Esposa sustituta: ¡nunca te dejaré ir! romance Capítulo 8

'¿Qué?

¡Es tan insolente!'.

Pensó Linda, pero los sirvientes ya estaban sobre ella, pateándola e hiriéndola. Sentía un dolor insoportable, pero se contuvo todo lo que pudo para no soltar ni una lágrima.

Ya al mediodía los platos estaban perfectamente colocados sobre la mesa del comedor, por lo que, Cecil de dirigió allí.

Se sentó en la cabecera y, lentamente, tomó los cubiertos. Sin embargo, en el momento en el que estuvo por darle un bocado a su comida, la imagen de aquella mujer apareció en su mente. Ella no había desayunado esa mañana, y ya era hora del almuerzo. ¿No tendría hambre? Le había dicho a Martin que le daría dos días para encontrar a Leona, por lo que tenía que responsabilizarse de que esa mujer estuviera sana y salva hasta ese momento.

Aun pensando en eso, el magnate le ordenó a uno de los sirvientes que buscara a Linda.

"Sí, señor".

Luego de uno cinco minutos, la chica entró al lugar tambaleándose, mientras se sujetaba a un sirviente.

Toda su ropa estaba hecha un completo desastre, y su cuerpo estaba lleno de sangre y moretones. Al verla, el hombre entrecerró los ojos, y preguntó: "¿Qué pasó?".

El que traía a la mujer, dijo con voz insegura: "Señor, la falsa tuvo un inconveniente con Chelsey, debido a ello... Fue golpeada".

De repente el rostro de Cecil se ensombreció. Se puso de pie y se acercó a la mujer que se parecía a Leona. Le levantó la barbilla cuidadosamente, y preguntó: "¿Te duele?".

Le habló con tanta delicadeza, que Linda no pudo evitar ponerse a llorar, soltando así, al fin, todo lo que retenía.

El corazón del hombre se encogió al sentir las cálidas lágrimas ajenas en sus dedos.

"Me duele el estómago... Yo sufro de gastritis crónica...", explicó la chica, entre sollozos.

Después de probarla primera cucharada, dijo con sinceridad: "Gracias, señor Lo".

Cedí, de repente, se puso rígido y su rostro cambió, volviendo a su aspecto frío habitual.

Leona jamás le había agradecido nada.

Y justo en ese momento, el médico llegó. El magnate dejó a la chica en el piso, y les dijo a los criados: "Ocúpense de sus heridas. No deje cicatrices".

"Sí, señor".

Los sirvientes rápidamente limpiaron las heridas de la chica, y también la ayudaron a bañarse. Después de un rato, el médico le recetó unos medicamentos, algunos se aplicaban tópicamente y los otros por vía oral.

Cuando todo estuvo hecho, Linda entró cojeando al comedor, y miró a al nuevo esposo, con indecisión, para decirle: "Señor Lo, el doctor dijo que debo comer a las horas correctas. ¿Puedo almorzar ahora?".

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