, mojada y asqueada por la suciedad que la cubría. Las aguas negras habían penetrado a través de sus ropas, aferrándose a su piel, gracias al actuar cruel del hombre que alguna vez había amado y que creyó que la amó.

Joaquín sonreía triunfante, sintiendo el placer de haberla lastimado aún más. Pero lo que no se esperó, fue la reacción de Salomé. La mujer se limpió el rostro con determinación y lo miró con ojos llenos de coraje.

Sintió cómo su cuerpo tembló y sus las lágrimas se detuvieron, algo en ella se encendió, eso que no había sentido en mucho tiempo. Un fuego que ardía en su interior, un coraje que le decía que no iba a permitir que Joaquín la destruyera por completo y un deseo inmenso de hacerle pagar.

Se limpió las lágrimas, sacudió su ropa empapada y se paró con la frente en alto, miró a un lado, y vio una piedra grande en la orilla, la tomó y caminó de nuevo hacia el auto.

Quería hacer que la gota que colmó el vaso de su desdicha, se convirtiera en el punto de inflexión que necesitaba para comenzar a sanar y a retomar las riendas de su destino.

Finalmente, llegó a su lugar de trabajo. Atravesó la puerta con la esperanza de pasar desapercibida, pero la mirada inquisitiva de su jefa que la esperaba la delató.

—Salomé, llegas tarde otra vez y en esa facha ¡¿Qué excusa tienes esta vez?! —dijo la jefa, con tono de desaprobación —, es la tercera vez que llegas tarde, siempre tienes un pretexto, que la niña enferma, que la reunión en la escuela ¿Ahora que vas a inventar? —espetó la mujer sin un ápice de condescendencia.

Salomé alzó la cabeza, porque no estaba dispuesta a volverla a bajar, miró a su jefa a los ojos.

—No le estoy inventando ninguna excusa ¡Mire! —exclamó mostrando sus rodillas ensangrentadas—. Me asaltaron y me quitaron todas mis pertenencias. No tengo ni siquiera mi celular, un hombre me bañó… —pero antes de terminar de explicarse, la mujer levantó la mano para que detuviera sus palabras.

—No me interesa lo que te pase, estoy harta de ti, sabes que lo mejor es que te vayas a tu casa —declaró la mujer de mal humor.

Salomé se quedó sin palabras por unos segundos ante la decisión de la mujer, sin saber qué hacer o decir. ¿Cómo podía su jefa ser tan insensible y cruel? Solo había llegado tarde por una situación que no estaba en sus manos y lo único que recibía era más rechazo y desprecio.

—¿Qué quiere decir? —preguntó aunque sabía las palabras que iban a salir de la boca de su jefa.

—Justo lo que entendiste ¡Estás despedida! —exclamó la mujer inmisericorde.

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