FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD romance Capítulo 12

—¿Quiere repetir eso por favor, doct... Alan? —murmuró Mar como si le acabara de decir que se quitara la ropa sobre el escritorio.

—Escucha, no pensé que fuéramos a llegar a esto pero es evidente que Wayland quiere asegurarse —suspiró Alan—. Si llegan a casa y no ven nada tuyo ni de Michael van a empezar a sospechar.

Mar abrió y cerró la boca varias veces, como si estuviera a punto de soltar una excusa pero honestamente su cerebro no la acompañaba.

—No creo que eso tenga algo que ver. No todas las parejas viven juntas antes de casarse...

—¿Crees que alguien se trague ese cuento? —replicó Alan—. No somos novios virginales, ¿crees que viajaría de África hasta aquí por una mujer con la que no duermo?

—Parece que usted mismo se está respondiendo —siseó ella.

—¡Mar!

—¡Tú! Perdón, tú. Tú mismo te estás respondiendo —murmuró Mar.

—Mira sé que no es lo ideal, pero creo que somos adultos civilizados y podemos sacrificar un poco de privacidad de los dos para conseguir lo que queremos. ¿Verdad? —la increpó él y ella respiró profundamente antes de asentir.

—Sí, tienes razón, somos dos adultos.

—Bien, entonces te llevaré a tu departamento para que recojas algunas cosas y los llevaré a...

—No es necesario —respondió Mar antes de que él pudiera terminar su frase—. Te encontraré en el estacionamiento del edificio más tarde, primero iré por mi hijo a la guardería y arreglaré todo, luego puedo verte aquí.

Alan no se molestó en preguntarle si era que no quería que viera su departamento o algo así, al final ella estaba en su derecho de mantener su hogar fuera del conocimiento de otras personas, así que simplemente le pasó un pequeño bloc de notas.

—Escríbeme tu número —le pidió después de escribir el suyo—. Cuando estés de regreso pásame un mensaje y nos iremos, ¿de acuerdo?

Mar guardó su contacto y esperó impaciente a que el reloj diera la hora de salida. Caminó de prisa las diez calles que la separaban del jardín de niños y recogió a Michael.

—Cariño vamos a hacer algo muy muy especial hoy —le dijo mientras iban en el autobús—. Vamos a ir a tomar unas vacaciones. Nos quedaremos unos días en casa del doctor Parker ¿recuerdas? ¿El médico que te ayudó? —Michael no dijo nada—. El doctor Parker es muy amable, estoy segura de que te agradará mucho cuando lo conozcas mejor...

Al llegar al departamento Mar recogió algunas ropas para ella y para su hijo. Echó los juguetes de Michael en una pequeña mochila y su mantita de dormir que no soltaba de ninguna manera. Cuando salieron a la calle el cielo se estaba poniendo oscuro a pesar de ser temprano, por suerte para cuando comenzó a llover ya estaban a cubierto, pero no pasó mucho tiempo antes de que escuchara estornudar a Michael.

Le envió un mensaje a Alan y pocos minutos después él los encontraba en el estacionamiento. Los acomodó en la parte trasera de aquel sedán de lujo y a Mar casi le daba miedo moverse y ensuciarlo. La casa del doctor quedaba al otro extremo de la ciudad, bastante lejos, en uno de los barrios lujosos para gente rica, y en cuanto se bajaron en medio del jardín, supo que ni siquiera en Nueva York había visto casas como aquella.

Estaba rodeada por árboles grandes y mucho césped verde donde jugar, sin embargo lo primero que pasó por su cabeza fue que necesitaría al menos tres autobuses para llegar desde el hospital. Era una hermosa casa, sí, pero aquel ya no era el tipo de cosas que la impresionaban.

—Pueden elegir las habitaciones que quieran —la invitó Alan.

—Una sencilla estará bien. Tampoco hay que exagerar —murmuró Mar.

—Bueno, antes de que se te ocurra dormir en una de las habitaciones de servicio mejor te doy una yo. ¿Vamos?

Mar asintió y tomó a su hijo de la mano mientras subían las escaleras al segundo piso. Alan puso sus cosas en una linda habitación en color azul que era como tres veces el departamento de Mar, pero ella no dijo ni una palabra.

—Esta es para Michael. Vamos a buscar una par...

—No, de verdad, no hace falta. Michael está acostumbrado a dormir conmigo, puedo quedarme aquí —se apresuró ella.

—OK, me parece bien, solo asegúrate de poner algunas cosas en mi habitación, maquillaje y cremas y esas cosas, acuérdate de que supone que ahí duermes —le recordó Alan—. Es justo esta que está al lado. No te puedes perder. Siéntanse en su casa.

Le hizo un gesto de confianza para que se acomodaran y se fue a su habitación.

—Bueno, mi amor, vamos a divertirnos aquí ¿si? —le dijo a su hijo sonriendo—. ¡Es una casa enorme y hay muchos jardines! ¡Más grandes que los de la guardería ¿verdad?

—Estas veces —dijo el niño mostrando ocho deditos y Mar sonrió.

—Así es mi amor. Estas veces más grandes. ¿Quieres darte un baño?

Mar jamás había metido a Michael en una tina, pero durante la siguiente media hora solo pudo reír porque el niño parecía estárselo pasando de maravilla.

—Ahora ve a jugar abajo, mami ya te alcanza.

Michael le dio un beso antes de irse y Mar tomó algunas cosas de su bolsa para dirigirse a la habitación de Alan. Tocó pero no contestó nadie así que abrió rápidamente y sobre la cómoda del espejo dejó algunas cosas suyas de maquillaje.

—¿Y Michael?

—Lo mandé afuera a jugar, no le gusta mucho salir al patio de la guardería porque hay demasiados niños, pero creo que está disfrutando tu jardín —murmuró ella con tono triste antes de darse la vuelta y concentrarse en la nevera.

Alan salió al jardín también y encendió las lámparas de césped porque ya estaba oscureciendo. Entretener a los niños siempre había sido fácil para él porque le encantaban, pero entretener a Michael era un asunto distinto. Era callado y distante y siempre tenía una expresión un poco triste que Alan ya sabía reconocer. La había visto por primera vez en su hermano adoptivo Kainn, y sabía que detrás de aquella mirada se escondían probablemente momentos muy difíciles.

El único instante en que lo vio sonreír fue cuando Mar le dijo que había hecho su cena favorita y Alan no se quejó cuando también le sirvieron su menú infantil: salchichas gratinadas con macarrones.

—¡Dios, qué bueno está esto! —exclamó sin poder contenerse mientras Michael asentía sin dejar de comer—. ¡Tu mamá cocina increíble, campeón! ¡Estos son los mejores macarrones que he comido en mi vida!

El niño le dirigió por primera vez una sonrisa sincera y Alan le acomodó la servilleta o se iba a poner perdido de salsa.

—Es un niño muy bueno —le dijo a Mar mientras recogía los platos para lavarlos después de cenar.

—Sí, Michael es un niño muy especial —murmuró ella.

—Pero no parece que haya niños en la casa. Los niños desordenan y dejan sus juguetes por todos lados —Sonrió Alan—. ¡Si sigue portándose tan bien nadie creerá que hay niños en la casa!

—Mmmm... espera ayudo con eso.

Mar buscó la pequeña mochila de su hijo y sacó sus juguetes, poniendo algunos encima de los muebles y otros en el suelo.

—¡Listo, ya hay desorden!

Alan contó dos cochecitos, algo parecido a un GI Joe y tres peluches de animalitos muy gastados. Se le hacía un nudo en la garganta de pensar que quizás esos eran los únicos juguetes que tenía aquel niño, pero no se atrevió a preguntarlo porque sabía que eso sería herir mucho a Mar. Después de todo estaba haciendo hasta lo imposible para criar bien a su hijo.

—Perfecto —dijo simplemente y poco después se despidió de Mar para meterse en su estudio a trabajar.

Debían pasar ya de las doce de la noche cuando regresó y escuchó algo que lo hizo detenerse frente a la puerta de la muchacha: la tos fuerte y persistente del niño.

—¿Mar, están bien? —preguntó entrando y el corazón se le cayó a los pies cuando la vio llorar.

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