EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 78

—¡Nooo! Joaquín —volvió a gritar Cristal llorando mientras trataba de detener el sangrado con sus manos, al mismo tiempo que lo besaba —, te juro que si sales de todo esto me caso contigo mañana mismo.

Los gritos de Cristal, penetraron en la bruma de la inconsciencia de Joaquín y escuchó sus últimas palabras, a pesar de su profunda herida, sonrió y levantó una de sus manos y la colocó sobre su mejilla, tratando de transmitirle todo su amor.

—Te amo… no… no te vayas, Cristal… quédate conmigo… debes cumplir… tu promesa —le pidió mientras acariciaba su rostro, sin miedo a la muerte que lo rondaba, él sabía que ella era uno de los motivos por el que quería seguir viviendo.

Cristal, con lágrimas en los ojos, asintió y se abrazó a él, no quería separarse nunca.

—Aquí estaré mi amor —pronunció sintiendo miedo de lo que pudiera ocurrir.

Después, todo fue un caos, llegaron los bomberos, los paramédicos, los cuerpos de seguridad, subieron a Joaquín a la ambulancia, mientras ella lo acompañaba sin soltarle la mano.

La ambulancia se dirigió a toda velocidad hacia el hospital más cercano, con Cristal sentada a su lado, aferrada a su mano como si fuera lo único que la mantuviera en este mundo.

Cristal miraba fijamente a Joaquín, que yacía inconsciente en la camilla, le había prometido quedarse con él, pero no sabía si sería capaz de soportar lo que vendría después.

Cuando llegaron al hospital, los médicos corrieron para atenderlo mientras ella se quedaba en la sala de espera, aguardando desesperadamente alguna noticia.

Los segundos se convirtieron en minutos y a ella le parecían eternos, pero cristal no se movió de allí, se quedó sentada esperando noticias, mientras su angustiado corazón ni dejaba de palpitar acelerado.

*****

Conrado estaba en el despacho de su casa cuando apareció Melquiades.

—Jefe, hubo una explosión en el hotel Palace.

—Allí iba a estar Joaquín con mi hermana —expresó Conrado con preocupación.

—La explosión se dio precisamente en el piso, los heridos fueron llevados al hospital que está cerca del hotel.

—Vamos para allá ¿Y mi esposa sabes dónde está? Yo sé que Dino y a ti no se les pasa nada, no me vengan con el cuento ni hacerse pasar por tontos conmigo —espetó molesto mientras caminaba al auto.

—No puedo hablar… la señora me prohibió hacerlo, so pena de trasladarme al extremo más inhóspito del país —expresó.

—Como si eso te importara mucho, ¿Desde cuándo le tienes miedo a alguien? —protestó Conrado.

—Yo pensé que usted no le temía a nadie, pero desde que vi lo asustado que se pone cuando la señora Salomé se enoja, supe que ella era la verdadera jefa de esta familia y en quien debía poner mi lealtad —se burló un poco Melquiades.

—¡Búrlate! ¡Ya veremos cuando tú andes idiotizado por una mujer! Como anda ahora el Dino, ni siquiera fue a trabajar hoy… tendré que sustituir mi gente, porque enamorados, no le prestarán atención al trabajo… estos niños ricos huyendo de sus familias, jugando a ser asistentes y guardaespaldas, no aguantan mucho —dijo subiendo al auto.

Melquiades se quedó viéndolo por el retrovisor, con sorpresa, porque uno desconocía que el conociera sus pasados, y dos no entendió sus palabras.

“¿Es en serio? Dino tiene diez años con él y yo tengo siete ¿Y aún dice que no aguantamos? ¡Malagradecido!”, pensó.

—Deja de estar peleando conmigo, te estoy oyendo —pronunció y Melquiades se quedó viéndolo con incredulidad, aunque prefirió no seguir protestando.

Minutos después llegaron al hospital, cuando vio a su hermana llena de sangre se asustó y corrió hacia ella.

—¿Estás herida? —interrogó y ella negó con la cabeza.

—Estoy bien, quien está herido es él y tengo miedo —pronunció con voz entrecortada, mientras Conrado la abrazaba.

—Va a estar bien, ese hombre tiene más vida que un gato, se le han acabado tres, aún le quedan cuatro —aunque su intención era tranquilizar a su hermana, esta lo vio con cara de pocos amigos.

—¿Crees que estoy para chistes, cuando el hombre que amo está herido y puede morir? Y yo en vez de aprovechar y estar tranquila con él, comencé a pelear, salí de la habitación y él me siguió… ¡Diablos! Conrado, si no hubiésemos discutido habríamos estado en la cama y entonces hubiésemos muerto —dijo con horror cubriéndose la boca con la mano— ¿Quién pudo hacer esto? ¿Quién nos quiso ver muerto?

Conrado miró a su hermana de manera condescendiente, él sospechaba que se trataba de Maribel, pero no creía que actuara sola, había alguien más y necesitaban descubrir la verdad.

—Tranquila, hermana. Vamos a investigar y una vez que conozca su identidad, voy a asegurarme de que esos bastardos paguen por lo que hizo. Pero primero, necesitamos ayudar a nuestro amigo —dijo, tratando de transmitirle un poco de serenidad.

Después de aproximadamente una hora salió el médico y Cristal sintió un susto en su estómago, le daba temor de lo que pudiera darle una mala noticia.

—Señorita Abad, me alegra informarle que el señor Joaquín está fuera de peligro, hemos logrado sanar sus heridas, retiramos las esquirlas que se le habían clavado en la espalda, y brazos. Ya el sangrado está controlado, nos tardamos porque necesitábamos hacer unas evaluaciones.

Al escuchar al doctor Cristal suspiró aliviada.

—Gracias, doctor. ¿Puedo verlo? Necesito estar a su lado.

—Claro, a eso venía, me amenazó con que si usted no iba, se levantaba y venía a buscarla. Sígame.

—Hermano, ¿Me acompañas? —preguntó y Conrado caminó con ella.

El médico los guio, hasta llevarlo a la habitación donde estaba Joaquín, cuando entraron a la habitación, lo vieron acostado con los ojos cerrados, y su respiración apacible.

Ella se acercó y tomó su mano, él sonrió, aun sin abrir los ojos.

—¿No me dejaste?

—No, perdóname por haber discutido… —él no la dejó hablar e interrumpió.

—No tengo nada que perdonarte, si no es por eso, tal vez estaríamos muertos… ahora entendí el significado, que lo mejor es lo que sucede, y doy gracias por poderte tener a mi lado —abrió los ojos y siguió hablando—, con esos ojos café tan hermosos, que parece que penetran hasta lo más profundo de mi alma, esos voluptuosos labios tan dulces y provocativos como una cereza madura, que quisiera besar todos los días de mi vida y esa sonrisa que ilumina todo mi mundo. Te amo, Cristal. Aunque no me gustas que estés llena de sangre.

Ella le sonrió con lágrimas en los ojos.

Llegó a la casa y su madre y padre que estaban en el jardín, cuando llegó los dos se veían nerviosos

—¡Hijo mío! —exclamó su madre—, ¿Cómo estás? ¡Qué agradable sorpresa hijo de mi corazón!

—¡No te luce la hipocresía, señora Abad!

—Hijo ¿Por qué me dices eso?

—¿Dónde está mi esposa y mis hijas? —preguntó sin dejar de verlos.

—Ay, hijo… yo no sé.

Salomé, que cuando escuchó llegar el auto, salió corriendo con las pequeñas y estaba escondida en la casa del perro con ellas, diciéndole que estaban jugando a las escondidas, para evitar que salieran y las viera Conrado.

Sin embargo, la pequeña Grecia empezó a molestarse.

—Mami, llegó mi papi, quiero ir para allá.

—Ya va hermana, estamos jugando a las escondidas —trató de convencerla Fabiana.

—¡No hermana! Quiero a mi papá Conrado —terminó corriendo y llamando a su papá, mientras los adultos no encontraban dónde meterse— ¡Papá, aquí estamos escondidas en la casa del perro!

Conrado los miró con una expresión mezcla de molestia y de burla, porque a Salomé no le quedó más elección sino salir con la otra pequeña.

—¿Te estabas escondiendo con las niñas de mí? —interrogó en tono de molestia.

—¡No papi! Estábamos jugando a las escondidas —expresó Grecia con inocencia, mientras la pequeña Fabiana se llevaba una mano a la frente, al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

—Esta niña casi no habla, pero cuando lo hace la embarra —pronunció en tono teatral.

—Yo no me estoy escondiendo ¿Por qué debería hacerlo? —dijo en tono desafiante Salomé.

—Entonces vámonos a casa —ordenó Conrado.

—¡No me iré! Estoy molesta.

—Salomé Abad, o vas por tus propios pies o…

—¿O qué? —dijo ella en tono desafiante.

—No me dejas más alternativa —pronunció serio caminando de manera amenazadora hacia ella.

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