-¿Quién los envió? -Mario curvó sus labios hacia arriba con apatía, debía ser nada más que una madre que estaba usando chicos que se parecían a él como un trampolín directo para obtener sus cheques de pago y se las arregló para encontrar chicos que eran una copia idéntica suya.
—Es ¡dea nuestra, mamá es demasiado tonta, no se puede confiar en ella -dijo Samuel con torpeza.
Si no fuera por la ignorancia de su madre, ¿por qué necesitarían pasar por tantos problemas para llegar a su padre?
—¿Cuántos años tienen? —Mario estaba intrigado, quería conocer un poco más a los niños.
—¡Cinco! -Samuel sonrió con inocencia, un raro rubor coloreó sus delicadas mejillas.
Quizás el sueño de todo niño era tener un super héroe como padre y, en este momento, el hombre frente a Samuel era un héroe absoluto a sus ojos. ¿Solo cinco años? Habían logrado convencer a su subordinado y a su obstinada hermana de que los trajeran hasta su oficina, no estaba mal para los niños de su edad.
-¿Dónde viven? Conseguiré que alguien los envíe a casa. —Mario se acercó al teléfono mientras hablaba.
—Creo que deberías llevarnos de vuelta al jardín de infantes, nos escapamos.
—Señor, este es mi número. —Daniel tomó un pedazo de papel y escribió una fila de dígitos, luego tomó la mano de su hermano—. Si de verdad es nuestro padre, llámeme.
Mario suavizó la nota en su mano y luego se volvió hacia los chicos, cuyos rostros le parecían idénticos. Había un sentimiento indescriptible en su corazón.
-Claro, te informaré del resultado.
Daniel comprobó que Mario guardaba la nota. Mantuvo una expresión apática en su encantadora cara.
-Si resulta que no eres nuestro padre, tómalo como un encuentro incómodo.
-¡En realidad, no me importa si es nuestro padrino! -Samuel no podía esperar para ofrecerse como regalo a Mario, después frunció los labios—. No tenemos nada para desayunar, ¿puede invitarnos a comer?
-Cualquier cosa, no soy exigente -Samuel estaba sorprendido por completo, pues todo en lo que podía pensar era en cumplir sus sueños de cenar con su padre.
—¿Podemos comer fuera?
En este punto, una ¡dea extraña surgió de repente en la mente de Mario, pues quería enviarlos a la escuela en persona.
—Por supuesto.
Samuel estaba eufórico mientras entraba en un restaurante de clase alta por primera vez en su vida, charlando sin parar en el camino; por otro lado, Daniel era mucho más reservado. Sin embargo, fueron criados con una gran etiqueta gastronómica, no se comportaban con glotonería, terminaron sus órdenes y no desperdiciaron ningún alimento. Mario dejó salir una sonrisa de satisfacción cuando se dio cuenta de este gesto. Deben haber sido educados bien por su mamá a pesar de no tener un padre. Estaba empezando a esperar que los adorables niños fueran sus hijos.
Después del desayuno, Mario envió a los niños a la escuela como había prometido, aunque se resistió a observarlos cuando salieron del auto con sus maletas.
La sensación de ser padre era extraña, pero también misteriosa.
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