El sol ardiente del mediodía se cernía sobre la diminuta caravana a medida que avanzaba. Kris miraba a Jana de cuando en cuando mientras avanzaban por el agreste camino que los llevaba hacia la aldea. Durante el primer tramo del viaje estarían rodeados de árboles altos que ofrecían bastante sombra, pero Kris sabía que a medida que avanzaran, la vegetación se volvería más escasa, y el calor se haría insoportable.
Jana se concentraba en el camino sin decir ni una palabra, tratando de memorizarlo. Su frente estaba perlada de sudor y de vez en cuando tosía por el polvo del camino. La sensación de estar en medio de la nada, lejos de la civilización, la llenaba de una mezcla de preocupación y ansiedad. Era obvio que tenía miedo, tendría que haber estado loca para no tenerlo, porque después de todo estaban entrando en una zona de guerra.
Sin embargo Kris tenía que admitir que era dura, porque en ningún momento reflejaba lo asustada que debía estar.
De repente tras un par de vueltas del camino él giró en dirección al bosque y media milla después de andar entre los árboles detuvo el auto.
—¿Qué está pasando? —preguntó Jana mirándolo.
—Hace mucho calor —respondió él y la sequedad en la garganta de Jana lo confirmaba—. Si seguimos así vamos a sobrecalentar los autos y el camino es largo todavía, la mejor estrategia es descansar ahora y avanzar en la noche.
—Sí, está bien… —murmuró Jana tratando de bajarse pero por alguna razón su pie falló, y Kris lanzó una maldición corriendo hacia ella.
—Cuidado, cuidado… A ver mírame… ¿Jana?
La muchacha sintió aquellos brazos rodeándola con fuerza, pegándola al cuerpo musculoso y caliente del hombre, mientras una de las manos de Kris iba a su cara, intentando que se enfocara—
—Jana, ¿me estás viendo?
—Sí… lo siento… No sé qué me pasa…
—Es el calor —murmuró él sosteniéndola contra la camioneta—. Te deshidratas sin siquiera saberlo. Ven quédate aquí. —La dejó sentada bajo un árbol a la sombra y fue por una botella de agua para ella—. Lamento que no esté fría, pero es mejor que nada. Anda, bebe, tienes que mantenerte hidratada.
Jana lo vio arrodillarse frente a ella y mojar su cara con sus grandes manos mientras ella intentaba beber.
—Eso… vas a estar muy cansada ahora pero es normal, no estás acostumbrada a este clima.
Jana tomó un sorbo y sintió cómo el agua fresca recorría su garganta, aliviando la sensación de sequedad, pero él la hizo tomarla toda.
Los otros autos estacionaron alrededor y enseguida montaron un par de carpas. El sol era cada vez más fuerte y la temperatura comenzaba a ser insoportable, y tal como le había dicho el hombre, el cansancio comenzó a amodorrarla.
Una vez que todo estuvo listo, Kris pasó un brazo alrededor de su cintura y todos miraron a otro lado mientras él la llevaba a su propia carpa.
—Estás agotada, aprovecha y duerme, tienes que descansar —dijo mientras la hacía entrar.
El interior era un refugio oscuro y fresco en contraste con el abrasador calor exterior. Solo había un pequeño saco de dormir y Jana se tambaleó hasta él.
—No creí que fueras así de amable —murmuró ella mientras se acostaba.
—No lo soy —replicó él—. Pero tendremos una larga noche y te necesito vigilante, así que tengo que cuidar a mi copiloto.
Debatiéndose todavía junto al saco de dormir se debatía una pequeña serpiente que Kris había clavado a la tierra con su cuchillo.
—¡Oh Dios! —jadeó Jana dándose cuenta de que había estado a punto de ser mordida por aquel animal—. Eso es venenoso, ¿verdad?
El alivio inundó a Jana mientras comprendía la verdadera intención de Kris. No tenía intención de lastimarla; estaba tratando de protegerla.
Kris asintió sin ser capaz de hablar, mientras todavía la apretaba contra su pecho.
“¡Maldición! Debo tener a todos los dioses en contra”, pensó, porque había hecho aquel mismo recorrido media docena de veces como parte de su plan y jamás se había encontrado con ninguna serpiente. Por fortuna, había sabido a lo que se arriesgaba en cuanto la había visto.
—Le dicen víbora del cuerno, o víbora de arena —murmuró por fin mientras veían cómo el animal dejaba de pelear y moría lentamente—. Es la más venenosa que hay en toda la región.
Ella lo miró un poco aturdida y Kris levantó una mano para limpiar aquella lágrima que todavía manchaba su cara.
—Solo para que sepas, voy a darme por ofendido —susurró con voz ronca y un poco risueña al final—. Puedo parecer un bárbaro, señorita Jana, pero no soy uno.
“Al menos no todavía”.
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