Jana ni siquiera era capaz de explicar cómo se sentía. Por un segundo realmente había pensado lo peor, y toda aquella empatía que el hombre le había provocado desde el primer instante, había muerto al sentir su peso sobre ella. Sin embargo, al darse cuenta de que solo estaba intentando salvarle la vida, un millón de emociones se habían disparado en su cuerpo de una sola vez.
—¿Tú estás bien? —le preguntó nerviosa, mirándolo atentamente.
—Sí... Sí, estoy bien. Pero será mejor que nos vayamos ya. Está oscureciendo y quiero aprovechar el fresco de la noche para que podamos avanzar.
Jana asintió, y lo primero que hizo Kris fue sacarla de la tienda porque sabía que una serpiente muerta todavía tenía nervios activos como para morder durante un par de horas más.
Recogieron todo con prisa y se subieron al auto.
El aire de la noche hacía que el viaje fuera menos cansado, pero aun así Jana podía sentir que de vez en cuando aquel hombre la miraba como si quisiera asegurarse todavía de que estaba bien. En cierto punto, mientras disminuían la velocidad para atravesar un tramo del camino particularmente difícil, lo vio hacer un gesto de duda hacia ella; pero la mano que estaba a punto de tocarla se retiró de pronto.
—No te voy a morder —le sonrió Jana—. Y ya sé que no me ibas a hacer nada así que deja de hacerte el ofendido.
Kris volvió a levantar la mano y le ajustó el velo sobre la nariz.
—No te lo di nada más porque no quiero que nadie te esté mirando, sino porque el polvo puede dañarte la garganta, así que solo cúbrete.
Jana asintió como él esperaba; se ajustó el velo y luego estuvo casi toda la noche despierta y atenta. El camino se iba despoblando por momentos, y al parecer traían a un vigilante, porque de vez en cuando uno de los hombres de Kris daba un aviso y todas las camionetas se detenían y se apagaban, esperando a que les dieran la señal para volver a arrancar.
—No queremos encontrarnos con nadie desagradable —le explicó Kris—. Pero si lo hacemos, quiero que te mantengas muy tranquila, ¿sabes lo que debes decir, ¿verdad?
Ella hizo un gesto de afirmación mientras respiraba profundamente.
—Mi nombre es Habibi y soy la esposa de Taniyn —recitó de memoria, pero de repente pareció darse cuenta de algo—. ¿Es un nombre usual aquí? —le preguntó con curiosidad.
—No, no lo es, pero supongo que es el que me gané —sonrió Kris.
—¿Y puedes decirme qué significa?
Él la miró de reojo por un momento y luego sonrió de medio lado.
—Significa “dragón” —respondió, y todo en él se quedó aguardando la reacción de Jana.
¿Entendería ella lo que eso significaba? ¿Representaría algo? ¿O como había hecho su hermano con el resto de su familia, seguiría manteniendo todo en secreto? ¿Estaría Jana completamente ajena a los lazos de Michael con la mafia búlgara?
Sin embargo, aquella última posibilidad era la más real; Kris lo supo desde el mismo momento en que a ella no pareció llamarle la atención.
Siguieron el camino mientras todos parecían muy atentos a lo que iba a suceder, y cerca de la madrugada, Jana se dio cuenta de que Kris estaba más concentrado de lo normal. De vez en cuando hablaba en otro idioma con sus hombres por la radio, hasta que en cierto punto notó que su rostro se ensombrecía.
—¿Qué está pasando? —lo interrogó.
—Estamos a punto de atravesar el primer paso seguro; mis hombres están intentando hablar por radio con nuestro contacto, pero parece que no está allí. Esto no me gusta para nada.
Jana pasó saliva, pero intentó permanecer fuerte; después de todo entendía los riesgos que estaban corriendo solo para llegar hasta la aldea.
Estaba casi amaneciendo cuando por fin llegaron a aquella posta, que no era otra cosa que un paso entre dos riscos montañosos. Rodearlos no era imposible, pero sí doblaría el tiempo de recorrido, así que lo más inteligente era pagar por atravesarlo. En la entrada de la posta había una casa vieja y desvencijada en donde se quedarían las camionetas hasta que ellos pudieran regresar. Y de allí en adelante tendrían que seguir a caballo.
—Quédate aquí. Solo voy a pagar por nuestro paso y enseguida regreso —le dijo Kris, y ni toda la curiosidad de Jana alcanzó para desobedecerlo.
Jana lo vio levantar la mano para golpearla, pero Jana no sintió llegar aquella bofetada, porque la mano se estrelló contra la espalda del hombre metido entre los dos.
Jana tembló levantando los ojos y solo vio los azules y furiosos de Kris frente a ella, y el gesto lento y amenazante con que se daba la vuelta y encaraba a aquel hombre.
—¿Cómo te atreves a levantarle la mano a mi mujer? —siseó con un tono tan bajo que el tipo retrocedió de inmediato.
—Ta... Taniyn... —balbuceó, porque realmente no había creído que la mujer fuera algo suyo—. Ella... Ella cegó a Sahir...
Kris miró al otro hombre, que seguía llorando sentado en el suelo, con los ojos enrojecidos y lagrimeantes por el espray de pimienta.
—¿Tú hiciste eso? —gruñó Kris, pero antes de que ella pudiera contestarle, el otro hombre lo hizo.
—¡Sí, sí, ella fue, y si dice que no es una mentirosa! —espetó—. ¡Solo queríamos verla para comprarla...! ¡Pero mintió diciendo que era tu esposa! ¡Ja!
Kris volvió a girar la cabeza hacia Jana.
—Te hice una pregunta, ¿tú hiciste eso? —la increpó para luego verla asentir con la cabeza.
Un instante después ella ahogaba un grito mientras Kris tiraba de su mano para ponerla frente a él, con la espalda pegada a su pecho y delante de aquel hombre.
—¿Quieres comprar una esclava? Bien. Ni siquiera tendrás que pagarla. Si puedes llegar a ella, es tuya.
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