EL ERROR QUE CAMBIÓ NUESTRAS VIDAS romance Capítulo 82

El hombre observó desde una mesa cercana a la pareja comiendo, miró a su alrededor, y en ese salón no había, sino un par de comensales más y en el espacio lateral, un hombre con dos niñas en una mesa lejana, aunque no estaba en una posición de poderlo ver bien.

Dejó de prestar atención a otros y volvió su mirada a la pareja, quizás eso no era la mejor forma para poder lograr su objetivo, pero era la única que tenía, solo esperaba no ser reconocido, ni descubierto por nadie y poder obtener lo que había ido a buscar.

*****

Conrado por su parte, no dejaba de observar el intercambio de palabras entre Graymond y su esposa, mientras las niñas se concentraban en comer encantadas su comida, él no podía evitar su ansiedad, se moría por saber de qué estaban hablando, veía que Salomé estaba muy atenta a las palabras del hombre y frunció el ceño.

“¿De qué estarán hablando? ¿Por qué Salomé lo mira con interés? Debí dejar de ser orgulloso y aceptar venir con ella, así no estaría tratando de adivinar lo que están hablando”, se dijo en su interior.

No dejaba de mirar con detenimiento, tratando de leer hasta los labios de su esposa cuando hablaba para entender sus palabras, pero era en vano, ella solo emitía como monosílabos, no podía oír nada y se estaba poniendo cada vez más ansioso.

De pronto un ruido se escuchó en su estómago y se llevó una mano al abdomen adolorido, las niñas se carcajearon cuando escucharon.

—Papi, tienes un concierto allí ¿Te duelen tus tripitas? —le preguntó cariñosamente Grecia.

—Si niñas me duele mucho el estómago, voy al baño, no se vayan a mover de aquí, no pueden irse con un extraño, y si alguien intenta hacerles daño gritan —articuló Conrado preocupado, no quería dejarlas, pero necesitaba ir urgentemente al baño—, no le quiten la vista a su madre de encima y la cuidan, espérenme —ordenó y las niñas asistieron.

Habló con el mesonero.

—Por favor vea a mis hijas, voy al baño y regreso en unos minutos.

******

En la mesa cercana, Salomé mantenía la cadena en sus manos, observando la reacción de Graymond con una mezcla de sorpresa y confusión.

—¿Qué significa esto? —preguntó el hombre, visiblemente afectado.

—Yo no sé, dígamelo usted, ¿Por qué le causa sorpresa ver esta cadena? ¿La conoce? ¿Tiene algún significado para usted?

Graymond no respondió, se quedó en completo silencio como si estuviera sumido en sus propios pensamientos, tratando de asimilar la información que acababa de escuchar.

La cadena que la joven llevaba puesta era idéntica o mejor dicho la misma que le había regalado a Graciela cuando empezaron su relación ¿Cómo era posible que la joven frente a él la tuviera en sus manos?, pensó.

La joven se dio cuenta de la conmoción de Graymond, pero no comprendía bien su reacción, “A menos pensó que esta cadena se la haya dado él a Graciela… ¿Será ella mi madre?”, se preguntó, aunque de inmediato detuvo sus pensamientos y negó con la cabeza porque no quería crearse falsas ilusiones.

—¿Se va a quedar callado? ¿Me va a decir por qué se sorprendió al ver mi cadena?

Graymond la miró directamente a los ojos.

—Esa cadena fue un regalo que le hice a Graciela cuando iniciamos la relación ¿De dónde la sacaste? ¿Quién te la dio? —empezó a hacer preguntas una tras otra.

—¿Acaso no escuchó lo que le acabo de decir? Le dije que esta cadena es el único patrimonio que me dejaron mis padres, es el único vínculo con mi pasado. Fui abandonada cuando era una bebé y no tengo información sobre mis padres biológicos, solo dejaron con esta cadena en mi cuello —suspiró con frustración— ¿Será esa Graciela de la que habla mi madre o es solo una coincidencia? Capaz compró, ¿Cuántas personas no compran las mismas cosas? —inquirió tratando de crear una hipótesis lógica en su mente.

—No, esa era la única cadena de ese estilo, la piedra es un diamante color amarillo como sus ojos —dijo el hombre tocando la prenda, con una mezcla de emociones en su interior, rabia, sorpresa, añoranza, aunque ganó el primero—, es una descarada y una burla que ella le haya dejado a su hija con su amante ¡Un regalo que le di yo! Eso demuestra lo rastrera que era —pronunció con ira contenida.

La rabia se agitó en el interior de Salomé con fiereza, aunque no conoció a su madre, y no le guardaba cariño precisamente por haberla abandonado sin una mirada hacia atrás, esta se quitó la cadena y se la tiró en la mesa.

—Si es suya, entonces ¡Tómela! No me gusta cargar lo que no es mío —expresó con seriedad Salomé, aunque con los ojos humedecidos, tratando de contener sus lágrimas.

Hubo un tiempo que ella ni siquiera se la quitaba, sobre todo cuando era pequeña que ansiaba con tanta fuerza que su madre apareciera y la buscara, pensaba que si se la mantenía puesta, si ella regresaba la reconocería, cuando creció y se dio cuenta de que nunca volvería se la quitó.

Cuando Joaquín la echó, no se llevó nada, pero cuando se volvieron a encontrar y él se dio cuenta de su inocencia, quiso regresarle todo, Salomé solo tomó esa cadena y las cosas que ella había comprado con su dinero, el resto lo dejó. Y ese día para esa cena, se la colocó llevada por un impulso.

Se levantó y él la sostuvo por el brazo.

—¡Suélteme! —exclamó—, esta conversación ha terminado, pero voy a advertirle algo, absténgase de ir a mis eventos y de enviar a sabotearlos como intentó hacer con ese.

—¡Yo no saboteé nada!

—No finja demencia, sé que fue usted quien envió a esos hombres a estropear mi evento de moda. Si vuelve a hacer algo así, no dudaré en tomar medidas legales en su contra —advirtió Salomé con voz firme.

Salomé se zafó de su agarre y se levantó mirándolo con desprecio, el hombre también lo hizo, sin ocultar su actitud hostil

—No tiene nada que temer de mí, no soy alguien que pierde el tiempo en sabotear eventos de beneficencia. Tengo cosas más importantes que hacer en mi vida, por ejemplo, si la quisiera destruir quizás me diera por darle una lección a su marido por la humillación en la subasta —respondió con sarcasmo.

—¿Cree que podrá con él? Conrado es el hombre más inteligente y capaz que he conocido en la vida, de los que no se amilanan ante nada y lo peor es que nunca se da por vencido, más bien debería tener cuidado y le sale el tiro por la culata.

De pronto los dos se quedaron sorprendidas cuando dos niñas se pararon en frente de Graymond y empezaron a golpearlo, mientras el hombre las miraba con incredulidad; Salomé las observaba con sorpresa cuando se dio cuenta de que se trataba de sus hijas.

En ese momento, Conrado salió del baño y cuando vio a la mesa y se dio cuenta de que las niñas no estaban, supo que estaba en graves problemas.

“Estoy perdido”, se dijo y cuando llegó a la mesa, miró a la mesa donde comía su esposa y vio la expresión de molestia, caminó preocupado hacia ella.

—Lo siento mi amor, traté de no molestarte, las niñas quisieron venir a comer pollo frito con papas fritas —explicó.

—Si mami, papá dijo que si queríamos comer nuestra comida preferida y nos dijo que comías aquí y nosotras quisimos venir —mencionó con inocencia Grecia y Salomé vio a Conrado con una expresión acusatoria,

—Muy astuto señor Abad, me llevo a las niñas y por supuesto que tenemos una conversación pendiente, te espero en el coche —declaró con seriedad—, y usted señor Ballmer, espero que todo haya quedado claro, no se vuelva a cruzar en mi camino y ni se le ocurra meterse con mi marido porque no le va a ir bien.

Dicho eso, salió de allí con el porte de una reina, elegante, refinada y poderosa, mientras las miradas de todos los hombres se posaban en ella.

—¿Te apareciste porque no confías en ella? Haces bien, porque nunca se sabe lo que se puede heredar, su madre era una zorr4.

Apenas las palabras salieron de la boca del hombre, Conrado le dio un puñetazo a Graymond que lo hizo perder el equilibrio y por poco no cae de bruces en el suelo, mientras él se sobaba la mano.

—¿Cómo te atreves? —inquirió con el rostro rojo de la rabia de Graymond.

—¡El atrevido eres tú! No sé qué razones tienes para insultar a la madre de Salomé, eso muy tu problema, pero lo que sí es mi problema, es que ¡A mi mujer la respetas! —exclamó con vehemencia.

El hombre se arregló la ropa y expresó con seriedad.

—¡Esto no se queda así!

—Lo arreglamos dónde y cómo quiera.

El hombre lo miró, pero esta vez no dijo nada más y se alejó. Conrado se alejó para pagar la cuenta, pero cuando venía de regreso, vio a un hombre en la mesa agarrando el vaso donde tomó Salomé para guardarlo, lo tomó por la muñeca con fuerza.

El hombre gimió de dolor.

—¡Suélteme! Me está haciendo daño —dijo en tono entrecortado.

—Y más daño le haré si no habla y me dice la verdad ¿Qué pretende hacer con ese vaso dónde bebió mi esposa? —interrogó con una expresión cruel en su rostro.

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