FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD romance Capítulo 12

Lo único que había más recio que el cuerpo de Hasan Nhasir, era su determinación. El corazón le palpitaba más fuerte que el de un caballo de carreras mientras abrazaba a aquella mujer y aceptaba el sentido de pertenencia y de protección que tenía con ella.

—Esta era una de las razones por las que no quería que vinieras —admitió acariciando su cabello mientras Giulia apoyaba una mejilla en su pecho—. Una mujer como tú no debería estar viendo masacres como esta —aseguró con tristeza y la muchacha no pudo evitar preguntarse qué pensaría él si supiera que la causante de toda aquella masacre había sido precisamente ella.

—Créeme, no soy una chica débil —le advirtió Giulia—. Solo haz lo que tengas que hacer y punto.

Salió detrás de él de aquella tienda y se sentó frente a una de las hogueras que ya se iban extinguiendo cerca del amanecer. Vio a Hasan dar órdenes y, por una vez, se alegró de que el rey y el estratega predominaran sobre el noble corazón del hombre.

—Déjenlos aquí, que el desierto se haga cargo de ellos —sentenció mirando a los camiones donde estaban los cuerpos de sus enemigos—. Ellos eligieron esta muerte, no merecen descansar en paz. Así que dejemos ese trabajo a sus cómplices o a los animales del desierto, a fin de cuentas, esos siempre tienen hambre.

Pocos segundos después daba las órdenes para levantar el campamento y seguir el camino, mientras detrás de ellos solo quedaban los restos de aquel ataque con una enorme palabra escrita como advertencia en los camiones: “khawana” (Traidores).

Avanzaron decenas de kilómetros ese día mientras continuaban por la ruta de los pozos, y cuando se detuvieron para almorzar, Giulia tuvo que buscar deliberadamente los ojos de Hasan.

—¿Tienes alguna idea de quién ha podido atacarnos anoche y por qué? —le preguntó directamente y el rey levantó la mirada hacia ella.

—Tengo mis sospechas, ¿has oído hablar de las Doce Tribus? —preguntó Hasan y la muchacha asintió de inmediato.

Las Doce Tribus eran gente del desierto, de los que no vivían en las ciudades y en cambio poseían enormes extensiones de tierra en lo más inhóspito de las dunas. Hacía siglos que existían en conflicto porque a lo largo de guerras pasadas habían tenido que someter su soberanía a la corona.

Y más recientemente se habían enemistado con el padre de Hasan, porque hacía unos años el rey Abdel les había expropiado todos los territorios donde se podían abrir pozos de petróleo, privándolos de una enorme riqueza y de oportunidades para prosperar.

En ese momento Hasan no había tenido el poder para eliminar aquella rivalidad, y por desgracia había terminado en numerosas sentencias de muerte por traición, que, justificadas o no, habían roto para siempre la relación de las Doce Tribus con la corona.

—Mi padre ordenó la muerte del jefe Ibrahim por traición. Ibrahim era tu abuelo —le recordó Hasan y Giulia respiró profundo.

—Ese hombre jamás fue una familia para nosotros, le vendió a mi madre al rey, luego la rechazó cuando perdió su favor. Finalmente secuestró a la esposa de Karim para obligarlo a ir contra el rey y contra ti —respondió Giulia—. Ibrahim jamás fue nuestro abuelo, jamás fue nuestra familia, lo único que le interesaba del poder y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para obtenerlo. De las muchas muertes de las que fue responsable de tu padre, esa es una de las pocas que no voy a discutir —sentenció ella.

Hasan la miró con curiosidad y durante unos largos segundos su boca se curvó en una sonrisa.

—¿Te das cuenta de que pudiste haber sido mi hermana también? —dijo de repente y ella se persignó muy cristianamente.

—Pues si tu Dios y el mío no lo quisieron así, por algo sería.

—¿Y te das cuenta de que aún eres una princesa del desierto? —la increpó Hasan y Giulia negó con un suspiro.

—No, no lo soy, para mí la sangre italiana pesa más que la árabe — aseguró—. Y no tengo carácter para llamar mi hogar a un país donde intentan matar a lo único bueno que han tenido.

Hasan alcanzó su mano y le acarició con lentitud porque aquello realmente le había llegado al corazón, pero eligió terminar aquel tema porque si realmente eran las Doce Tribus quienes estaban atacándolo, sabía que aquello terminaría de la peor manera posible.

Ni siquiera imaginaba que a partir de ese momento, cada mirada curiosa de Giulia hacia el desierto estaba llena de atención y no precisamente porque fueran una novedad; sino porque todo su instinto había entrado en “modo protector”.

A medida que avanzaban iban conociendo los pequeños campamentos nómadas, los caseríos y los poblados más grandes donde se abrirían los pozos. En todos ellos, el rey era recibido con amabilidad y respeto; los ancianos del pueblo se sentaban a su alrededor escuchando sobre las personas que vendrían para sacar el agua, y como él estaría pendiente de ellos en todo momento.

—Eres terrible cambiando de tema —le advirtió—. ¿Quieres decirme que te preocupa?

—Me preocupa a esta gente —murmuró Hasan—. Son demasiado pobres y no hay mucho con qué comerciar aquí. No resuelvo nada entregándoles dinero si no consigo darles un medio de vida para que puedan mantenerse por sí mismos.

—¿Y si mejor les das un medio de acceso? —preguntó Giulia y él la miró con curiosidad.

—¿Qué quieres decir?

—Que no son inútiles, Hasan, y no es que no tengan métodos para subsistir, hay buenos criadores de caballos aquí. He visto los telares que hay en muchas casas, las mujeres fabrican tejidos preciosos, algunos que no he visto ni siquiera en tu palacio. El problema es que no tienen una ruta fácil para salir de aquí o para que la gente pueda llegar. ¿Cuántos días hemos estado atravesando desierto?

Hasan se rascó la barba, pensativo, y asintió.

—No es fácil hacer carreteras a través del desierto —murmuró—. Muchas veces las tormentas terminan borrándolas... Pero lo podemos intentar, tienes razón, si les facilitamos las vías de acceso pueden conseguir más suministros y tendrán más posibilidades de comerciar.

Durante un buen rato estuvieron hablando sobre aquella idea que podía convertirse en un nuevo proyecto con mucha rapidez, hasta que un silencio largo y cálido se hizo entre los dos.

—¿Quieres que baje a hacerte compañía? —preguntó Giulia finalmente con una sonrisa y Hasan hizo acopio de todo su autocontrol para negarse.

—No, mejor duérmete ya. Mañana voy a llevarte al sitio más especial de Arabia... y vas a necesitar fuerzas para eso.

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