Kistong se quedó mirando las fotografías en silencio, tratando de procesar la información que acababa de recibir.
Graymond se sentó frente a él, con la mirada perdida en el horizonte, recordando tiempos pasados.
—Su parecido con Salomé es impresionante, lo único diferente era el color de los ojos ¿Qué pasó con ella, señor? —preguntó Kistong, con curiosidad.
Graymond suspiró, con la mirada triste.
—Me dejó por otro —pronunció con amargura.
—¿A usted lo dejaron por otro? —inquirió con escepticismo, mientras Graymond afirmaba sin titubeo, pero con una mirada angustiada—, ¡Por Dios! Si lo dejan a usted que es casi un superhombre, un superhumano, casi una divinidad, ¿Qué quedara para los simples mortales como yo? —dijo el hombre desesperanzado.
—La amaba con locura, estaba dispuesto a enfrentar a mis padres y a la humanidad entera por ella, su reputación no era buena, sin embargo, eso no me importó, lo aposté todo a ella y me traicionó —en este punto su voz se quebró—, y después de eso, quedé dañado para todas, porque no volví a confiar en otra mujer, aunque he estado con tantas que no puedo contar con mis dedos, ninguna relación ha sido seria después de Graciela Vidal.
—¿Y supo que fue de su vida? ¿Dónde se fue? —preguntó Kistong con interés.
—¿Para qué iba a buscar a una mujer que me había traicionado? Yo, nunca he dado segundas oportunidades en mi vida… soy extremo… nunca la busqué, la enterré en lo más profundo de mi ser —pronunció con una expresión nostálgica.
—Como que no la enterró muy profundo, cuando mucho le echó una tierrita, porque aún la recuerda y guarda sus fotos —dijo entre dientes Kistong y su jefe se quedó viéndolo.
—¿Dijiste algo? —interrogó posando la mirada con atención en su asistente.
—No, pero me pregunto, si no es mucha intromisión ¿La consiguió con otro? ¿Cómo fue? —como vio la seriedad en el rostro de su jefe, quiso apaciguar la situación—, lo siento si no quiere, no es necesario que me responda.
—No tengo problema en responderte —sacó unas fotos de la caja y se las lanzó en frente.
Kistong se quedó viendo, las tomó y ojeó una a una.
—¿Nunca le pidió una explicación? —interrogó.
—¿Te parece que eso necesita explicación? —respondió Graymond con una mueca de disgusto en su rostro.
—A veces es bueno pedir explicaciones, no sabe en qué circunstancias fueron tomadas esas fotografías, si ella era inocente, no lo sé, el orgullo no da respuestas, señor. Yo siendo usted hubiese investigado ¿No le causa curiosidad conocer la verdad? Puede que Salomé sea hija de Graciela e incluso cabe la posibilidad de que pueda ser su hija ¿Se imagina? —interrogó el hombre.
—Si Salomé es hija de ella, no es mi hija, porque Graciela, antes de conocerla, era una prostituta que vendía su cuerpo al mejor postor… y como se ve en esas fotos, lo siguió haciendo, creo que pasó la hora de la confidencialidad —expuso con firmeza.
—Señor y si investigamos, a lo mejor… —comenzó a decir el asistente y Graymond lo interrumpió.
—¡Ya basta Kistong! Aquí termina esta conversación, no quiero volver a escuchar sobre este tema y es mi última palabra ¡¿Entendiste?! —inquirió, pero él se quedó en silencio.
Sin embargo, el asistente no estaba dispuesto a quedarse con la duda, él necesitaba investigar lo que había ocurrido, porque luego de conocer la historia y ver que Salomé era igual a Graciela a excepción de los ojos que eran verdes como los de su jefe, la curiosidad lo mataba, por eso decidió mandar a investigar, si la muchacha no tenía ninguna relación con él, simplemente desaparecía la información que obtuviera, pero si, por el contrario, tenía algún vínculo, podía darle la noticia.
Decidido salió del radal de su jefe, tomó su teléfono y llamó al investigador.
—Necesito una investigación confidencial.
“Toda la investigación que hago para el señor Graymond Ballmer, tiene ese carácter” dijo el hombre con firmeza.
—Pero este es el doble, necesito que me investigues a una tal Graciela Vidal, nació y vivió en esta ciudad, esta información solo puede enviármela a mi correo sin copia a mi jefe, yo me encargo de entregársela a él.
“Entiendo, así será”.
Luego de eso cortó la llamada, solo esperaba que lo que acababa de hacer no le costara la cabeza, respiró profundo, aunque un poco nervioso, contando con que todo estaría bien.
En ese momento se escuchó un grito.
—¡Kistong! —exclamó su jefe y enseguida corrió hacia donde estaba.
—¡Si señor!
—Comunícame de inmediato con Salomé, ya tengo la fecha para nuestra cena, será en dos días.
De una vez el asistente cumplió la orden y una vez establecida la comunicación le pasó el teléfono.
—Salomé, buen día, espero que haya tenido un buen descanso.
“Señor Graymond vaya al grano, por favor, no estoy de buen humor, y mi día en verdad ha empezado pésimo” dijo con un suspiro.
—La llamo para decirle que fijé la cena para dentro de dos días, en el restaurante del hotel Plaza de Danoka a las ocho de la noche —hizo una pausa y agregó—, mi intención le confieso que al principio era fastidiar a su esposo, aunque también me movía el deseo de conocerla, pese a ello jamás quise causar grandes conflictos entre ustedes… anoche temía que su esposo le hubiese hecho daño de alguna manera y… —Salomé lo interrumpió.
“Por muy ofuscado que parezca, Conrado no sería capaz de hacerme daño… él prefiere alejarse para evitar la discusión, aunque a veces se le salga unas barrabasadas” expresó ella con sinceridad.
—Para que vea que no existe ninguna mala intención de mi parte, puede ir en compañía de su esposo si es su deseo, de verdad que no quiero ser el causante de ninguna disputa entre ustedes, solo quiero hablar… se parece mucho a alguien que conocí en el pasado y quisiera saber si tiene algún vínculo con ella… es toda la verdad, nos vemos en dos días.
Cortaron la llamada, y Salomé sintió una profunda curiosidad, “¿Alguien que se parece a mí? ¿Será posible que sea familia mía esa persona?”, pensó sin poder contener la emoción.
Durante mucho tiempo, se había sentido triste por no tener madre, padre, hermanos, siempre había crecido con el dolor de haber sido abandonada, y un complejo de no merecer nada se alojó por mucho tiempo en ella, haciéndose centenas de preguntas, pero principalmente había una recurrente ¿Por qué nunca la quisieron?
Luego, cuando se casó con Joaquín, ella sintió que si merecía ser amada, tuvo a su hija, y centró todos sus pensamientos en ella sin querer concentrarse en los recuerdos y las preguntas que le hacían daño, hasta que el destino le dio otra sacudida cuando terminó su relación con Joaquín.
—Sonrío con mi mejor sonrisa de caballota, perra, diva y potra, pero no haría ese espectáculo.
—¿No eres celosa? —le preguntó su suegro con escepticismo.
—No soy celosa, yo confío en él y uno debe saber a quién tiene en la casa, si desconfía, entonces esa relación no es sólida y sepárese —pronunció con seguridad.
Y de pronto su suegro se giró, tomó una puyita y se la encajó en su mano, ante la protesta de Salomé.
—¡Auch! —exclamó del dolor— ¿Qué está haciendo? ¿Por qué es tan malo? —preguntó molesta, mientras se sobaba el lugar que le había lastimado.
—Disculpa, es que quería ver si eras humana, y si tenías sangre en las venas… —dijo su suegro conteniendo la risa—, hija, pero es que es difícil encontrarse una mujer que no sea celosa, este par que están aquí y estas dos fierecillas pequeñas sí que lo son… eres una especie extraña, digna de estudio —se burló.
Entre risas siguieron hablando, hicieron la comida juntos y compartieron en familia.
Por su parte, Conrado, preocupado por las palabras de Melquiades, había decidido ir a su casa, para hablar con Salomé, pero ella no había llegado, se sentó en la sala a esperar, sin embargo, cada momento que pasaba se sentía más preocupado al no verla.
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Julia había llegado a la audiencia de conciliación a las nueve de la mañana, pero luego se enteraron de que Armando, pidió un diferimiento para las once, aduciendo que ambos estaban de acuerdo.
—Esto no es posible ¿Por qué no me lo dijo si iba a hacer eso? —protestó ella.
—Porque está jugando a tu desgaste, no te preocupes que yo tengo un as bajo la manga —dijo Dino con seguridad.
—¿Me lo puedes decir? —interrogó ella.
—Prefiero no repetir, pero lo escucharás cuando hablemos con él, confía en mí, que él va a firmarte todo lo que quieras —pronunció con tanta confianza que ella lo miró con incredulidad.
El tiempo fue pasando, los dos esperaron, aunque si pasaron por la cafetería a comer algo que les diera un poco más de energía, cuando llegó la hora, lo vieron llegar con cinco abogados y una sonrisa de soberbia en sus labios.
Cuando inició la audiencia, la juez hizo su propuesta.
—Les sugiero a las partes que vayan a un salón contiguo con o sin los abogados, y traten de llegar a un acuerdo, tienen sesenta minutos para hacerlo, si vencido ese tiempo no llegan a uno, entonces este tribunal iniciara el proceso ¿Están de acuerdo?
—No creo que pueda llegar a un acuerdo con la señora Montes —declaró Armando con una mirada de desprecio hacia Julia, quien estaba con dos abogados de la fundación más Dino.
—Muy respetuosamente, señor Cáceres, le pido que reconsidere su posición, créame que sé lo que le digo —pronunció Dino con firmeza, por un momento la duda cruzó el rostro de Armando, y si tenía alguna esperanza de que solo fueran palabrerías se dio cuenta de que no, cuando el abogado le enfatizó—, le aseguro que si no acepta la reunión, lo va a lamentar, y no porque lo esté amenazando, sino porque tenemos algo que le puede interesar —señaló Dino con firmeza, mientras el hombre lo observaba con curiosidad.
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