Salomé no se movió, manteniéndose firme ante Sergio, sabiendo que no podía permitir que tomara una decisión tan drástica y mucho menos que le causara daño a su padre, porque a pesar de que no estaba del todo contenta con él, lo quería y no deseaba que le hicieran daño.
Miró a los ojos a su tío, buscando encontrar algún indicio de arrepentimiento en ellos, para que no hiciera ninguna locura.
—No, Sergio, no puedes hacer esto. No es la respuesta, no es lo correcto, es mi padre, no dejaré que lo lastimes, ni mucho menos que lo mates —dijo con convicción, intentando persuadirlo.
Graymond cerró los ojos, con una tranquilidad envidiable, como si no temiera lo más mínimo de las acciones de Sergio.
—¡Apártate Salomé! —dijo haciéndola a un lado.
Graymond abrió los ojos y le hizo una seña a Conrado para que la sostuviera, sin pérdida de tiempo este caminó a un lado para agarrarla.
—Anda Sergio, haz lo que quieras, si piensas que esto le dará paz a tu alma y tu felicidad depende de ello, no voy a oponerme.
Sergio se mantuvo en silencio por unos segundos, giró su vista a su sobrina, y ella tenía una expresión de angustia en su mirada, luego vio de nuevo a Graymond, el mismo color de ojos de su sobrina.
A pesar de que una parte de él, le pedía a gritos que tomara la pistola y acabara con la vida de Graymond, otra parte, estaba clara que eso no solucionaría nada y solo lo sumiría en un abismo oscuro del cual no podría salir, además, se ganaría el odio de la única persona que ahora le importaba.
—No voy a hacerlo —dijo Sergio, casi en un susurro mientras dejaba la pistola en la mesa.
Graymond suspiró aliviado y Salomé corrió hacia su tío y lo abrazó, sintiendo la tensión en el aire disiparse lentamente.
—Gracias, tío —él sonrió y besó su frente.
—No es por falta de ganas, sabes muy bien lo que me gustaría hacer con él, sino lo hago es porque no soportaría que tus ojitos me llegaran a mirar con odio.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Graymond con cautela.
—Voy a colaborar con las autoridades, pago la condena que quieran darme, pero no me iré de mi ciudad, ni de mi país, aunque eso no significa que voy a dejar de buscar a los responsables de la muerte de mi hermana —respondió Sergio con determinación—, eso no se les ocurra pedírmelo, porque no lo voy a aceptar. Ahora, por favor, déjenme descansar… tengo mucho sueño —pronunció con un bostezo, y por primera vez en mucho tiempo durmió plácidamente.
Los días siguientes Sergio se recuperó por completo, una vez que estuvo bien y lo dieron de alta, lo llevaron hasta un comando policial, tanto Conrado como Graymond, designaron seguridad en las zonas adyacentes a las instalaciones donde estaba, porque temían que le hicieran daño.
Los órganos de investigaciones policiales, comenzaron a hacerle interrogatorios, Melquiades y Dino también se sumaron a las investigaciones y testimonios.
Así fue como las siguientes semanas, Sergio colaboró plenamente con las autoridades para desmantelar la organización criminal y llevar a los principales cabecillas ante la justicia.
Fue un proceso largo y peligroso, pero poco lograron su objetivo final, Sergio fue condenado a quince años de prisión, porque su intervención logró dar con una de las mafias más peligrosas y sanguinarias no solo del país, sino de toda Europa.
Por otra parte, a medida que ese tiempo pasaba la relación entre Sergio y Salomé se fortaleció, Conrado, con la ayuda de Graymond, lograron que lo trasladaran a Sergio una cárcel de seguridad media, y por temor a que fuera ser atacada, ambos establecieron rondas de sus hombres de seguridad para vigilar desde el exterior y que no fueran a hacerle daño.
A medida que Sergio fue tomando confianza, les contó sobre su vida, lo ocurrido con sus otros dos hermanos, los habían llevado a un sitio distinto de donde lo trasladaron a él, porque eran mucho menores y cuando escapó de donde estaba a pesar de buscarlos no los encontró. Ni siquiera cuando entró a la organización, por eso no sabía si aún vivían o si habían muerto, porque en los registros de donde estuvieron, no había ningún rastro de ellos, es como si nunca hubieran estado.
—Te prometo que no descansaré hasta encontrarlos —dijo Graymond—, tengo una deuda moral con Graciela, y aunque ya no pueda hacer nada por ella, puedo hacerla por sus hermanos.
—Yo también pondré a mis hombres a investigar, y ayudaré en lo que pueda —dijo Conrado.
—Gracias, de verdad me alegra que a pesar del pasado y de lo ocurrido me hayas ayudado… yo quería hablar sobre el intercambio de las niñas… nunca mi intención fue que les hicieran daño a ellas, Imelda era novia de uno de mis hombres, ella me dijo que si quería tener una posibilidad con Laura, ella tenía un plan para que tú la repudiaras.
»Antes de que ejecutara el plan, nunca supe de qué se trataba hasta que todo estaba hecho y mi hombre que fue su acompañante me contó, me molesté, porque temía que si Laura se enteraba de eso terminaría odiándome. Aunque ya de por sí me molestaba la idea, porque sé de primera mano lo que es crecer lejos de tus padres, por eso investigué a Joaquín Román, allí supe que pertenecía a una familia con un buen estatus económico, estuve seguro de que la niña estaría bien… y lo acepté. Lamento mucho, lo que sufrieron, sobre todo tú Salomé, porque sin querer destruí tu matrimonio.
—Realmente nunca sufrí porque ni siquiera lo sospeché, amé a Fabiana con mi vida, el único problema fue la reacción de Joaquín, pero hasta eso sirvió para darme cuenta de que él no era el hombre de mi vida, y eso que hizo, me llevó directo a mi verdadero amor —suspiró con emoción viendo a su esposo con una expresión de amor—, a Conrado, quien estaba criando a Grecia con amor, nuestras niñas no pudieron tener unos mejores padres, él era capaz hasta de secuestrar por salvarla, y que hiciera eso sabiendo que no era su hija biológica demuestra su profundo amor por ella, y tan es así que aunque Joaquín es su padre biológico ella ama más a Conrado y Fabiana ama más… —antes de poder continuar hablando, Conrado la interrumpió.
—A los dos, por igual, Fabiana no ama más a Joaquín, sino a los dos —expresó con firmeza ante la risa de todos.
Sergio los miró, sintiéndose tranquilo, por supuesto que se arrepentía de haber tomado esa decisión. Sabía que había puesto en peligro la vida de dos niñas inocentes y que no le había dado oportunidad a Laura de estar con su verdadera hija, no podía perdonarse a sí mismo, por eso, se recriminaba constantemente, pese a ello, ni Conrado, ni Salomé, ni Joaquín, quisieron acusarlo de haber sido cómplice en el intercambio de las niñas.
De pronto se escuchó un alboroto, los celadores corriendo de un lugar a otro, mientras cuchicheaban entre ellos, a Conrado le llamó la atención y no pudo aguantar la curiosidad y detuvo a uno de ellos.
—Señor, disculpe, ¿Qué está pasando? ¿Hay algún problema? —interrogó Conrado con curiosidad.
—Hablando de novias, no te lo había pedido porque con lo de tu tío, lo de tu padre, no habíamos estado relajados, pero quería que hicieras algo por el pobre Dino, estos cuatro meses parece como un perro sin dueño, ya casi no habla con Julia, porque Adri no lo quiere, y él no quiere afectar la relación con su hija… quería que las invitaras y yo lo invito a él. Es un buen tipo y se merece la felicidad.
Salomé sonrió y se acercó a su esposo para darle un beso en los labios.
—Claro mi amor, las invitaré a cenar con nosotros esta noche, así podremos pasar un rato juntos y llamas a Dino para que tenga oportunidad de conquistarla… mi esposo es un cupido —dijo con una sonrisa en el rostro.
—Lo quiero feliz y después veremos que hacemos por Melquiades, se merece también una buena mujer, son leales y amigos.
Salomé vio a su esposo sonriente y se sintió feliz, mientras él le acariciaba su abultado vientre, ella cada día se daba cuenta de lo maravilloso que era, preocupado por la felicidad de los demás.
—¿Por qué quieres emparejar hasta a tus empleados de confianza?
—Dino y Melquiades no son solo mis empleados, me han demostrado que son mis amigos, y bueno, cuando uno prueba la felicidad, quiere que también los demás sean felices.
—Entonces, vamos por la felicidad de esa gente.
Esa misma noche, previa invitación de Salomé, llegó Julia, con Adri, a la casa, ella las recibió alegre, invitándola a sentarse, no le dijo que había invitado a Dino, porque temía que saliera huyendo, mientras ellas estaban sentadas en la sala, hablando y las niñas jugaban, el timbre de la puerta se escuchó.
Salomé se iba a levantar para abrir, y su esposo la detuvo.
—Yo abro amor —expresó Conrado caminando hacia la puerta.
Cuando la abrió, se trataba de su amigo, lo invitó a pasar y cuando Julia lo vio se levantó del sofá como si hubiera sido impulsada por un resorte y él se detuvo sorprendido porque no sabía que estaría allí y al verla sintió que las piernas se le volvían gelatinas.
—¡Dino! —exclamó la mujer, con una expresión de añoranza en sus ojos.
—¡Julia! —dijo él al mismo tiempo, mirándola con una profunda emoción, mientras Salomé y Conrado, se miraban con complicidad.
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