Encuéntrame romance Capítulo 10

El tiempo… era tan rápido y lento a la vez. Tan fuerte y frágil…

Anaelise estaba frente a un enigma. Jamás en toda su existencia sintió esa presión en el pecho, la boca seca y la necesidad de besar a alguien por motivación propia. Había algo dentro de ella que quería salir con fuerza, era como si de alguna forma, otra Ana luchara por quitarse su propia piel, como si estuviese encapsulada y un magnetismo que no reconocía y le exigiera salir de su caparazón con urgencia.

No podía con los latidos de su corazón, eran tan fuertes que sentía el palpitar por todo su cuerpo, como si todo cobrara vida propia. Así que en cuanto despegó su mirada de la boca de Cox y la posó en sus ojos, se encontró totalmente perdida.

Pasó el trago de una forma muy difícil mientras intentaba traer algo a su mente, pero nada aparecía.

—Anaelise, escucha —la voz baja de Xavier le hicieron parpadear—. Deja que te lleve a casa, y olvidaremos todo esto.

La decepción cayó a sus pies, pero… «¿qué esperaba acaso?»

—Está bien… no es muy lejos de aquí… es…

—No importa si es lejos… —le cortó Xavier indicándole donde estaba su auto con la mano, pero ella tardó más de lo necesario en reaccionar.

Xavier caminó en dirección de su auto, quitó el seguro con la alarma y abrió la puerta. Ana sabía que ese hombre solo estaba esforzándose mucho para terminar con toda esta noche, entendía que estaba irritado, cansado y que la última persona con la que quería estar, era con ella. Sin embargo, no quería terminar aquel momento y pensó en ese instante, que debía informarle de todo lo extraño que le estaba pasando a Oliver.

Aunque… dentro de una semana, Oliver ya no estaría.

«Él ya se deshizo de ti Ana, ¿para qué lo vas a molestar?, ¡no le molesto!, Oliver dijo… ¿acaso eres tonta? Tú no le importas a nadie…»

—¿Tendré que ir a buscarte? —fue la pregunta de Cox que estaba de pie con la puerta de su auto abierta.

Ana se despabiló de sus pensamientos y comenzó a caminar. Insegura, pero lo hizo.

Tomó la manilla de su puerta, a la vez que todas las voces en su mente le gritaban que no subiera en ese auto.

Una vez que la puerta se abrió se deslizó y se sentó muy erguida. Su cuerpo estaba tenso, recto y firme, y muy rápido el aroma de Xavier esparcido por todo su auto, golpeó sus fosas nasales.

Cox llegó al asiento principal y en el momento de abrochar su cinturón y de acomodarse, sus brazos rozaron con los de Ana colocándolos en tensión nuevamente. Sin esperar un segundo más, Xavier apretó las manos en el volante y arrancó su auto en la dirección que Ana le indicó.

Nadie habló en el camino, de hecho, ninguno se atrevió a girar su mirada para ver qué pasaba en el otro. Cada uno iba sumido en sus propios pensamientos, pensando que era lo mejor, ya era suficiente con la carga que el otro le creaba.

En cuestión de 15 minutos Xavier estaba cerca de la casa de Anaelise, entonces fue estacionando despacio, y en cuanto colocó el freno de mano, él no dudó en girar interrogante hacia ella.

—¿Cuál es tu casa? —preguntó muy lento sin encender las luces.

—Eso no importa —respondió Ana tomando un suspiro—. Gracias por traerme, yo…

—¿No crees que después de que te bajes, miraré a donde vayas?

Entonces Ana giró para mirarlo por fin. «¿Quién era esta persona que cambiaba cada diez minutos? ¿En un momento estaba exasperado con ella y luego quería ser simpático?»

«No soy la única loca aquí», pensó Ana.

No supo por qué, pero antes de contestar a eso que la confundió más, mojó sus labios. Necesitaba hacerlo con urgencia.

—¿Estás haciendo esto apropósito? —le preguntó Xavier nuevamente con el ceño fruncido.

—¿De qué está hablando exactamente?

Él soltó un gruñido fastidiado.

—¿Crees que vas a jugar conmigo? ¡Por favor, Anaelise! Eres muy joven para pretender eso.

Ella no estaba entendiendo ni mierda de lo que él quería decir. Así que sintiendo un poco de irritación por lo que trataba de insinuar, tomó la manilla de la puerta y la haló.

Esta no abrió.

—Está cerrada —anunció Xavier.

—Entonces ábrala —pidió Ana acalorada.

—Solo quiero decirte algo antes de que bajes…

Ana prestó toda la atención mientras veía como Xavier se acercaba hacia ella mirándola fijamente.

—Esto… lo de esta noche, la situación, los inconvenientes, el hecho de que tengas en la cabeza de que me preocupé por ti, es mejor que desaparezca hoy mismo.

Ana abrió sus ojos sabiendo que, de cierta forma, Cox conocía un poco de lo que le pasaba. De su atracción enigmática por este hombre, y por supuesto que él estaba tomando ventaja y aprovechando para hacerla sentir mal por ello.

—No sé de qué me habla, profesor —enfatizó esta última parte mintiendo y haciéndose ajena cada vez más para él.

—Mejor olvídelo, y por favor, su profesor es lo único que soy para usted, ni por un segundo piense que usted puede acercarse a mí para algo más, ¿entendido?

Su garganta se apretó y asintió en un “sí”.

El seguro de la puerta se disparó, y antes de que Ana tomara la manilla, Cox se recostó abriendo la puerta desde su lugar para ella, y su cercanía solo la alarmó.

Le temblaban las piernas, y en nada ayudó que él de forma voluntaria «o no» restregara un poco su cuerpo con el de ella. «¿a qué estaba jugando?» Se preguntó, y justo cuando sus piernas temblorosas iban a dar un pie a fuera, el hombre tomó su mejilla duramente y le asomó un beso casi imperceptible entre la mejilla y los labios de Ana.

—Buenas noches, Anaelise —fueron sus palabras mientras ella impactada, salía de su auto con la piel hirviendo en el lugar en donde él había dejado su saliva.

Aunque Ana estaba afuera del auto y no había dado un solo paso a su casa, el hombre arrancó de golpe, y las ruedas chillaron fuerte por su residencia dejando a la chica más incrédula que nunca.

Llevó los dedos a sus labios para comprobar que todo había sido real. De hecho, podía oler ese olor en su misma ropa.

«¿Qué estaba haciendo?», se preguntó a lo que daba algunos pasos hacia su casa bajo la oscuridad.

Eran las cuatro de la mañana cuando Ana por fin tomó una sábana para cubrirse completa después de darse un baño y cepillar sus dientes. Deslizó el dedo por la pantalla de su móvil y vio algunas notificaciones, entre esas, algunos mensajes de Andrew.

“¿Llegaste bien?”

“Siento todo lo que pasó, pasaré la noche en el hospital por cuestión de protocolo”

“Anaelise, por favor avísame que llegaste”

“¡Maldito Cox, pensé que iba a llevarte!”

Ana titubeó un poco en responder, pero luego pensó que le debía mucho a ese chico. Tecleó rápido y envió un mensaje para él.

“Estoy en casa. Gracias”

A pesar de que podía esmerarse mucho, las expresiones y espontaneidad no eran lo suyo. Hundiendo el botón de apagar le puso fin a su celular colocándolo a un lado de la mesa y por una vez en muchas e infinitas noches, olvidó tomar su medicamento.

—¿Qué?, ¿a qué te refieres con que no estará? —esta vez ella si lo observaba con interés.

—Ammm, justamente pasé por secretaria para ver algunos cursos que se darán en el verano y vi que estaban dando algunas instrucciones a otro profesor, y dijeron, “esta es la suplencia de Cox, él tuvo algo urgente”

Aunque no quería sentirse así, se sintió decepcionada de cierta manera. No sabía qué pensar, pero en un rincón de su mente algo le gritó que él la estaba evitando a toda costa y sus ojos le picaron.

«Eres un desastre», se dijo así misma y sin reparar que Andrew aún la observaba, entró al salón de clase y se sentó en su puesto habitual. Justo cuando tomó asiento, su teléfono vibró varias veces. Era una llamada de Oliver, pero un hombre entró de inmediato con varios de sus compañeros y supo que la clase iba a comenzar.

No podía responder a la llamada y escribió muy rápido a su contacto.

“Oliver, estoy en clase, te devuelvo la llamada al salir”

Después de unos minutos, y al mismo tiempo cuando escuchaba al hombre frente a la clase excusar a Cox por faltar, su teléfono vibró de nuevo.

“Ana, recuerda que debes estar más temprano hoy. Haremos el traspaso. Todo saldrá bien”

Su corazón se aceleró tanto que el pecho le dolió de la impresión. De repente sintió muchas ganas de llorar, aún veía las líneas que Oliver le escribió y que decían que una etapa, una que en la que ella se había agarrado para no querer despegarse nunca, la estaba soltando sin dejarle ninguna opción.

Y eso era lo único que Ana tenía para sentirse pisar algo sólido.

Jamás envió hacia Oliver un gesto de gratitud por haberla acompañado durante todo este tiempo. Ella había sido muy difícil, incluso cuando el único objetivo de su psiquiatra era ayudarla.

Nunca olvidaría la primera vez que pisó ese consultorio, ni tampoco la cara de Oliver cuando ella lo miró a la cara. Para Anaelise todos los hombres gritaban peligro, y a pesar de que tenía 5 años en ese entonces, podía entender muchas cosas que una niña de su misma edad no lo hacía.

“—Debe verla un especialista, su hija no avanza en nada. Ella no juega, no canta, no participa. Además, tiene miedo de ir al baño sola, de ir a cualquier parte y solo se queda sentada en esa silla. Le haremos un informe para que lo muestre en el hospital del condado. El caso de su hija es muy preocupante”

Esas fueron las palabras de su maestra de kínder, tenía 5 años cuando la refirieron al Psiquiatra. Las palabras exactas. Pánico, ausencia de relaciones interpersonales, y sin respuesta a nada que le preguntaran.

Pero nadie sabía lo que a Ana le estaba ocurriendo, y en ese entonces, eso solo era el principio.

—Ana… ¡Ana! —una voz aguda la sacudió.

Ella parpadeó varias veces y vio que su salón estaba vacío y Andrew estaba de pie frente a ella.

—¿Vas a tu casa? O…

Ella movió su cabeza hacia ambos lados y miro su reloj. Era tarde.

—¿Tienes auto? —preguntó interesada hacia él.

—Sí, sabes que sí, de hecho, venía a…

—Está bien, puedes llevarme —lo cortó levantándose para correr en contra del tiempo que estaba restando a su favor.

*

Estaba sentada en la sala de espera como todos los viernes mientras miraba como la aguja del minutero parpadeaba cada vez. Movió su rodilla para calmar la ansiedad mientras mordía dentro de su labio. Allí quitaba varios hilitos de piel esperando que en solo minutos entrara al consultorio que ya no sería de Oliver. Y estaba aterrada.

La mujer que siempre la pasaba y daba las citas la miraba de reojo mientras tecleaba en su computadora. Sin embargo, ella podía sentir como la chica que estaba frente a ella esperando, emanaba una tensión que hasta a ella que no tenía nada que ver en el asunto, la ponía nerviosa…

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