Ana entró a su apartamento sintiendo que había tomado la mejor decisión en estar con Andrew durante la tarde. Colocó las llaves encima de la mesa y encendió las luces, porque eran eso de las 7 de la noche.
Fue directo a la cocina, y revisó la nevera. Era momento de comprar cosas para su alacena así que después de darse un largo baño, ella haría una lista como acostumbraba.
Estaba terminando de colocarse unos shorts y una franelilla, cuando vio encima de su mesa como su teléfono encendía y apagaba la luz de una notificación. Tomó el móvil sintiéndose algo nerviosa, y cuando deslizó su dedo en la pantalla, su corazón dio un vuelco cuando vio “el” como llamada perdida.
Fue hace diez minutos, y ella maldijo bajo a la vez que las manos le temblaban. Rápidamente marcó al número devolviendo la llamada mientras salía de su habitación, sin embargo, despegó de inmediato el celular de su oreja cuando lo vio de pie, de espaldas hacia ella, mirando por el balcón.
Ella debía estar soñando, o algo así.
No supo si ir tras él, pero parecía que no se había dado cuenta de su presencia, entonces gesticuló lentamente mientras su cuerpo simplemente vibró.
—¿Xa-Xavier? —su pronunciación fue un desastre completo, pero, aun así, él se giró de inmediato, y un líquido caliente la consumió completa.
Sí, era él, estaba aquí en su apartamento. Pero a la vez, no era él.
Ana tuvo tanto miedo de todo y de nada a la vez; quería preguntarle qué había pasado, decirle muchas cosas, y lanzarse encima de él, pero no hizo ninguna.
—Ana… —su voz de cierta forma alivió sus sentidos, Xavier era como un descanso para su existencia. Vio que Cox dio unos pasos inseguros hacia ella y luego se detuvo cuando estuvo a escasos centímetros de su lugar.
Y ni siquiera la tocó.
A simple vista parecía inseguro, una expresión que Ana jamás vio en él. Parecía inseguro, e inestable.
«Pero, ¿Por qué?», era la única pregunta que su mente registró.
En otra ocasión, ella hubiese acortado la distancia, unido sus labios en esa boca que tanto necesitaba, y lo abrazaría sin pensar. Pero, esta vez era diferente, ella pudo sentir que había algo invisible que los separaba y le dolió ese hecho.
—¿Dónde estabas? —preguntó con miedo, alzando su rostro y viendo como la respiración de Cox era entrecortada.
Su corazón literalmente se podía escuchar por toda la habitación cuando vio que él no hablaba y que solo la miraba con un dejo extraño, así que sin esperar, volvió a hablar.
—¿Xavier?
—Necesitaba… arreglar algunas cosas, y pensar… —respondió por fin.
Ella asintió lentamente sintiendo un poco de euforia en el momento. Y aun con cierto miedo, preguntó de nuevo.
—Y… ¿A qué conclusión llegaste?
No era esa la pregunta que quería hacer, había cosas más importantes como: ¿Por qué estuvo ausente todo este tiempo? ¿Qué iban a hacer ahora?, pero, parecía que eso no era importante en este momento.
—Anaelise… —Cox apretó su boca y pasó un trago forzado soltando el aire—. Debo irme…
«¿Irse? Acaba de llegar», pensó Ana con las emociones a punto de estallar.
—Acabas de llegar, ¿Qué es lo que está pasando? Qué…
Los dedos de Xavier reposaron en su boca y todo su cuerpo explotó ante su toque. Su mirada le daba miedo porque esta parecía perdida. Todo su ser gritaba, todo dentro de ella sufría en este instante, pero lo que él dijo a continuación, hizo que toda su existencia definitivamente se detuviera.
—Debo irme de Durango, Ana…
Por un momento Ana pensó que estos segundos estaban siendo demasiado largos. El ambiente se había desfigurado, un silencio pesado, tormentoso y muy doloroso la hizo expulsar el aire como si alguien le hubiese dado un puño en el estómago y le costara volver a tomar el aliento.
«Él no era su Xavier», este hombre simplemente era producto de su imaginación o ella estaba en una pesadilla, «eso debía ser», pensó.
Apartó bruscamente la mano que posaba en su boca, manoteándola, mientras la rabia creció dentro ella. Dio unos pasos hacia atrás con desequilibrio y escuchó nuevamente su voz. Esa voz que amaba con locura y odiaba al mismo tiempo.
—Ana, por favor… —dijo el hombre bloqueándole el paso para que ella no avanzara más—. Escúchame…
Ella levantó la mirada mientras sus pupilas se dilataban y sus ojos ardían. Se sentía tan herida y tan frágil, que no sabía en qué momento se iba a romper.
Esto era demasiado. La vida no podía ser tan mierda con una sola persona.
—¿Qué debo escuchar? —preguntó apretando las palabras—. ¿Qué te irás, que te aburriste aquí, y que solo vas a huir?
Ana supo por qué estaba siendo ruda, más que nunca en su vida. Sin embargo, por un atisbo de segundo ella se frenó al ver como los parpados de Xavier se pusieron rojos he irritados al instante, junto a con esa incesante pasada de tragos que hacia su garganta. Así que ella bajó la guardia.
—Xavier… —Cambió de opinión respecto a pelear—. Yo puedo… —Ana quiso buscar una salida en su desespero, pero se vio corta de palabras.
En dos pasos, Cox llegó hacia ella y atrapó su rostro con las dos manos.
—Ana… por una vez en tu vida, permite que tus emociones no te controlen y escúchame —él la había reprendido de la forma contraria a la que ella reaccionó, pero esto no le evitaba sentir que se moría.
—Entonces te escucho… —Respondió lentamente mientras Xavier la arrimó a su cuerpo y la abrazó desesperado. Su respiración era errática, es como si él estuviese sufriendo lo mismo que ella. Y no entendía nada, no lo podía comprender.
En un instante Xavier comenzó a besarla desesperado, a buscar su boca tanto como ella lo necesitó. Y no era hora de hacer preguntas estúpidas, porque ella anhelaba encontrarse con su cuerpo, era lo único que registraba ahora su sistema.
Quizás, él no quiso llegar demasiado lejos, pero ahora Ana estaba revolviendo su cuerpo con el de él, hasta que Cox la apartó bruscamente de un instante a otro.
—Claro que puedes.
—Pero no quiero… ¿Qué hay de ti? —preguntó ella sosteniendo sus sollozos y él le paso una sonrisa triste.
—Aunque no lo creas —la voz de Xavier se rompió y tuvo que detenerse apretando sus labios—. Estoy feliz de que todo acabó para ti, Anaelise, la angustia de ver los problemas a tu alrededor estaba matándome… y…
—No pregunté eso, ¡no puedes irte! —ella volvió a abrazarlo.
—Ana… —esta vez él envolvió su cuerpo y la abrazó fuertemente—. Iré a Los Ángeles, soy mucho más estable allá. Aun sin llegar, ya tengo muchas ofertas, no puedes estar triste por mí.
—¡No!, ¡no! —ella sollozó aún más fuerte haciendo que las entrañas de Cox se le retorcieran—. No quiero estar aquí, sin ti, ¡entiéndelo…!
Xavier se apartó de golpe y luego la miró duramente.
—Lo harás, y, ¿sabes por qué?, porque serás una profesional, un médico brillante, es lo que más has querido en la vida y lo estás haciendo bien; no pensarás en mi Ana, ni en nadie más, tú serás primero, siempre tú, y no me importa lo que pienses ahora, si está bien o mal para ti ya es una decisión tomada y no hay vuelta atrás.
El llanto de Ana era imparable, colocó las manos en su rostro sin poder creer lo que escuchaba, y aunque sabía lo que él estaba haciendo por ella, tenía rabia dentro de su corazón.
Inclusive si su tío saliera de la cárcel, si se quedara con esa casa y no se hiciera justicia, eso no le dolería tanto como el que Xavier se fuera.
Pasó las manos por su rostro tratando de limpiarlo y de poner en orden su cordura por un momento. Así que se aclaró la garganta y lo observó por largo rato.
Allí estaban ellos en silencio, mirándose fijo como si fuesen uno solo, como si el tiempo no fuese nada y solo existiera ese momento. Como siempre había sido juntos.
—No tenías por qué tomar esta decisión… solo —le dijo bajo mientras Cox atrapó su mano para darle un beso en el dorso.
—Claro que si —susurró—. Tengo… un poco más de cordura en este asunto, Ana, y tú eres muy tonta por haberte enamorado de un maldito como yo…
Ella levantó la mirada mientras las lágrimas se volvían a escurrir, y tan segura como en ningún otro momento, le dijo:
—Incluso si retrocediera el tiempo, volvería a hacerlo, volvería a enamorarme de ti, una y otra vez, a amarte tanto como lo estoy haciendo ahora… no eres un maldito, eres… lo mejor que la vida pudo prestarme…
Xavier apretó su mandíbula y soltó su mano. Debía irse de aquí cuanto antes.
Cuando Ana vio que Xavier hizo ademán de irse ella lo tomó rápidamente de la mano.
—Aun cuando debas irte por la mañana… quédate esta noche… ¡Por favor!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Encuéntrame