EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 70

Salomé le sostuvo la mirada de Graymond, sin inmutarse ante sus palabras y su presencia, sin embargo, el hombre sintió un sudor frío recorrer su espalda, ella le recordó a alguien y por un momento no pudo pronunciar palabra.

Conrado se dio cuenta de la reacción del hombre, y caminó poniéndose entre su mujer y Graymond, se acercó a él con paso firme, su rostro serio y sus ojos desafiantes.

—En verdad la invitación no te llegó porque no te invitamos, no queríamos contar con tu presencia —respondió en un tono bajo, frío y amenazante.

—Creo que no sabes con quién te estás metiendo Abad, puedo hacer tu vida miserable —tomó una rosa que estaba en la mesa y la estrujó entre sus manos, mientras las espinas se le clavaban en los dedos y él no dejaba de observar a Conrado de manera retadora.

Graymond era un hombre de mucha presencia, con un aura que emanaba autoridad, tanto como la que surgía de Conrado, y aunque tenia un poco más de cuarenta y cinco años, representaba menos edad de la que tenía.

Se acercó un poco más, y fue cuando su mirada se encontró de nuevo con la de Salomé y no pudo apartar la vista de ella.

“¡No puede ser! Es igual a ella!”, pensó mientras trataba de controlar los latidos apresurados de su corazón y se olvidaba de la pequeña disputa con Conrado.

Estaba lejos de saber que con sus amenazas no iba a amedrentar a Conrado, se equivocó, porque ante sus palabras, este sonrío mientras metía sus manos en el bolsillo en un gesto de burla.

—¿Y qué estás esperando para hacerlo? —expresó en un susurro Conrado, sin un ápice de miedo en su expresión, en un tono perceptible solo para ellos, y con clara intención de enfrentarse a golpes al hombre de ser necesario.

Sin embargo, Graymond no estaba centrado ya en sus palabras, sino en Salomé, ella escuchó las amenazas y la respuesta de Conrado, caminó hacia este y lo tomó por el brazo, buscando calmarlo, porque aunque le hubiese gustado que lo pusiera en su lugar, no era conveniente para la publicidad de la Fundación y no quería que esta resultara afectada.

—Amor, por favor cálmate, mejor no hagas un escándalo, porque eso puede afectar el evento, mejor vamos a empezar la subasta —pronunció la joven en tono suplicante.

Aunque Conrado quería seguir la discusión, como su esposa le pidió que no lo hiciera, se calmó.

Entre tanto, Graymond volvió su mirada a Salomé, y ella se dio cuenta de que algo le incomodaba en su mirada. Se preguntó si la conocía de antes, pero no recordaba haberlo visto nunca en su vida.

—Disculpa si te he incomodado, señorita —dijo Graymond, aparentemente recobrando la compostura—. No era mi intención. Es un placer conocer por fin a la mujer que ha hecho posible la existencia de la Fundación Salomé Hill.

Salomé sonrió educadamente, aunque sus palabras estaban llenas de evidente molestia.

—No puedo decir lo mismo, y lamento ser tan sincera, pero la hipocresía no es lo mío, sobre todo cuando anoche mismo usted mandó a destruir todo lo que habíamos hecho —murmuró con una expresión fría.

Sin embargo, la expresión de Graymond, fue de no saber de lo que le estaban hablando.

—Pienso que hay un error y debería conversar conmigo para aclararlo —enfatizó, el hombre, pero ella negó con la cabeza.

—Lo siento, pero no hay justificación para que usted les haya pagado a varios delincuentes, para sabotear mi Subasta —pronunció molesta Salomé, y se giró para irse, pero él le tomó por el brazo.

—¡Espere! —exclamó para detenerla.

Ella lo miró con los ojos como si fueran brasas ardiendo.

—¡Quite su mano de mis brazos! —dijo con firmeza.

—Tenga en cuenta que si no lo hace, ¡Lo haré yo! A mi mujer nadie la toca —pronunció desafiante Conrado, pese a ello Graymond no se inmutó.

—Debemos aclarar las cosas, porque no son como las están pensando ¡Yo no soy ningún rastrero! Jamás iría en contra de una actividad que es para ayudar a los más necesitados —habló con seriedad.

Salomé frunció el ceño, sin creer las palabras de Graymond. Estaba convencida de que él estaba detrás del sabotaje, sin embargo, su mirada la hizo dudar por un momento.

—Muy convincente, señor Graymond, pero no puedo perder más tiempo. Tengo una subasta que organizar.

Salomé intentó zafarse del agarre de Graymond, pero él la sujetó con más fuerza. Conrado se acercó amenazante, dispuesto a defender a su esposa.

—Suélteme, por favor —dijo Salomé, tratando de mantener la calma.

—¡Hágalo! —ordenó a la par Conrado.

Fue entonces cuando Graymond la soltó, con un gesto de disculpa en su rostro.

Ella se alejó de él con rapidez, seguida de cerca por Conrado. El hombre de presencia imponente se quedó allí, observando la figura de Salomé, alejándose, con una mezcla de frustración, curiosidad y tristeza, porque aunque eso pudiera darle igual, lo hacía sentir incómodo que ella pensara mal de él.

Se preguntó ¿A quién se le habría ocurrido la idea de sabotear la subasta de una fundación que se dedicaba a ayudar a los más necesitados? ¿Sería con la intención de culparlo a él?

No era un hombre que se involucrara emocionalmente con nadie, al menos no desde hace veinticinco años, pensó mientras un leve suspiro salía de su boca, y los recuerdos del pasado trataron de inundarlo, pero los rechazó y prestó atención a la subasta.

Al final, el precio del primer lote fue en aumento, hasta ser vendido por una suma considerable de dinero a un rico coleccionista de arte italiano.

El subastador continuó subastando el siguiente lote, una colección de esculturas renacentistas. Repasó los detalles de cada pieza con entusiasmo, como lo hizo con el primero.

Los pujadores estaban un poco irritados por la competencia y el lote se vendió por un precio aún más alto que el primero.

El tercer lote era una colección de esculturas barrocas. De nuevo, el subastador repasó cada pieza y los compradores se enzarzaron en un vertiginoso juego de pujas y el lote se vendió por un precio aún mayor que el segundo.

Con cada lote que se vendía, el público parecía cada vez más entusiasmado. Había una sensación de asombro en la sala, ya que cada nuevo lote era recibido con admiración y su precio superaba al otro.

Al final, el subastador pasó a describir el último lote del día: un grupo de esculturas conocidas como las "Madonnas de la Noche". Describió cada pieza con gran detalle, y los pujadores estaban ansiosos por tenerlas.

La puja empezó en cincuenta mil y de allí fue aumentando.

—Doscientos cincuenta mil —dijo un empresario, con una expresión triunfal, hasta que Graymond, levantó el cartel.

—Yo doy trescientos cincuenta mil dólares —dijo en voz alta al final, causando sorpresa entre los presentes.

—Trescientos cincuenta mil a la una, a la dos y a las tres, vendida al señor Graymond —señaló entre una explosión de aplausos. Ahora empezaremos, la subasta de las pinturas.

La próxima hora estuvo cargada de emoción y de buenas ofertas, hasta que llegó las últimas subastas de la noche.

—Se trata de una cena para dos, con una de estas veinticuatro hermosas damas —dijo presentándolas una a una—, pero para poner más interesante esta puja, propongo, que tanto a las señoritas que van a participar en la puja, como los caballeros que van a pujar por ellas lo harán cubriéndose el rostro con una venda, no pueden hablar cuando hagan su oferta, solo levantan el cartel y yo iré indicando el monto que se está pidiendo. ¿Aceptan el trato? —interrogó, mientras se hacía un silencio expectante en la sala.

—Yo acepto el trato —dijo Cristal, porque después de todo ella había hecho esa propuesta para que Joaquín no se sintiera incómodo cuando fuera a pujar.

—¿Alguien más? —preguntó el subastador y todos los conocidos de Joaquín entendiendo el motivo de Cristal aceptaron, sin embargo, cuando Conrado aceptó, tuvo la sensación que el resultado no le iba a gustar.

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